martes, 30 de agosto de 2011

Hablemos del Chaflán


Carlos López, mejor conocido como El Chaflán, nació en Durango en 1889 y falleció en un accidente poco explicado en 1942.




              
Garasa, Chaflán, Negrete y la sin par Lucha Reyes.


Según la Historia Documental del Cine Mexicano escrita por Emilio García Riera, tanto el Chaflán como Armando Soto la Marina El Chicote, siendo preferidos de las audiencias en las carpas y teatros móviles durante las décadas de los años treinta y cuarenta, fueron llevados al igual que tantos otros bailarines, comediantes y cantantes para formar parte de los elencos cinematográficos que ya repuntaba como industria. El cine pone en la pantalla por primera vez al Chaflán en: El Águila y el Nopal (1929).

               
Ay Jalisco, no te rajes. (1941).


Posteriormente en 1936, junto a Tito Guizar, René Cardona y Esther Fernández participa en el elenco del emblemático filme: Allá en el rancho grande. Da un buen salto en 1941, participando al lado de Jorge Negrete, Gloria Marín, Víctor Manuel Mendoza, Ángel Garasa, Evita Muñoz “Chachita”, Leopoldo Beristáin “El Cuatezón” y Miguel Inclán en: Ay Jalisco no te rajes. Filme que catapultará como es del vulgo conocido la carrera del Charro cantor y que permite disfrutar de una de las pocas apariciones cinematográficas de El cuatezón Beristáin, quizás el cómico más sobresaliente e importante de las décadas de los años diez y veinte en nuestro país y al cual le dedicaremos algunas líneas en otro momento.


             

Mucho se ha mencionado que el Chaflán jugó el papel secundario de patiño de Jorge Negrete pero según Gacía Riera es prudente aclarar que el cómico, por sí mismo, contaba con una extensa carrera de primera figura confirmada tanto en los set de filmación como en los escenarios teatrales donde congregaba gran cantidad de espectadores dispuestos a disfrutar de su actuación. En 1942, año de su deceso, se estrenó La última aventura de Chaflán, también titulada Avalancha o Los emigrantes, donde él por supuesto lleva el protagónico al lado de Juan Orol y la presentación en México de la bailarina cubana María Antonieta Pons, filme dirigido por Manuel R. Ojeda.

                  
La última aventura de Chaflán (1942)


viernes, 19 de agosto de 2011

El mito de Cantinflas



                    

Hace unos cuantos días celebraron con pompa y platillo los empresarios televisivos propietarios de los derechos de las películas, el centenario del nacimiento de Mario Fortino Alonso Moreno Reyes, quien en su juventud encarnara al popular personaje mexicano conocido como Cantinflas.


            

El maestro Carlos Monsiváis dejó escrito las siguientes líneas al respecto: “De acuerdo a una leyenda con la que él está de acuerdo, el joven Mario Moreno, intimidado por el pánico escénico, una vez en la Carpa Ofelia olvidó su monólogo original. Comenzó a decir lo primero que le viene a la mente en una completa emancipación de palabras y frases y lo que sale es una brillante incoherencia. Los asistentes lo atacan con la sintaxis y él se da cuenta: el destino ha puesto en sus manos la característica distintiva, el estilo que es la manipulación del caos. Semanas después, se inventa el nombre que marcará la invención. Alguien, molesto por las frases sin sentido grita: «Cuánto inflas» o «en la cantina inflas», la contracción se crea y se convierte en la prueba del bautismo que el personaje necesita.”


             
"¿Qué te pasa? Mujer: ¿qué?"


