jueves, 28 de febrero de 2013

EL CASO DE ELBA ESTHER



 La desgracia del caso de la "maestra" Elba Esther Gordillo, famosa lidereza del SNTE, no es un suceso aislado de la lucha épica del estado mexicano en contra de los feudos y del enrriquecimiento explicable sólo a través de la corrupción, discrecionalidad en el manejo de los recursos de agremiados, los manejos turbios y la complicidad con otros muchos implicados. El servilismo, el rentismo, la función clientelar de los personajes a los partidos políticos que ocupan carteras de liderazgo -vaya ud a saber cómo lo logran- es porverbial. Salirse del huacal, cometer una imprudencia, moverse en el momento de la foto, es causa de represalias funestas del Estado tlatoánico en Mexico.

El caso más recordado en la reciente historia de nuestro país fue, cuando "el padrino" Carlos Salinas imperaba, el de la Kina. También prominente líder petrolero. Tuvo que pagar su cuota al poder y tras pasar por el susto de que le bazuquearan su casa, lo enviaron al reclusorio sin derecho a fianza. Las similitudes con el hoy son obvias, una presidencia manchada por la duda y la ilegitimidad de unas elecciones fraudulentas y la necesidad obvia de hacer sentir la mano dura del poder encapotado, legitimador y habitante de los Pinos.

Calderón, en su momento, quiso hacer lo mismo. Un golpe publicitario, una artimaña telenovelesca, pero le fallo. El "michoacanazo" a la postre se desinfló, como otras muchas de las boberas que ese mandatario provocó en su irreductible afán de guerra y odio.

Ni modo mi Elba Esther, hay que pagar por los años de gustos y placeres jamás nunca imaginados. Al cabo que sobre el pasmo y la inmovilidad social impera, como siempre, la ley de la zanahoria y el camino.



miércoles, 20 de febrero de 2013

VACACIONES 2012


III.

Lancé una botella de vidrio, con un tapón de corcho, con todas mis fuerzas a las agua azules. Antes de cerrarlo puse en su interior una hoja del libro que leo con fervor. Una hoja al azar. Tengo esa sensación intuitiva de que algún día, en algún mar, volverá y regresará para formar parte de mi Ulises de Joyce.

Trescientas sesenta y cinco islas tiene este archipiélago panameño. Una isla para cada día del año. Islas grandes con aldeas y montes, con parcelas y animales en majadas; otras diminutas de escasos centímetros arenosos sobre el nivel del agua salada saltando sobre el arrecife; y aquellas otras irregulares o medianas donde los nativos crearon reservas que igualan al paraíso.

2.

La playa arenosa es un muladar: desperdicios, pedacera, escombros; cosas ahora inútiles, naufragio de utensilios, jirones, retazos… todo cuanto sea imaginable está regado a siniestra y diestra, en ovillos de trizas, en disparatados montículos, en irregulares montones por la costa sobre esta playita de olas calmas, junto a los riscos de piedra calcárea e impasible; paseando de lado a lado…

Sobre el viento, en las cumbres de los farallones, se columpian las gaviotas y el sol se bambolea entre las nubes grises de un largo medio día nubloso.

No alcanzo a entender cuanto tiempo ha pasado, tirado como estoy, echo un ovillo cuasi mortuorio tragando agua salada, masticando de a puños granos de arena fina. No sé siquiera sí aún estoy con vida. Perdido en la inconciencia más profunda por tiempo indefinido. Alcanzo sí, en lo profundo del sueño, a ver las olas elevándose, tragando a mordiscos feroces la cubierta del buque, balanceando el sólido mástil hasta el límite de su resistencia, quebrando las voluntades de marinos profesionales y echando al agua fría, negra, violentamente agitada los despojos de aquello que va arrancando a la fuerza del barco que cruje y se estremece a cada embate. Me veo aterrizando en las olas, como simplísima cáscara de nuez echada a esas fauces por el poder del viento que me levanta de la cubierta cual papalote y me estrella en las furibundas fauces negras.
Lamentos, gritos desesperados, cuchicheos que parecen bisbiseos ansiosos de golpecitos repetidos cual picos de aves graznando. No sé, algo me saca del sopor más profundo, de la inconciencia más devastadora: ¿mi sentido de conservación? Lo primero que miro son los cuervos que ya tratan de picotear mi carne, luego las gaviotas y los colmoranes que brincan lejos con mis bruscos y agitados gestos, guturales sonidos surgiendo de una garganta en colapso; no muy potentes pues me siento fatal, pero suficientes para que lo piensen un momento y se pongan a resguardo… Puedo parecer un platillo gourmet, exánime, semidesnudo para esta parvada de forajidos playeros: el banquete, al menos ahora, esperará para mejores tiempos… El esfuerzo me tumba pero me ha reactivado los sentidos.

