martes, 29 de diciembre de 2009
Otro fragmento del libro que actualmente casi termino.
El efecto que sobre las creencias religiosas tuvieron la divulgación y conocimiento de los descubrimientos científicos del siglo XVIII fue considerable en tanto las minorías ilustradas de cada nación, pero es anacrónico hablar de un conflicto: ciencia versus religión. Como resultado inmediato de la divulgación amplia de los hallazgos newtonianos, el universo físico pareció reflejar más claramente y de manera prístina el poder y perfección de Dios. En general, los científicos fueron creyentes religiosos, no debemos olvidar las líneas de formación de donde procedían; seminarios, universidades normalmente bajo el cuidado de órdenes religiosas. Por ejemplo, ya el estudio de los fósiles estaba empezando a demostrar que los relatos bíblicos de la historia del mundo eran sospechosos e insostenibles; pero hasta ese momento lo anterior apenas había empezado a debilitar la fe general en la conciliación de ciencia y ortodoxia religiosa.
Los ataques a que estaban siendo sometidas las formas más tradicionales de la religión provenían de otras fuentes distintas a las ciencias físicas. El más importante de estos fue el desarrollo de un cristianismo textual e histórico de la Biblia, o por lo menos, del Antiguo Testamento. En este sentido, la critica subrayaba las contradicciones internas de la Biblia como narración histórica y, por consiguiente, socavaba cada vez más la idea de su infalibilidad y juicio de autenticidad. La seriedad de dichos ataques críticos se puede observar en la fuerza de la reacción que produjeron en los fieles la obra más famosa de esa clase, atribuida a Richard Simon: Historie critique du Vienux Testament, publicada en 1678. Y que en las dos décadas siguientes provocó acidas reacciones opositoras. Desde la época de Luís XIV el conocimiento que sobre la cultura china y Confucio, por ejemplo, provocó crecientes dudas sobre la suposición tradicional de que la creencia cristiana era la única base de una conducta virtuosa. Si un practicante del confucionismo, del brahamanismo o un indígena piel roja de las llanuras americanas podía conducirse con tanta dignidad, moralidad y respeto en su vida cotidiana como un europeo cristiano: ¿Sería que, después de todo, la verdad y la salvación no eran el monopolio de una Iglesia o de un sistema dogmático? Así que el conocimiento del mundo exterior -fuera de las fronteras europeas-, y las comparaciones que de ello se empezaron a derivar, fomentó en la mayoría de las naciones europeas una postura más tolerante y liberal en asuntos religiosos. En gran medida la fuente principal fueron las ideas de la religión natural y del deísmo que atrajo a muchos de los miembros de la clase ilustrada de los diversos países, sobresaliendo entre todos Voltaire y su desbordada pluma. La religión natural debió por supuesto mucho al desarrollo de la física y la astronomía. La nueva fisonomía que dio del mundo ayudó en parte a debilitar esa imagen de un Dios todopoderoso: padre celoso, castigador y vengativo, aunque generoso, preocupado por la conducta de su creación. Y la visión romántica general que se reprodujo fue la de una fuente inagotable de simetría y de regulación perfecta que dominaba el universo, como un relojero cósmico que supervisaba los trabajos de la maquina que había construido. Aunque ahora más que nunca parecía estar alejado de las inquietudes, vicisitudes y alegrías humanas. En este mismo sentido, se argumentó que todos los hombres poseían ideas religiosas innatas: Dios existía, dado que la virtud sería premiada y el mal castigado en alguna vida futura, y que existían ciertas leyes fundamentales que el hombre debe obedecer y no alterar en las relaciones con sus semejantes. La obediencia de estas ideas y la reverencia a Dios que continuamente se manifestaba por medio del funcionamiento del universo físico, era todo lo que se necesitaba para una creencia y una conducta correcta y, por consiguiente, para la salvación del alma incorrupta. En ese mismo tenor el ceremonial religioso, las complejidades litúrgicas, y las inútiles e incluso las destructivas sutilezas de la teología académica, eran meras corrupciones de la verdadera religión de la naturaleza. Sólo la intolerancia y el propio interés de los clérigos –al fin hombres-, acompañado de la ignorancia y sumisión del hombre común, explicaban su continuada existencia. Las virtudes cotidianas y la moralidad del hombre sencillo, y no el misticismo y el dogma, eran la verdadera esencia de la religión. Se debería resistir cualquier cosa que tendiera a complicar y a oscurecer su esencial sencillez y, por lo mismo, a separar a los hombres entre sí.
Esa actitud encontró, por supuesto, apoyo entre los legos desencantados de las actitudes religiosas tradicionales imperantes y, por supuesto, afectó el pensamiento dentro de las Iglesias establecidas. Tuvo gran influencia sobre la Iglesia luterana de Alemania y Prusia, donde la enseñanza de la teología en las universidades, sobre todo en Halle, se transformó en una enseñanza racionalista. Esto ayudó a que un aliento de tolerancia religiosa se extendiera sobre Europa durante el siglo XVIII, principalmente manifestada en las últimas décadas del siglo. Por ejemplo, la francmasonería con su vago anhelo de razón y virtud, y con su implícita hostilidad hacía muchos aspectos de las religiones organizadas y de las Iglesias establecidas, se difundiera rápidamente en Europa y pronto
pasara a las colonias americanas, a pesar de las continuas condenaciones papales de 1738 y 1751. Debemos insistir sin embargo, que las tendencias liberales y los conocimientos que se describen de manera breve y esquemática, eran limitados en sus alcances. En todas partes estaban restringidas a las minorías educadas. En esa misma insistencia otro ejemplo: en Francia que era bebedero de la Ilustración, la tolerancia religiosa progresó con suma dificultad y la corriente conocida como jansenismo, la cual había surgido en el siglo XVII como un movimiento religioso entre los sabios, y que teológicamente atribuye al destino preponderancia sobre el libre albedrío en el comportamiento humano –y que en los últimos años del reinado de Luís XIV se había abierto relativamente al pueblo común-, sufrió severas persecuciones. Así pues, para el hombre común de todas partes, tolerancia, religión natural y deísmo eran cosas extrañas y motivo de desconfianza.