En otros momentos desde la década de los años noventa del siglo anterior, en periódicos y suplementos culturales, he sostenido que Mario Moreno interpretó en medio centenar de filmes al personaje de Cantinflas en claro oscuro, en tres momentos definitivamente diferentes: El primero arrancando en 1936 con la cinta No te engañes corazón, donde el personaje “Canti” realmente arrancado de la carpa y trepado a contra pelo en el set cinematográfico encontrará desarrollo, crecimiento y rutilante explosión totalizadora hasta en Ahí está el detalle de 1940, pasando por la significativa Águila o sol (Cara o cruz) de 1937 donde junto con Manuel Medel escenifican un skech tal como los que debieron estar presentes en los viejos teatros móviles conocidos como Carpas y que muestran al auténtico personaje del “peladito”, reminiscencia de la comedia profana española enclavada profundamente en la raíz del teatro popular italiano que tanto influenciara a los creadores ibéricos, franceses, ingleses y alemanes del Renacimiento; la segunda etapa está significada por el periodo que va de 1941 arrancando con Ni sangre ni arena y concluye en 1952 con El señor fotógrafo, lapso en el cuál el personaje original se diluye como el blanco y negro en las pantallas cinematográficas; apareciendo en una tercera etapa inocua en color con El bolero de Raquel de 1956 y que habrá de terminar con El barrendero en 1981, incluyéndose La vuelta al mundo en ochenta días (1956), Pepe (1960) y Don Quijote cabalga de nuevo (1972).


              
Skech: Cantinflas, Mantequilla y Manuel Medel.


El personaje es un carácter, una envoltura sutil de emociones y sentimientos disfrazada bajo los ropajes del actor y subsumida en éste en una suerte de simbiosis única actuante, que posee la gran virtud y cualidad de poder ser disfrazada y subsumida en el cuerpo de otro actor donde la esencial sutil y cualidades dramatizadas (en acción) deberán prevalecer reaccionando en todo momento a los embates de la situación inesperada que enfrenta. El cine en su cualidad de congeladora del presente, ese presente de la historia cinematográfica exhibida en la pantalla, distancia y difícilmente permite distinguir entre el actor y el personaje. Dicho en otras palabras, difícilmente podremos aceptar a un Rick Blaine sin Humphrey Bogart o una Lisa Lund sin Ingrid Bergman en Casa Blanca, un Polito Sol sin Mario Moreno en Águila o Sol o un Calabacitas tiernas ¡Ay que bonitas piernas! sin Tin Tán y la actriz argentina Rosita Quintana.

Sostengo pues que Cantinflas vivió y existió plenamente en la primera etapa. Diluyéndose de a poco en la siguiente hasta extinguirse completamente en la última marcada por el color y la internacionalización de la persona que fue Mario Moreno Reyes.







miércoles, 3 de agosto de 2011

Inicio de mi nueva novela: COINCIDIR

Vladislav Pérez Ramírez no es un nombre propio, es verdaderamente, una calamidad. Una peste. Un desastre. Una catástrofe. ¿Quién llamándose Vladislav Pérez Ramírez en éste país de porquería puede vivir sin sobresaltos? Es más: ¿quién se llama Vladislav Pérez Ramírez? Pero aunque nadie lo crea, yo me llamo así. Y en mi nombre está el sino tristísimo de una historia.

Anunciado mi nacimiento por los augurios :-quisiera decirlo pontificalmente. Quisiera tener el cinismo de señalar que una paloma trajo la feliz noticia, recibida con alegría y gozos inauditos apesar de que el vientre intocado habría de engendrar. Quisiera incluso, advertir que el anuncio de mi llegada provocó dicha, entereza y renovación de los votos entre mis progenitores… No fue así. Vine al mundo como tantos otros, de una madre que ya antes se esforzaba por mantener a flote otros dos lastimeros retazos de carne famélica que ha duras penas podían sobrevivir de la manera como lo hacían. Vine al mundo, de una madre soltera que no lo era, pero que en cuanto quien me engendró en ella supo que pariría de nuevo, harto de no contener el flujo de sus deseos y los frutos de esos mismos la dejó, dejándonos de paso con ella. Y la vida, antes y después del parto, fueron un martirio. Una constante batalla con los remordimientos, con los anhelos rotos, con los amores truncados, con la paupérrima dotación de alimentos, con el vestido, con la vivienda, con todo. Nada alcanzaba para tres hambrientos chiquillos y una madre sin brújula ni futuro. A mi madre los paraísos, si los hubo, se habían postergado. Las esperanzas, de un día nuevo y menos triste, se habían extinguido. Los anhelos se habían secado. Y secos ya, se humedecieron con los meses y los años, en el alcohol y el embrutecimiento consentido de amores prometidos bajo el influjo siempre embriagador del licor.

