Tal como señalábamos en el capitulo anterior, la ópera gozó de extraordinaria reputación. Muy pronto en los salones cortesanos europeos fue ganando adeptos y más cuando los compositores siguiendo a la escuela napolitana, a comienzos del siglo XVIII, desarrollaron el Aria. Otra novedad importante es la creación de la primera ópera bufa: La serva pedrona de Pergolesi en 1733, escénicamente afianzada por el genio creador del cómico italiano Carlo Goldoni quien a su vez suministró libretos e historias jocosas y fantásticas a los compositores de su época. Rigen las carteleras autores como: Scarlati, Bonancini, Pergolesi, Rameau, Gallupi, Gluck, Paissiello, Mozart y Cimarosa. Todavía más importante es que al adquirir en este periodo el tono fársico; grosero, gracioso y antisolemne del teatro italiano; esta forma de teatro musical adquiere, debido a una necesidad irremediable, un aire profano, popular e irreverente que le abre las puertas a un público amplio, deseoso de novedades y divertimento, fuera del boato, la pompa y la etiqueta de los salones cortesanos. La ópera entonces alcanzará una reputación menos estirada y sofisticada. Por su parte, ya durante el siglo anterior, tanto Lope de Vega como Calderón habían realizado dramas españoles donde largos fragmentos eran cantados por los actores, la danza y principalmente la música, cumplía con un sitio estelar sobre el espectáculo. De Calderón de la Barca se conservan, aunque no las partituras: El golfo de las sirenas y El laurel de Apolo (1630); como antecedentes de este género español representado primeramente en los aposentos de descanso de la familia real, ubicados en un bosquecillo al lado de El Pardo, denominado como La Zarzuela, también por hallarse rodeado de infinidad de zarzas. Como ya se ha dicho, desafortunadamente no se conocen ni los nombres de los compositores de la música ni sus partituras. Ya en el siglo XVIII compositores españoles como Ramón de la Cruz y Rodríguez de Hita revitalizaron el género popularizándolo al sacarlo, como le sucedió a la ópera, fuera de los espacios cortesanos. Cuando ópera y zarzuela, durante el siglo XVIII, alcanzan su nueva y notable dimensión como espectáculo teatral popular, pegado al mismo, en una suerte de simbiosis parasitaria, van por afuera de los locales de representación, junto a la ópera los titiriteros, con sus tinglados y autómatas que escenifican fragmentos y arias –muchas veces- de las mismas obras que dentro de un rato en los recintos serán estrenadas. Los titiriteros copian la música, telones y decorados. Reproducciones de los personajes calcan interpretando las arias y los recitativos; tras abandonar los animadores la lengüeta con la cual la autoridad les obligaba a que hicieran su trabajo en la época anterior. Le otorgan naturalidad a la voz y cantan libremente. No hay ciudad europea que se precie de magnifica y cortesana que durante el siglo dieciochesco, no vea surgir el espectáculo operístico que antecede al Romanticismo, al melodrama y, por supuesto, a autores tan variados tales como: Cherubini, Beethoven, Rossini, Weber, Bellini, Verdi, Gounod, Wagner, Bizet, Leoncavallo y Puccini; entre otros muchos.
Durante el primer cuarto de siglo las condiciones en Madrid siguen siendo las mismas, la corte asistiendo a funciones en el Buen Retiro y al Alcázar de Palacio, el pueblo abarrota los corrales del Príncipe y de la Cruz. Salvo que empieza a ser notable la constante visita de músicos, cantantes y realizadores de ópera italianos que viajan constantemente a la península. Lo cual pone en entredicho la capacidad de los locales españoles para adaptarse a los requerimientos del nuevo género. Por lo cual Felipe V ordena la construcción de un nuevo recinto propio para la ópera que llaman el nuevo teatro en los Caños de Peral.
La Ilustración anunció una nueva era para la humanidad. El pasado fue dejado atrás, irracional y bárbaro. El futuro fue aclamado: el hombre era perfectible, le bastaba aplicar su razón a las tareas del progreso. La felicidad en esta tierra era posible, gracias a la ciencia, la educación y el derecho económico. La Ilustración puso a Europa en el umbral de la Revolución Industrial. ¿Se uniría España a esta corriente general del continente o permanecería, una vez más, fuera de ella? ¿Saldría España, por fin, de la larga noche de el Escorial para entrar al reino solar del Siglo de las luces?
La Ilustración alcanzó a España al intentar introducirla a través del sistema poético fundado sobre doctrinas críticas basadas en la razón dominante francesa, y esa fue la intención de la corona encabezada por Felipe V. Para tal proyecto se encomendó a Ignacio de Luzan, caballero aragonés que fue llevado de muy niño a Italia donde recibió una educación clásica en Milán, Palermo y Nápoles. Ahí trató con Maffei y Metastasio. Ya en Italia y Sicilia había publicado varias obras en italiano y francés. Realizó traducciones de dramas de Maffei, Lachaussée y Metastasio a la escena española; y él mismo escribió una comedia original: La virtud honrada; que se representó en Zaragoza. En 1747 fue nombrado secretario de la embajada de París.