viernes, 9 de agosto de 2019

Ludwik Margules


Reflexiones ajenas por Rodolfo Usigli
Por: Emil Emilio Labrocha
Alrededor de los años 30 del siglo pasado, Siglo XX, las vanguardias artísticas toman por asalto al teatro en México, tal como lo habían hecho en el mundo occidental hacia ya unos cincuenta años atrás, principalmente con la intervención del colectivo teatral denominado el Teatro de Ulises que estaba integrado y liderado por importantes poetas y dramaturgos mexicanos: Salvador Novo (1904-1974), Xavier Villaurrutia (1903-1950) y el tabasqueño Celestino Gorostiza (1904-1967); todos ellos constituían un grupo literario conocido como “Los Contemporáneos”.
El Teatro de Ulises (1928), trajo a la escena mexicana las visiones de renovación teatral que se producía en otras partes del mundo, desafiando el repertorio dramático español, los espacios teatrales y los métodos de profesionalización al estilo de la vieja escuela. Introduciendo autores como Eugene O’Neill, Jean Cocteatu, Luigi Pirandello, Jean Giroudoux o Agust Strindberg; revelándose contra las formas convencionales de la sala teatral y de las técnicas actorales; este teatro fue de los primeros en establecer los que hoy se pudiera categorizar como el teatro de experimentación. Sin embargo, el Teatro de Ulises tuvo una corta vida, su continuidad se prolongó en lo que se conocería como el Teatro Orientación (1932). Por su parte Salvador Novo fundó el Teatro La Capilla (1950) que llevaría a escena a Samuel Beckett y Eugéne Ionesco.
Los herederos de está experimentación teatral serán los jóvenes poetas y dramaturgos de la generación de los años cincuenta, entre los que encontramos al veracruzano Emilio Carballido (1925-2008), al michoacano Sergio Magaña (1924-1990), a Luisa Josefina Hernández (1928), a Rosario Castellanos (1925-1974), a Rafael Solana (1915-1992), a Luis G. Basurto (1920-1990), a Elena Garro (1920-1998), a Jorge Ibargüengoitia, (1928-1983); mismos que vendrán a fortalecer enormemente la literatura dramática y la teoría teatral, escribiendo y dirigiendo.
Sin embargo, la piedra angular de nuestro teatro nacional desde la dramaturgia, teoría, formación, práctica y producción será Rodolfo Usigli (1905-1979). Él fue un dramaturgo, poeta y escritor que a través de su rigurosa escritura teatral fundó el teatro nacional moderno, mismo que fue ocupado, operado y protagonizado por la generación formada por sus alumnos.
Emmanuel Carballo escribió sobre Rodolfo Usigli: “Para comprender el pensamiento de Rodolfo Usigli, hay que recurrir a sus múltiples ensayos, unos escritos como parte del género ensayístico y otros como apéndice a obras dramáticas a manera de prólogos o epílogos; además, habría que incluir los pensamientos de su autor permeados entre los diálogos de sus personajes y en las acotaciones de sus obras. Usigli nunca pone palabras en la boca de sus personajes sin ton ni son; no piensa por los personajes, sino que piensa en ellos. No fue un filósofo que dejó constancia de su pensamiento creador; no fue un sociólogo pero sí un reformador de su sociedad; tampoco un psicólogo pero llevo a cabo -junto a Samuel Ramos y Octavio Paz- uno de los mejores análisis del mexicano. Así que mientras recorría su itinerario de autor, vivía preocupado por las ideas, por transformar su sociedad y por definir la identidad de los mexicanos. Aledaño a su pensamiento humanista, está su poder de objetivación; verse y vernos como objeto, no como sujeto; utilizar la literatura para objetivarnos. Mira a México y a los mexicanos con ojos externos, como si no fuera mexicano, mientras que en lo íntimo amaba tanto a su país. Usigli fue mexicano por nacimiento y por propósito, aunque no por herencia familiar: su madre había nacido como austro-húngara y su padre, ítalo-africano”.
Así, Rodolfo Usigli ciudadano del teatro, completísimo, emprendió varias empresas teóricas teatrales entre ellas, “México en el teatro”, (1932), una relación biográfica del teatro realizado en México durante los últimos cuatro siglos; “Itinerario de un autor dramático”, (1940); también escribe “Anatomía del Teatro”, (1934), un ensayo teatral donde toma como metáfora la analogía del cuerpo humano con el corpus teatral. “[…] la anatomía del teatro se asemeja a la humana, y tienen sitio en la cabeza los técnicos y el crítico que piensa; los oídos, los ojos y el estómago son el público, y la nariz que olfatea, el empresario; la garganta y la lengua el actor; los pies, el edificio asentado y móvil a la vez; y las manos, los tramoyistas y utileros. Pero el autor es la sangre y la respiración […] A lado de estas cábalas del universo teatral, Usigli presenta un ensayo denominado “Las tres dimensiones del teatro” (1959); donde plantea que el teatro mexicano requiere de expresión, pasión y fascinación, como medida correctiva al silencio, la inercia y la fuga que caracterizan el teatro mexicano.
