La verdad, ni idea del tiempo que
paso. Lo supe cuando me miré al espejo. Algunas arrugas nuevas, comisuras
novedosas en el rostro, unas cuantas canas en las sienes, el mostacho y la
barba. Las manos con algunos callos inéditos, salvo el del dedo medio de
siempre por arrastrar la pluma o el lápiz en la aridez de la hoja en blanco. Si
tuviera un comentario correcto a lo que veo reflejado en el espejo sería que,
tengo mayor carácter que antes; he adquirido la máscara natural de un noble
guerrero celta… “¡Mira… que pendejo comentario!”.
El mismo viento frío que arrancó al Emilio Labrocha –que soy yo mismo- de estos andurriales a la orilla del aburrimiento de otros días, lo regresó de ahí dónde el aire tibio llega y da vuelta en torbellinos vertiginosos. Lo regresó cargando la mochila y las mismas botas desgastadas de tanto rodar, de la misma manera que lo arrastró en los ayeres lejanos, cuando el Botudo y su doña Marthita empezaba a enredar boberas sin que nadie hiciera caso a las advertencias y los disparates. Retorno en el año de los oráculos oscuros y el signo del Dragón de agua, a una tierra marcada por más de setenta mil cruces y miles de huérfanos en el insulso arrebato soberbio de una guerra justificadora de cualquier despropósito y hurto sin que nadie quiera admitir que el fascismo y el autoritarismo genocida no murieron en el sótano del Tercer Reinch, las tundras Siberianas, los despachos de Wall Street, las tetas caídas del 09/11, las jaulas en Guantánamo, las mazmorras de Libia y los crímenes consagrados por las sotanas, los rosarios y sus discípulos. Ahora hay un enano descabellado, machete y Kalashnikov en mano capitaneando, empeñado en guerra con las vacuas sombras y fantasmas de sus mismos temores y fiestas de guardar.
Mi departamento otrora habitable,
frente al templo de Cristo Rey en esta ciudad patrimonio de la humanidad es
zona de desastre; infraestructura en caos, en vía de declararse como pérdida
total sin que gobierno alguno pueda asumir el costo en algún presumible
presupuesto de contingencia para desastres naturales. Parece que un tornado
pasó, se aposentó y se quedó permanentemente aquí, bailando allá, entrando y
saliendo por alguna ventana, a través de un socavón... Y lo primero que exclama
el Briagoberto viéndome en el lindel de la puerta abierta: “¡Wey, lo que
necesitas con urgencia es vitamina T! Tacos. Tamales. Tequila… ¡¡Un chingo y
medio de Tequila, cabrón!! ¡No mames pinche Emilio, te ves bien madriado!
¡Fatal!”. De ahí que me mirara en el espejo buscando algo que no supe dónde se
quedó fugitivo y en la clandestinidad, si es que algo extravié... “¿La
inocencia? ¿La crédula complacencia..?” También el reflejo me trae de golpe la
imagen viva del desastre… Melchor, Raspar, Vasaltar. Los inconfundibles
hermanos Reyes, frívolos mascarones de Reyes Magos; figurantes divinos
coronados tumbados mientras el Briagoberto se afana en tratar de levantar mi
mochila antes de que se embarre de vómito y escombros…
“¡Uta Emilio, hubieras
avisado! ¡Una inche postal cuando menos, cabrón! ¡Neta, neta fue un pedote
conservar en estado presentable las instalaciones! ¡Cabrón, te pusiste las
botas… unas cuantas garras en la mochila y te perdiste wey! ¿Quién en sus cinco
sentidos aguanta la ausencia? ¡¿A ver, dime?! ¡Los inches hermanos Reyes venían
año con año a ver que se chingaban, los conoces cómo son de lángaros, mejor les
di posada y nos hicimos compañía! ¡Que vayan y cinches a otros en estas fechas!
¡Que dejen el cubil fuera de sus negocios, ¿o no?! ¡¿O dime, qué..?! ¡¿Qué
hubieras hecho de estar aquí?! ¡¡¡Ponerles el zapatito, sus galletas y su
lechita pa´ dormir!!! ¡¡Estos tres cabrones son peor que los jalapeños actuales
del chaparro y los judas de antaño del negro Durazo en sus buenos días!! ¡¿O
no?!”.
“¡¿Qué me queda en medio de este
desastre, de esta catástrofe planetaria?! Raspar la barra de tinta que he
andado cargando desde mis días en Estambul, mezclar el polvillo con agua fresca
y limpia... Y esperar, haciendo changuitos, que el Diableco de la tinta siga
dormido y dispuesto a reanimarse desde adentro de su pomo casa… De algo debo
estar seguro, como otras tantas veces en el pasado: al Dialeco la ausencia y la
falta de trato a lo mejor lo han hecho huraño, rebelde, grosero, amargo, denso,
livinidoso y contreras… ¡Para cualquier situación debo estar preparado y hacer
sonrisita vallisoletana! Antes que otra cosa: debo levantar a estos Reyes para
que se salgan a buscar su camino, no vaya siendo que cómo hace tanto que no me
miran, me desconozcan y busquen ganarse el pan nuestro de su cada día con el
sudor de mi frente…”