La superstición y creencias extrañas a la misma Iglesia oficial eran el caldero donde las personas comunes, de ningún nivel educativo –y que eran los más de la población-, vivían y respiraban en el apego a ritos y ceremonias que no siempre buscaban edificar almas y espíritus, sino satisfacer las debilidades inmediatas de hombres enfundados en hábitos de clérigos que bajo el cincel de la ideología no siempre tenían los ojos puestos en los confines del cielo, sino en las debilidades de la carne propia y de su feligresía. De hecho en Portugal y España, las clases altas de la sociedad se imponían el yugo a las ideas tradicionales católicas a ultranza. En esos términos, las ideas reformistas sobre asuntos de religión, fueron rechazadas de forma sistemática y contundente. Todavía en 1781, como demostración de esta fe la Santa Inquisición ardió a un hombre en la hoguera. La sociedad española, en todas las escalas, fue reacia y hostil a la sola idea de cualquier cambio en los aspectos religiosos. Y lo fue aún más en Portugal, donde en la década de 1760 se calculaba que un diez por ciento de la población estaba conformada por monjas, monjes y sacerdotes.
Sin embargo, las nuevas ideas ilustradas del siglo en los círculos de poder donde monarcas y sus ministros se inspiraban propiciaron que los privilegios, hasta ahora ilimitados en muchos casos de la Iglesia católica, fueran acotados de manera considerable. Y aún fueron más adelante al recortar significativamente el poder del papado en sus reinos. La demostración más evidente de la debilidad papal y de la hostilidad de los poderes monárquicos en la Europa católica fue la supresión de los jesuitas. La extremada ambición, riqueza y papismo de la Compañía de Jesús le acarreó un considerable resentimiento, recelo y envidia de monarcas y gobiernos. Y de un solo tajo, sin enmendaduras, la hostilidad acumulada durante dos siglos se expresó en la expulsión de estos de Portugal en 1756, de Francia en 1764, de España, Parma y las dos Sicilias en 1767. Y del documento de 1773 conocido como Dominus ac Redemptor Noster, donde el papa Clemente XIV bajo la presión de los monarcas disolvió de un plumazo el bastión del papismo, al espíritu de la contra reforma. La disolución de la Compañía de Jesús, muchas veces realizada con abusos y brutalidad innecesarias, fue un indicativo inequívoco de la creciente negativa de los príncipes católicos a tolerar por más tiempo los derechos clericales que les resultaban inconvenientes o amenazantes a su poder. Solo el estallido social de la Revolución francesa y sus consecuencias inesperadas, pudo debilitar esta actitud y establecer nuevamente que la Iglesia católica fuera el bastión del status quo.
"El sueño del progreso en el Siglo de las Luces español llegó a su fin cuando los reyes franceses perdieron sus cabezas y los reyes españoles, decidieron no perder las suyas, regresaron a la práctica del absolutismo ultraconservador."
Cita tomada de:
Carlos Fuentes. El espejo enterrado. Reflexiones sobre España y América latina. Fondo de Cultura Económica. México. 2008.
Los ataques a que estaban siendo sometidas las formas más tradicionales de la religión provenían de otras fuentes distintas a las ciencias físicas. El más importante de estos fue el desarrollo de un cristianismo textual e histórico de la Biblia, o por lo menos, del Antiguo Testamento. En este sentido, la critica subrayaba las contradicciones internas de la Biblia como narración histórica y, por consiguiente, socavaba cada vez más la idea de su infalibilidad y juicio de autenticidad. La seriedad de dichos ataques críticos se puede observar en la fuerza de la reacción que produjeron en los fieles la obra más famosa de esa clase, atribuida a Richard Simon: Historie critique du Vienux Testament, publicada en 1678. Y que en las dos décadas siguientes provocó acidas reacciones opositoras. Desde la época de Luís XIV el conocimiento que sobre la cultura china y Confucio, por ejemplo, provocó crecientes dudas sobre la suposición tradicional de que la creencia cristiana era la única base de una conducta virtuosa. Si un practicante del confucionismo, del brahamanismo o un indígena piel roja de las llanuras americanas podía conducirse con tanta dignidad, moralidad y respeto en su vida cotidiana como un europeo cristiano: ¿Sería que, después de todo, la verdad y la salvación no eran el monopolio de una Iglesia o de un sistema dogmático? Así que el conocimiento del mundo exterior -fuera de las fronteras europeas-, y las comparaciones que de ello se empezaron a derivar, fomentó en la mayoría de las naciones europeas una postura más tolerante y liberal en asuntos religiosos. En gran medida la fuente principal fueron las ideas de la religión natural y del deísmo que atrajo a muchos de los miembros de la clase ilustrada de los diversos países, sobresaliendo entre todos Voltaire y su desbordada pluma. La religión natural debió por supuesto mucho al desarrollo de la física y la astronomía. La nueva fisonomía que dio del mundo ayudó en parte a debilitar esa imagen de un Dios todopoderoso: padre celoso, castigador y vengativo, aunque generoso, preocupado por la conducta de su creación. Y la visión romántica general que se reprodujo fue la de una fuente inagotable de simetría y de regulación perfecta que dominaba el universo, como un relojero cósmico que supervisaba los trabajos de la maquina que había construido. Aunque ahora más que nunca parecía estar alejado de las inquietudes, vicisitudes y alegrías humanas. En este mismo sentido, se argumentó que todos los hombres poseían ideas religiosas innatas: Dios existía, dado que la virtud sería premiada y el mal castigado en alguna vida futura, y que existían ciertas leyes fundamentales que el hombre debe obedecer y no alterar en las relaciones con sus semejantes. La obediencia de estas ideas y la reverencia a Dios que continuamente se manifestaba por medio del funcionamiento del universo físico, era todo lo que se necesitaba para una creencia y una conducta correcta y, por consiguiente, para la salvación del alma incorrupta. En ese mismo tenor el ceremonial religioso, las complejidades litúrgicas, y las inútiles e incluso las destructivas sutilezas de la teología académica, eran meras corrupciones de la verdadera religión de la naturaleza. Sólo la intolerancia y el propio interés de los clérigos –al fin hombres-, acompañado de la ignorancia y sumisión del hombre común, explicaban su continuada existencia. Las virtudes cotidianas y la moralidad del hombre sencillo, y no el misticismo y el dogma, eran la verdadera esencia de la religión. Se debería resistir cualquier cosa que tendiera a complicar y a oscurecer su esencial sencillez y, por lo mismo, a separar a los hombres entre sí.