Todavía, en los días siguientes de melancolía y profunda tristeza post parto de la madre, viendo el estado raquítico del recién nacido que se debatía en un insólito ataque de bronquitis, decidió la partera llevarlo a bautizar pensando que si el agua bendita no le salvaba la vida, cuando menos sería un buen pasaporte para la otra: aquella, la eterna que le sigue a la vida terrena. Pero oh contradicciones de la existencia, el escuincle después del bautizo pareció ganar nuevos bríos, y milagro de lo inescrutable, salvar la vida no sin harto batallar y sobrevivir a fuerza del milagro. En aquél día importante por evento de las coincidencias, no teniendo nombre que poner en la fe de bautismo lo nombraron Vladislav, que era el primer nombre del monaguillo que acompañaba al cura que se llamaba Deciderato y que bautizaba a destajo, a las prisas en aquella iglesia de barrio los días de visita, previniendo cualquier tipo de sofocón o asalto. Pérez por el padre, y Ramírez, por la madre. Así se escribió el sino de esta historia que comenzó de esa manera.

Los días, los meses, los años se fueron pronto. Andando con el frenesí de la inconciencia etílica, las amenazas, los padres postizos que pasan de largo uno detrás de otro, la depresión, los malos modos, los gritos, los golpes. Días de gris frenesí apenas recompensado con una caricia, una torta, a veces una sonrisa. Pero qué lastima en apariencia a los niños que crecen y se esfuerzan por entender, a su manera, por qué los tunden a gritos, a órdenes y contra órdenes, a rasguños, a manazos. Y entonces la inteligencia infantil dicta hacer berrinches desaforados, hacer cómo que no se entiende nada, que no se oye, que no se sufre… Y el cinismo aparece resultado de la batalla sorda, sin ganador porque todos pierden. Así crecí, llamándome Vladislav.

Mi hermana Herminia, por más despierta se quedó con una madrina, terminó la primaria y dos años de secundaria. Saúl nomás la primaria y echó carrera para el norte. Yo por pequeño y enfermizo, con dificultades, hice el tercero de primaria. Pero salí bueno para los mandados. Para entrometerme aquí y allá. Para traer y llevar mercancías a cambio de unas monedas: nunca sin el cambio correspondiente ni el cumplimiento del acuerdo de recibir algo por mis servicios cabales. Por esa razón, desde los siete años ya me ocupaban en todos los comercios, merenderos, cantinas, tugurios y casas de todo el barrio para hacer mandados, recados y alcahuetear. Unos decían: “Vladi trae aquello”; otros: “Vladi trae acá”; y muchas otras: “Vladi unas monedas de propina por ser tan servicial”. Pero jauja no dura para siempre y fui creciendo, encontrando obstáculos nuevos a mis servicios, competencia y especialidades que ya no estaban a mi alcance ni gustos. A los once años entré de aprendiz de la imprenta de don Cuco Gutiérrez y me di cuenta de la necesidad de ver la vida de otro modo.

Llevaba un paquete e iba en una bicicleta prestada rodando al paso. El que recibiría el paquete estaría en una cenaduría a las ocho treinta en punto y unos diez minutos después se iría, eso me dijeron y por eso iba apurado. Si cruzaba por el parque sería más corto, pero inseguro. Así que fui por la avenida que es camino más largo. Pedaleando parado sobre los pedales ni cuenta me di cuando el carro se cruzó, arrollándome y mandando bicicleta y tripulante al suelo. Tres fulanos se bajaron del carro, dos me dieron de patadas y puñetazos y el otro esculcó la mochila que llevaba en la espalda. Sacaron el paquete, se subieron a su carro y ahí me dejaron desmayado hecho un ovillo. Don Cuco me recogió de la calle y llevó a la clínica más cercana. Así empezó mi vida de aprendiz en la imprenta semanas después.