lunes, 13 de abril de 2009

La Gran Comilona Cuaresmeña

La gran comilona cuaresmeña

Emil Emilio Labrocha
labrocha@yahoo.com

"No resistas nunca la tentación. Prueba de todas las cosas y conserva la que sea buena para la mejor ocasión".

Bernard Shaw

Nomás para iniciar la tía Martha trajo a la mesa un par de cazuelonas de barro de Capula: caldo de habas con su cebollita, jitomate, cilandro, ajo, chile güero y su respectivo orégano para el tlachicotón; y unos tamalitos de charalitos frescos al vapor, que nada más de verlos le daban a uno las ganas de rechupetearse los dedos. No puedo asegurar en qué momento todos los comensales nos lanzamos, propiamente dicho, sobre el potaje. Pero sí asevero con lujo de detalle que ese principio no tuvo progenitora reconocida en este lado del orbe.

"No comáis tanto que lleguéis a embruteceros, ni bebáis hasta el punto de que se os caliente la cabeza".

Franklin

He querido hacer una breve pausa aquí, nomás para dar tiempo a relamerme los dedos suficientemente, y para hacerme un taco de tortilla de maíz recién salida del comal acompañada de su sal de grano. Alguien enjundioso se quiso aventar un discurso de esos solemnes, largo, profundo y cesudo... Pero ni hubo quien lo pelara. Porque lo que le siguió a la entrada de habas fueron los clásicos nopalitos en chile negro y guajillo, con romeritos y sus respectivos torresnos de camarón, flotando mansamente en el caldillo espeso. También en platones hondos de cerámica con delicados pescaditos y flores de calabaza pintados en el fondo como adorno, en ellos, unos chiles cuaresmeños rojos y verdes rellenos de queso añejo. Los hubo en seco y otros en caldillo de jitomate por si alguno pretendía mostrar un gustillo más refinado. Orejones de tortilla capeados, coliflores y chayotes envueltos en huevo con queso ranchero de Apatzingán.

Y la mesa atiborrada de trastecitos con las salsas: mexicana, con el rojo del jitomate, el blanco de la cebolla, el verde del cilandro y el chile serrano; rodajas de cebolla morada con trocitos de naranja, chile perón, sal de grano, limón y orégano; lechuga romana, círculos perfectos de jitomate, cebolla rebanada y aderezado todo con aceite de oliva y pimienta negra. Vitroleras medianas con legumbres de todas clases en vinagre: papas, coloflores, nopales, zanahorias, ajos. Todo esto como preámbulo y acompañamiento para las carpas de río freídas en aceite o tatemados en las brasas, de esas que las guares nombran: Acúmaras. Y una olla de barro con frijoles recién hechos por si alguno tuviera ganas.

Aguas de sabor: lima, limón, horchata, jamaica y tamarindo. Cerveza para los mayores. Tequila y aguardiente nomás para abrir los sentidos del gusto y el olfato.

Para los postres aparecieron los licores de frutas de Ucareo: pera, durazno y capulín. La capirotada en miel de piloncillo, pasas en abundancia, pedacera de queso y su respectivo jitomate colorado. Bigotes de torresnos de arroz capeados en huevo, con sus rajas de canela y miel. Ate de membrillo en trocitos con queso de Cotija. Atole blanco. Café de olla endulzado con piloncillo... y la sobremesa que se extendió hasta la hora de la cena. Pero esa, como dice el comercial, "esa es otra historia".

Pienso que probablemente, estimado lector hipotético, no faltará quien se niegue a ser invitado a la casa de mi tía abuela Martha. Porque muchos alimentos no son dietéticos, pero como dijo el mismísimo Lord Byron: "Toda la historia humana atestigua que, desde el pecado de Eva, la dicha del hombre depende de la comida". Y yo agregaría: en la dicha habría que incluir el "meneadillo"...

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