Esa actitud encontró, por supuesto, apoyo entre los legos desencantados de las actitudes religiosas tradicionales imperantes y, por supuesto, afectó el pensamiento dentro de las Iglesias establecidas. Tuvo gran influencia sobre la Iglesia luterana de Alemania y Prusia, donde la enseñanza de la teología en las universidades, sobre todo en Halle, se transformó en una enseñanza racionalista. Esto ayudó a que un aliento de tolerancia religiosa se extendiera sobre Europa durante el siglo XVIII, principalmente manifestada en las últimas décadas del siglo. Por ejemplo, la francmasonería con su vago anhelo de razón y virtud, y con su implícita hostilidad hacía muchos aspectos de las religiones organizadas y de las Iglesias establecidas, se difundiera rápidamente en Europa y pronto
pasara a las colonias americanas, a pesar de las continuas condenaciones papales de 1738 y 1751. Debemos insistir sin embargo, que las tendencias liberales y los conocimientos que se describen de manera breve y esquemática, eran limitados en sus alcances. En todas partes estaban restringidas a las minorías educadas. En esa misma insistencia otro ejemplo: en Francia que era bebedero de la Ilustración, la tolerancia religiosa progresó con suma dificultad y la corriente conocida como jansenismo, la cual había surgido en el siglo XVII como un movimiento religioso entre los sabios, y que teológicamente atribuye al destino preponderancia sobre el libre albedrío en el comportamiento humano –y que en los últimos años del reinado de Luís XIV se había abierto relativamente al pueblo común-, sufrió severas persecuciones. Así pues, para el hombre común de todas partes, tolerancia, religión natural y deísmo eran cosas extrañas y motivo de desconfianza.
La superstición y creencias extrañas a la misma Iglesia oficial eran el caldero donde las personas comunes, de ningún nivel educativo –y que eran los más de la población-, vivían y respiraban en el apego a ritos y ceremonias que no siempre buscaban edificar almas y espíritus, sino satisfacer las debilidades inmediatas de hombres enfundados en hábitos de clérigos que bajo el cincel de la ideología no siempre tenían los ojos puestos en los confines del cielo, sino en las debilidades de la carne propia y de su feligresía. De hecho en Portugal y España, las clases altas de la sociedad se imponían el yugo a las ideas tradicionales católicas a ultranza. En esos términos, las ideas reformistas sobre asuntos de religión, fueron rechazadas de forma sistemática y contundente. Todavía en 1781, como demostración de esta fe la Santa Inquisición ardió a un hombre en la hoguera. La sociedad española, en todas las escalas, fue reacia y hostil a la sola idea de cualquier cambio en los aspectos religiosos. Y lo fue aún más en Portugal, donde en la década de 1760 se calculaba que un diez por ciento de la población estaba conformada por monjas, monjes y sacerdotes.
Sin embargo, las nuevas ideas ilustradas del siglo en los círculos de poder donde monarcas y sus ministros se inspiraban propiciaron que los privilegios, hasta ahora ilimitados en muchos casos de la Iglesia católica, fueran acotados de manera considerable. Y aún fueron más adelante al recortar significativamente el poder del papado en sus reinos. La demostración más evidente de la debilidad papal y de la hostilidad de los poderes monárquicos en la Europa católica fue la supresión de los jesuitas. La extremada ambición, riqueza y papismo de la Compañía de Jesús le acarreó un considerable resentimiento, recelo y envidia de monarcas y gobiernos. Y de un solo tajo, sin enmendaduras, la hostilidad acumulada durante dos siglos se expresó en la expulsión de estos de Portugal en 1756, de Francia en 1764, de España, Parma y las dos Sicilias en 1767. Y del documento de 1773 conocido como Dominus ac Redemptor Noster, donde el papa Clemente XIV bajo la presión de los monarcas disolvió de un plumazo el bastión del papismo, al espíritu de la contra reforma. La disolución de la Compañía de Jesús, muchas veces realizada con abusos y brutalidad innecesarias, fue un indicativo inequívoco de la creciente negativa de los príncipes católicos a tolerar por más tiempo los derechos clericales que les resultaban inconvenientes o amenazantes a su poder. Solo el estallido social de la Revolución francesa y sus consecuencias inesperadas, pudo debilitar esta actitud y establecer nuevamente que la Iglesia católica fuera el bastión del status quo.