Definitivamente Rodolfo Usigli es el antecedente teórico más relevante para el teatro mexicano de nuestros días. Es el fundador de la idea de “mexicanidad” en la producción teatral y es un pensador profundo del fenómeno de la escena que a través de estos ensayos, los prólogos a sus obras dramáticas y las propias obras dramáticas modifico la manera de ver, hacer y discutir la práctica teatral, sin embargo, como en muchas otras ocasiones, no ha sido del todo reconocido ni estudiado suficientemente; padecer no exclusivo de él sino del teatro en general, ante la narrativa, las artes visuales y la música.
Usigli, trabajó durante un periodo que facultó al director de la escena como el amo y señor del reino, es decir la llamada “entronización del director”, esto quería decir que los dramaturgos se convierten en directores desde el texto literario con el recurso de las acotaciones o el texto dramático pasaba a un segundo plano, en la puesta en escena. Durante la década de los años setenta, surgen varios dramaturgos herederos de la escuela de Usigli y de la generación de las dos décadas anteriores, para ser exacto dos generaciones anteriores: la Generación Intermedia y la Nueva Dramaturgia Mexicana. Varios nombres encontramos aquí: Óscar Villegas, Tomás Espinoza, Miguel Ángel Tenorio. También Luisa Josefina Hernández o Hugo Argüelles influyeron en autores como Óscar Liera, Sabina Berman o Víctor Hugo Rascón Banda, Gerardo Velásquez y Alejandro Licona.
Fue precisamente en esta décadas de los años sesenta y setenta que a la par de un movimiento dramático joven, irreverente, donde la dramaturgia ya se había condenado a la marginalidad y a la negación, surge una generación de directores de escena, continua Emanuel Carballo: “como motor y autor último del espectáculo. Era posible hacer una obra teatral con una novela o con el directorio telefónico, o sin texto o sin estructura. La teatralidad había al fin ganado la escena, entendiéndola como todo aquello que convierte a cualquier escenario y acción humana en una caja de Pandora del asombro y la sorpresa. La espectacularidad, cargada de alto voltaje, avasallo los teatros y se extendió a espacios no convencionales para las artes escénicas como frontones y demás. Se mataban pollitos o se rompían pianos sobre las tablas, ocurría el primer desnudo teatral (primicia que se pelean Jodorowsky y de Tavira), el lenguaje de calle se incorporaba sin ninguna censura, “hacer el amor en lugar de la guerra”, la escena había cambiado definitivamente.
El retablo de directores que integran este movimiento estaba integrado, entre otros, por: Héctor Mendoza, Juan José Gurrola, Julio Castillo, Alejandro Jodorowsky (que con 20 años de residencia en México, aportó un legado valioso y versátil para la escena mexicana), Ludwik Margules, Luis de Tavira, Germán Castillo, José Caballero. Con esta experimentación radical en la escena y con el alto perfil como creador artístico que adquiere el director de escena, era evidente que la exigencia interpretativa y actoral tendría que modificarse ampliamente. Muchos directores de escena se sumaron a proyectos conjuntos de formación de actores como es el caso de Héctor Mendoza, Julio Castillo, Raúl Cermeño, Ludwik Margules y Luis de Tavira.
Probablemente de ahí surgieron las principales Escuelas de Teatro en México, mismas que han formado a estos que somos hoy y a los que todavía no vienen pero que ya marchan en la intuición de hacer una carrera en la actividad teatral. Lo que resulta complejo es que toda está herencia cultural, literaria y teatral, tan escuetamente mencionada, jamás es asumida cabalmente, mucho menos conocida como el patrimonio cultural invaluable. Todos los diagnósticos, reflexiones, críticas y aportaciones a la historia del teatro mexicano, siempre parten de la idea que venimos de la nada y que por tal razón, hoy por hoy, no hay nada.

La diosa

El 5 de agosto cimplió 50 años de haber partido,

Sigue y seguirá siendo la misma diosa.