Estoy rodeado de escombros desperdigados por una playa de arenas diminutas, aguas calmas, profundas, farallones colosales y una selva espesa y profunda que se extiende al fondo. No se ve salida pues rocas inmensas flanquean ambos costados. Y el sol campea en lo alto pasando el cenit por arriba de los riscos.

Estoy a punto de caer en la fase dos del miedo.


jueves, 7 de febrero de 2013

MIS VACACIONES 2012


II.

Trescientas sesenta y cinco islas tiene este archipiélago en los linderos de Colombia y Panamá. Una por cada día del año. Las hay grandes donde se albergan villas, pueblos, caseríos y ranchos con su infaltable asociación de acémilas, gallinas, perros, conejos, puercos... Las hay también diminutas, cuyas arenas y salientes coralinos se ocultan con cada marea nueva. Otras ni grandes ni pequeñas con palmeras, esteros y parcelas con cultivos donde los nativos han logrado implementar industrias rentables poco agresivas para el ambiente. Y dicen los naturales de estas latitudes que sobresalen de cuando en cuando de las aguas unos macizos de coral, formando una breve islita en los años bisiestos que luego del paso de las semanas y los meses vuelve a desaparecer, lo que origina trescientas sesenta y seis islas: una por cada día del año.

Perdido en el anchuroso mar de aguas azules, cristalinas y profundas. Pasajero de un esquife esbelto y dotado de un motor poderoso, viajo en cuclillas, amonado padeciendo los tumbos del golpe de las aguas en la proa. No doy crédito, si no lo estuviera viendo, de cómo las aguas cristalinas se parten de golpe en mitad de la travesía con otras aguas turbias casi negras que avanzan en sentido contrario rompiendo y trocando lo cristalino y prístino. La fetidez del yodo se torna entonces más picante, es como si al cambio de color le siguiera una nube de aromas potentes, penetrantes, insólitos. El esquife entra sesgado dando una machincuepa antes de asentarse en el nuevo torrente que lucha en sordina oponiendo una resistencia potente y novedosa. Pues no ha de ser tan malo, dado que nadan ahí mismo una mancha de toninas de largos hocicos y complexión más estilizada persiguiendo cardúmenes de sardinas.

Perdí la cuenta del tiempo en que viajamos por estas turbiedades. El sol está en el cenit y he perdido también mi sentido de orientación, si no fuera por el piloto… Ya ni los golpes siento cuando la barca zarandea mi esqueleto, ya los músculos los tengo entumecidos y los ojos cansados de mirar estas agua grises que lo rodean todo hasta el horizonte. ¿Quién mencionó al trópico como un recurso invaluable y prometedor? Ya también dejé de sentir la picazón del yodo. Sin embargo, luego de no sé que tiempo y de apartar la palabra “dolor” de mi diccionario, veo a la distancia una rayita en el horizonte que alguien llama marisma y de súbito, unida al vocablo, la aparición de una franja de reconocibles aguas azules: azules como la de todos los mares del orbe; azules como las aguas del mar de mi imaginación, de la imaginación de cualquiera.

Agarrado a la baranda todavía tardamos un mundo en saltar dentro de las azules esperanzadoras aguas del mar océano de mis recuerdos. De a poco, es como si recuperara el gusto de la mar y sus aromas a salina, algas, yodo, pescado, podredumbre… Otra vez saltamos al entrar en las azules aguas y una mancha de delfines nos recibe con sus cantos de sirenas seductores de marinos curtidos. Veo hacia la popa y bendigo en silencio que las turbiedades se vayan quedando lejos, atrás, a la distancia con mi cobardía y eso que podemos llamar pasmo.

La marisma si es una raya que va creciendo aceleradamente con los contornos de una isla frente al bote.