"El sueño del progreso en el Siglo de las Luces español llegó a su fin cuando los reyes franceses perdieron sus cabezas y los reyes españoles, decidieron no perder las suyas, regresaron a la práctica del absolutismo ultraconservador."
Cita tomada de:
Carlos Fuentes. El espejo enterrado. Reflexiones sobre España y América latina. Fondo de Cultura Económica. México. 2008.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
Ponencia
Título:
La Propuesta Empecinada
Responsable:
Mtro. Arnulfo Martínez Villagómez
Institución:
Compañía Trashumante El Carro de Heno A.C.
Resumen:
La educación a través de las áreas artísticas no es un proceso único. Es un panorama mucho más amplio, diverso, exhaustivo y propositivo que la simple exposición de intenciones divulgativas de las disciplinas artísticas. Sus alcances, por supuesto, van más allá del simple proceso de enseñanza-aprendizaje establecido por la SEP en nuestro país. Pues implica un desarrollo sensibilizador, adaptativo y de relación con la vida cotidiana que no poseen actualmente los programas y sistemas empleados en la educación formal institucionalizada. Dos han sido las vías como se presenta la educación artística en la vida cotidiana: una, la empírica de la cual la cultura popular da amplia evidencia y, segundo, la que busca ser una herramienta empleada en el proceso enseñanza aprendizaje en las aulas y las escuelas. En ambas es indudable su valor didáctico y pedagógico. Finalmente, la transmisión de enseñanzas a través de las artes está más en el campo de vivencias personales que en la masificación de conocimientos compartidos.
En este sentido, la misión de las tareas emprendidas por las instituciones dedicadas al rubro cultura debería tener mejor distribución, mayor eficiencia y eficacia.
Breve diagnóstico:
Sabemos desde hace muchísimo tiempo atrás que los educadores formales entendieron claramente que la educación es un proceso que implica el comportamiento adecuado en las distintas esferas de relación entre el individuo, la sociedad y el mundo que le rodea. Reglas básicas de comportamiento como individuos gregarios que somos todos los seres humanos. Personas que integramos una mínima parte de la sociedad y que asimilamos transmitiendo los conocimientos y comportamientos de la misma; en eso radica el sentido de apropiamiento de la cultura; apropiamiento de un territorio, reconocimiento en una serie de costumbres, tradiciones y protocolos que señalan y determinan una pertenencia. Son tan distintos los hindúes de los judíos, como lo son los mayas de los purépechas, o los catalanes de los gallegos. Y sin embargo, todos en la construcción genética somos los mismos seres humanos. La educación entonces responde básicamente en su sentido primario, a una serie de apropiaciones aprendidas y enseñadas de las reglas elementales de comportamiento social que el individuo debe conocer y practicar como parte de la misma sociedad en que se va formando y en la cual transita. Se establece, desde este piso, el carácter pedagógico de la educación; asimismo la educación formalmente institucionalizada salpimentada con una serie de conocimientos básicos también, tales como el leer y escribir, el aprender a sumar o restar, el tener conocimiento de la herencia de la cual se es parte, etc.
Como ya hemos señalado antes, desde el principio los educadores entendieron que la educación es tan sólo un método efectivo de asimilación, de traslado de información y de sobrevivencia del grupo en mitad de un mundo feroz. Es también la forma sencilla de asimilar un credo, una visión determinada del cosmos, un sentido de vida y de la vida que nos rodea. En unas cuantas palabras, nos referimos, a un conjunto de normas.
¿Qué es entonces la educación artística?
Un sistema sensible que estimula, provoca, origina y expone una visión distinta del orden del mundo estableciéndose a través de la sensibilización de cuerpo y espíritu del mismo ser humano. El canto, la lectura, la poesía dicha en voz alta, la danza, la pintura, la escritura como literatura, el enfrentar la ardua disciplina de un instrumento que se niega a ser sometido, la construcción de cosas grandes o pequeñas donde los materiales exigen un rigor, la vestimenta de otros que jamás seré y que permite el teatro; la exploración de zonas sensibles, de extra lenguajes interiores o exteriores en concomitancia con otros seres humanos; incide en que todos los paradigmas de la educación formal establecidos en los programas y métodos empleados por la educación institucionalizada alcanzan una potencialidad inagotable. ¿Por qué? Se construyen a través de las zonas sensibles el apropiamiento, el razonamiento y el entendimiento que de otras maneras es muy complejo desarrollar. Dicho en otras palabras, a través de la música se puede alcanzar el sentido indispensable para que el educando entienda el proceso matemático y sus operaciones; de la literatura el proceso de la minuciosidad; tanto como el respeto y el sentido de pertenencia de grupo; de la danza la comprensión cabal de las potencialidades de su sistema psicomotor; etc. La educación artística es en esencia un elemento en el desarrollo del proceso enseñanza aprendizaje del ser humano en general.
Y entonces, ¿por qué en nuestro país no lo empleamos como una herramienta?
Primero porque se ha creado entorno a los creadores y sus creaciones un estereotipo; donde al igual que en el siglo XVI los artistas pertenecen a una subespecie humana de vagos sin oficio, sin sede ni beneficio; beneficio intangible pero a su vez tan concreto como los números rechonchos de las cuentas de administradores y burocracias que viven de las regalías de los artistas muertos.
Segundo, porque ese supuesto mal vivir de los hacedores de arte se ha querido poner siempre por delante de las razones fundamentales del Estado mexicano para no encarar la educación formal como un proceso integral de desarrollo de la sociedad. La causa principal es que la educación a través de las artes no es vistosa, dócil y lucrativa políticamente como ha demostrado serlo la forma actualmente empleada. Además que implica inversión económica cuantiosa y un cierto grado de especialización y sensibilización que hoy las escuelas normales del país no poseen ni podrán poseer ni en el corto ni largo plazo.
Y por otra parte, los objetivos y fines de las universidades públicas o privadas no son los de formar hombres críticos e integrales proposititos a una sociedad cada día más paupérrima, sino el crear una curricula amplia de titulados sin trabajo, listos a integrarse al mercado laboral de mano de obra barata.
En este sentido, ¿cuál es el papel de la sociedad civil en todo esto?
Desde hace mucho tiempo por vías distintas grupos de individuos han mostrado el interés de formalizar un sistema de lugares a propósito para la práctica de las actividades artísticas; meros sitios de entretenimiento y distracción. Infraestructura necesaria pero incapaz de cumplir con sus fines. A estos sitios les han nombrado como Casa de Cultura: donde el impartir danzas folclóricas regionales, la enseñanza mediana de instrumentos, el abrir pequeños tallercitos de literatura, pintura y otras actividades relacionadas, se han compartido con otras actividades diversas que van desde las clases de cocina, costura o tejido, los talleres para rebajar grasa o la practica del karate, etc. Casas de cultura donde ciertamente la visión general de las actividades de ciertos estratos de la sociedad se ven reflejados pero que efectivamente poco impacto logran en la misma.
Nuestro país es rico en variedad, cantidad, exuberancia y exotismo de sus manifestaciones. De los pueblos autóctonos los patrones de la sociedad española que llegaron con los conquistadores durante el siglo XVI fueron rápidamente asimilados en un proceso sincrético que conforma la herencia que cada mexicano poseemos como bagaje particular: idioma, comida, sentido de pertenencia nacional, identidad cosmogónica, etc. Por vías diversas el Estado mexicano ha tratado de demostrarnos lo contrario, no importando su origen partidista, sin embargo al hablar del valor de la sociedad en la cual se legitima y aferra, el propio Estado recurre de forma recurrente sólo a las artes, a sus artistas y al proceso cultural, buscando un punto desde donde manifestar un vago reflejo de sí mismo. Ante el rostro sensible de las manifestaciones culturales y las artes, la política y sus aberrantes sacerdotes palidecen y no pueden más que humillar sus encorvadas contrahechos cuerpos.
¿Cuál es entonces el papel que la educación artística debería mostrar en todo este proceso?
Es aquí donde nos encontramos con la primera de las grandes encrucijadas del camino. Por una parte la formación institucionalizada y, por la otra, la sensibilidad desbordante del empirismo que ha producido manifestaciones populares paradigmáticas que nos determinan como nación en sones, jarabes; propuestas estéticas de todo tipo.
La educación sensible propuesta por la práctica y conocimientos de las distintas formas artísticas en el aula, en la escuela y como una forma de reconocimiento de la comunidad, es la otra pierna que permitiría un avance integral del ser humano en la educación formal institucionalizada que hoy en México no vemos, pues las reformas constantes al proceso educativo desde la Secretaría de Educación cada vez le delegan más al desván de los olvidos. Y por otra parte, la creación de un sistema paralelo de educación artística, ajeno a la forma como se hace la educación formal institucionalizada, es sin duda un proyecto inviable.
Actualmente dos situaciones son más que obvias cuando se trata de hacer un acercamiento al proceso educativo a través de las artes. Uno, que no se cuenta con sistemas, procedimientos, información ni educación por parte de profesores y educadores en los distintos niveles del ámbito educativo formal. Segundo, que los procesos de acercamiento que los creadores plantean con respecto a la manera como se acoge la enseñanza en las aulas no es el más apropiado, lo cual provoca entonces que se forme una distancia formidable entre el deseo de sensibilizar y la negación de salir del mismo sistema ya establecido y por mucho probado del sindicalismo rampante y las políticas formales de la empresa educativa institucionalizada en la cual cobran sus quincenas. Minucias que lastran la relación: ni los profesores son capaces de admitir sus rezagos, desinformación y poca iniciativa por cambiarlos; ni los creadores son capaces de admitir las enormes deficiencias de su formación orientada a otros ámbitos más inmediatos y menos dispuestos a la trasmisión del oficio. Sabemos que no basta con saber fechas y nombres de personajes para ser historiador; tal como queda claro el que no es suficiente saber bailar para considerarse bailarín, mucho menos coreógrafo; o ser desinhibido y de buena memoria para vivir un personaje y ser considerado actor. Los procesos son aún más complejos y delicados que los mismos resultados. La primera aspiración podría plantearse en la creación de públicos y la apreciación de las artes como un primer proceso de aproximación.
En este sentido:
¿Cuál es la pertinencia de institucionalizar las formas artísticas como métodos de enseñanza aprendizaje?
¿Hasta dónde es capaz de ir nuestra propia intuición para entender el proceso de las artes en el aula y en la escuela?
¿La educación artística debe seguir los mismos parámetros y moldes como se imparte actualmente la educación formal en la escuela?
¿Son necesarias las actividades artísticas en el actual sistema educativo mexicano?
E aquí que nos acercamos a un problema medular:
¿Qué ilustra más en el campo cuantitativo y cualitativo el aprovechamiento de un conocimiento? ¿La exposición pormenorizada y memorística de un acontecimiento o el entendimiento de los sucesos?
¿Y cuál es el papel real de las instituciones encargadas del sector cultura?
Las evidencias en Michoacán son particularmente notables. Con todo y que esta entidad cuenta con una vitalidad desbordada en el terreno de la creación popular de las diversas formas artísticas, es evidente que esta preservación no es producto de los buenos oficios de la universidad ni escuelas, mucho menos de la influencia del Instituto Michoacano de Cultura en su momento, ni de la actual Secretaria de Cultura. En este sentido, al igual que sucede en el país desde la década de los años cuarenta, la masificación urbana producto de la migración campesina y de los recurrentes desfalcos económicos que las oligarquías en turno han hecho al país, no sólo expulsan a los individuos de las comunidades sino que lanzan a grandes cantidades de mexicanos fuera de las fronteras de la nación. Además de mantener a la economía siempre deprimida y en contención constante. Producto del mismo proceso, el centralismo rampante absorbe los grandes capitales y cualquier tipo de iniciativa que pudiera propiciar un desarrollo regional es visto como una falacia. No viste, ni a la política ni a sus fariseos, las acciones que no cuentan con un respaldo mediático. Y los medios, ni ganas ni intención de ir fuera de su ámbito de confort. En el mismo proceso la infraestructura es raquítica si existe, y no hay capacidad humana disponible que pudieran cumplir con los mínimos objetivos de mantenimiento y aseo de la propia infraestructura. Un ejemplo desalentador de este mismo marasmo es la evidencia de que del total de las acciones realizadas desde la creación de la Secretaría de Cultura de Michoacán, sólo un poco más de un treinta por ciento de éstas se hallan realizado fuera de Morelia, teniendo en consideración que son 113 municipios con los que cuenta la entidad.
Desde siempre el reclamo de los pueblos del interior de Michoacán ha sido que el Instituto de cultura en su momento era el moreliano de cultura, hoy en día, esa percepción no ha cambiado con la Secretaría de Cultura. Se sigue percibiendo una lejanía insalvable con respecto a las acciones que la misma realiza. Y las administraciones municipales al respecto tienen un rezago de lustros, tanto en el desconocimiento del trato a los eventos artísticos como a los requerimientos mínimos para su desarrollo.
En este sentido, y entendiendo los costos financieros y los alcances humanos, se hace la siguiente propuesta:
Un programa ambicioso, descentralizador, realmente efectivo sería la creación de delegaciones regionales de la Secretaria de Cultura con sede en las principales cabeceras municipales de las diez regiones en que se ha dividido la entidad. Sedes dotadas de infraestructura: teatro, biblioteca, museo, salones de ensayo, salones para talleres, cinema; administración y presupuesto propios. Delegaciones regionales que por una parte cumplan con los objetivos de la estrategia marcada por la Secretaria de Cultura y el Gobierno del Estado, y por la otra, con los objetivos propios de cada región en tanto infraestructura, promoción, fomento, divulgación, estimulo, preservación y desarrollo en las materias artísticas y culturales relacionadas. Ahora bien, esto permitiría la creación de públicos, la relación con las propias unidades primarias del proceso enseñanza aprendizaje de las regiones que lo son la escuelas; la vinculación y apoyo real a las casas de la cultura existentes, además de abrir la opción de divulgar la obra de nuestros propios creadores en las diversas disciplinas artísticas. Permitiendo la creación de espacios propicios para residencias rotativas, tanto en el ámbito profesional de carrera del servicio público en el área de la administración cultural, tanto como en la presencia de los creadores y la divulgación de su oficio creativo a través de talleres y cátedras.
Morelia, Mich. Diciembre de 2009.
La Propuesta Empecinada
Responsable:
Mtro. Arnulfo Martínez Villagómez
Institución:
Compañía Trashumante El Carro de Heno A.C.
Resumen:
La educación a través de las áreas artísticas no es un proceso único. Es un panorama mucho más amplio, diverso, exhaustivo y propositivo que la simple exposición de intenciones divulgativas de las disciplinas artísticas. Sus alcances, por supuesto, van más allá del simple proceso de enseñanza-aprendizaje establecido por la SEP en nuestro país. Pues implica un desarrollo sensibilizador, adaptativo y de relación con la vida cotidiana que no poseen actualmente los programas y sistemas empleados en la educación formal institucionalizada. Dos han sido las vías como se presenta la educación artística en la vida cotidiana: una, la empírica de la cual la cultura popular da amplia evidencia y, segundo, la que busca ser una herramienta empleada en el proceso enseñanza aprendizaje en las aulas y las escuelas. En ambas es indudable su valor didáctico y pedagógico. Finalmente, la transmisión de enseñanzas a través de las artes está más en el campo de vivencias personales que en la masificación de conocimientos compartidos.
En este sentido, la misión de las tareas emprendidas por las instituciones dedicadas al rubro cultura debería tener mejor distribución, mayor eficiencia y eficacia.
Breve diagnóstico:
Sabemos desde hace muchísimo tiempo atrás que los educadores formales entendieron claramente que la educación es un proceso que implica el comportamiento adecuado en las distintas esferas de relación entre el individuo, la sociedad y el mundo que le rodea. Reglas básicas de comportamiento como individuos gregarios que somos todos los seres humanos. Personas que integramos una mínima parte de la sociedad y que asimilamos transmitiendo los conocimientos y comportamientos de la misma; en eso radica el sentido de apropiamiento de la cultura; apropiamiento de un territorio, reconocimiento en una serie de costumbres, tradiciones y protocolos que señalan y determinan una pertenencia. Son tan distintos los hindúes de los judíos, como lo son los mayas de los purépechas, o los catalanes de los gallegos. Y sin embargo, todos en la construcción genética somos los mismos seres humanos. La educación entonces responde básicamente en su sentido primario, a una serie de apropiaciones aprendidas y enseñadas de las reglas elementales de comportamiento social que el individuo debe conocer y practicar como parte de la misma sociedad en que se va formando y en la cual transita. Se establece, desde este piso, el carácter pedagógico de la educación; asimismo la educación formalmente institucionalizada salpimentada con una serie de conocimientos básicos también, tales como el leer y escribir, el aprender a sumar o restar, el tener conocimiento de la herencia de la cual se es parte, etc.
Como ya hemos señalado antes, desde el principio los educadores entendieron que la educación es tan sólo un método efectivo de asimilación, de traslado de información y de sobrevivencia del grupo en mitad de un mundo feroz. Es también la forma sencilla de asimilar un credo, una visión determinada del cosmos, un sentido de vida y de la vida que nos rodea. En unas cuantas palabras, nos referimos, a un conjunto de normas.
¿Qué es entonces la educación artística?
Un sistema sensible que estimula, provoca, origina y expone una visión distinta del orden del mundo estableciéndose a través de la sensibilización de cuerpo y espíritu del mismo ser humano. El canto, la lectura, la poesía dicha en voz alta, la danza, la pintura, la escritura como literatura, el enfrentar la ardua disciplina de un instrumento que se niega a ser sometido, la construcción de cosas grandes o pequeñas donde los materiales exigen un rigor, la vestimenta de otros que jamás seré y que permite el teatro; la exploración de zonas sensibles, de extra lenguajes interiores o exteriores en concomitancia con otros seres humanos; incide en que todos los paradigmas de la educación formal establecidos en los programas y métodos empleados por la educación institucionalizada alcanzan una potencialidad inagotable. ¿Por qué? Se construyen a través de las zonas sensibles el apropiamiento, el razonamiento y el entendimiento que de otras maneras es muy complejo desarrollar. Dicho en otras palabras, a través de la música se puede alcanzar el sentido indispensable para que el educando entienda el proceso matemático y sus operaciones; de la literatura el proceso de la minuciosidad; tanto como el respeto y el sentido de pertenencia de grupo; de la danza la comprensión cabal de las potencialidades de su sistema psicomotor; etc. La educación artística es en esencia un elemento en el desarrollo del proceso enseñanza aprendizaje del ser humano en general.
Y entonces, ¿por qué en nuestro país no lo empleamos como una herramienta?
Primero porque se ha creado entorno a los creadores y sus creaciones un estereotipo; donde al igual que en el siglo XVI los artistas pertenecen a una subespecie humana de vagos sin oficio, sin sede ni beneficio; beneficio intangible pero a su vez tan concreto como los números rechonchos de las cuentas de administradores y burocracias que viven de las regalías de los artistas muertos.
Segundo, porque ese supuesto mal vivir de los hacedores de arte se ha querido poner siempre por delante de las razones fundamentales del Estado mexicano para no encarar la educación formal como un proceso integral de desarrollo de la sociedad. La causa principal es que la educación a través de las artes no es vistosa, dócil y lucrativa políticamente como ha demostrado serlo la forma actualmente empleada. Además que implica inversión económica cuantiosa y un cierto grado de especialización y sensibilización que hoy las escuelas normales del país no poseen ni podrán poseer ni en el corto ni largo plazo.
Y por otra parte, los objetivos y fines de las universidades públicas o privadas no son los de formar hombres críticos e integrales proposititos a una sociedad cada día más paupérrima, sino el crear una curricula amplia de titulados sin trabajo, listos a integrarse al mercado laboral de mano de obra barata.
En este sentido, ¿cuál es el papel de la sociedad civil en todo esto?
Desde hace mucho tiempo por vías distintas grupos de individuos han mostrado el interés de formalizar un sistema de lugares a propósito para la práctica de las actividades artísticas; meros sitios de entretenimiento y distracción. Infraestructura necesaria pero incapaz de cumplir con sus fines. A estos sitios les han nombrado como Casa de Cultura: donde el impartir danzas folclóricas regionales, la enseñanza mediana de instrumentos, el abrir pequeños tallercitos de literatura, pintura y otras actividades relacionadas, se han compartido con otras actividades diversas que van desde las clases de cocina, costura o tejido, los talleres para rebajar grasa o la practica del karate, etc. Casas de cultura donde ciertamente la visión general de las actividades de ciertos estratos de la sociedad se ven reflejados pero que efectivamente poco impacto logran en la misma.
Nuestro país es rico en variedad, cantidad, exuberancia y exotismo de sus manifestaciones. De los pueblos autóctonos los patrones de la sociedad española que llegaron con los conquistadores durante el siglo XVI fueron rápidamente asimilados en un proceso sincrético que conforma la herencia que cada mexicano poseemos como bagaje particular: idioma, comida, sentido de pertenencia nacional, identidad cosmogónica, etc. Por vías diversas el Estado mexicano ha tratado de demostrarnos lo contrario, no importando su origen partidista, sin embargo al hablar del valor de la sociedad en la cual se legitima y aferra, el propio Estado recurre de forma recurrente sólo a las artes, a sus artistas y al proceso cultural, buscando un punto desde donde manifestar un vago reflejo de sí mismo. Ante el rostro sensible de las manifestaciones culturales y las artes, la política y sus aberrantes sacerdotes palidecen y no pueden más que humillar sus encorvadas contrahechos cuerpos.
¿Cuál es entonces el papel que la educación artística debería mostrar en todo este proceso?
Es aquí donde nos encontramos con la primera de las grandes encrucijadas del camino. Por una parte la formación institucionalizada y, por la otra, la sensibilidad desbordante del empirismo que ha producido manifestaciones populares paradigmáticas que nos determinan como nación en sones, jarabes; propuestas estéticas de todo tipo.
La educación sensible propuesta por la práctica y conocimientos de las distintas formas artísticas en el aula, en la escuela y como una forma de reconocimiento de la comunidad, es la otra pierna que permitiría un avance integral del ser humano en la educación formal institucionalizada que hoy en México no vemos, pues las reformas constantes al proceso educativo desde la Secretaría de Educación cada vez le delegan más al desván de los olvidos. Y por otra parte, la creación de un sistema paralelo de educación artística, ajeno a la forma como se hace la educación formal institucionalizada, es sin duda un proyecto inviable.
Actualmente dos situaciones son más que obvias cuando se trata de hacer un acercamiento al proceso educativo a través de las artes. Uno, que no se cuenta con sistemas, procedimientos, información ni educación por parte de profesores y educadores en los distintos niveles del ámbito educativo formal. Segundo, que los procesos de acercamiento que los creadores plantean con respecto a la manera como se acoge la enseñanza en las aulas no es el más apropiado, lo cual provoca entonces que se forme una distancia formidable entre el deseo de sensibilizar y la negación de salir del mismo sistema ya establecido y por mucho probado del sindicalismo rampante y las políticas formales de la empresa educativa institucionalizada en la cual cobran sus quincenas. Minucias que lastran la relación: ni los profesores son capaces de admitir sus rezagos, desinformación y poca iniciativa por cambiarlos; ni los creadores son capaces de admitir las enormes deficiencias de su formación orientada a otros ámbitos más inmediatos y menos dispuestos a la trasmisión del oficio. Sabemos que no basta con saber fechas y nombres de personajes para ser historiador; tal como queda claro el que no es suficiente saber bailar para considerarse bailarín, mucho menos coreógrafo; o ser desinhibido y de buena memoria para vivir un personaje y ser considerado actor. Los procesos son aún más complejos y delicados que los mismos resultados. La primera aspiración podría plantearse en la creación de públicos y la apreciación de las artes como un primer proceso de aproximación.
En este sentido:
¿Cuál es la pertinencia de institucionalizar las formas artísticas como métodos de enseñanza aprendizaje?
¿Hasta dónde es capaz de ir nuestra propia intuición para entender el proceso de las artes en el aula y en la escuela?
¿La educación artística debe seguir los mismos parámetros y moldes como se imparte actualmente la educación formal en la escuela?
¿Son necesarias las actividades artísticas en el actual sistema educativo mexicano?
E aquí que nos acercamos a un problema medular:
¿Qué ilustra más en el campo cuantitativo y cualitativo el aprovechamiento de un conocimiento? ¿La exposición pormenorizada y memorística de un acontecimiento o el entendimiento de los sucesos?
¿Y cuál es el papel real de las instituciones encargadas del sector cultura?
Las evidencias en Michoacán son particularmente notables. Con todo y que esta entidad cuenta con una vitalidad desbordada en el terreno de la creación popular de las diversas formas artísticas, es evidente que esta preservación no es producto de los buenos oficios de la universidad ni escuelas, mucho menos de la influencia del Instituto Michoacano de Cultura en su momento, ni de la actual Secretaria de Cultura. En este sentido, al igual que sucede en el país desde la década de los años cuarenta, la masificación urbana producto de la migración campesina y de los recurrentes desfalcos económicos que las oligarquías en turno han hecho al país, no sólo expulsan a los individuos de las comunidades sino que lanzan a grandes cantidades de mexicanos fuera de las fronteras de la nación. Además de mantener a la economía siempre deprimida y en contención constante. Producto del mismo proceso, el centralismo rampante absorbe los grandes capitales y cualquier tipo de iniciativa que pudiera propiciar un desarrollo regional es visto como una falacia. No viste, ni a la política ni a sus fariseos, las acciones que no cuentan con un respaldo mediático. Y los medios, ni ganas ni intención de ir fuera de su ámbito de confort. En el mismo proceso la infraestructura es raquítica si existe, y no hay capacidad humana disponible que pudieran cumplir con los mínimos objetivos de mantenimiento y aseo de la propia infraestructura. Un ejemplo desalentador de este mismo marasmo es la evidencia de que del total de las acciones realizadas desde la creación de la Secretaría de Cultura de Michoacán, sólo un poco más de un treinta por ciento de éstas se hallan realizado fuera de Morelia, teniendo en consideración que son 113 municipios con los que cuenta la entidad.
Desde siempre el reclamo de los pueblos del interior de Michoacán ha sido que el Instituto de cultura en su momento era el moreliano de cultura, hoy en día, esa percepción no ha cambiado con la Secretaría de Cultura. Se sigue percibiendo una lejanía insalvable con respecto a las acciones que la misma realiza. Y las administraciones municipales al respecto tienen un rezago de lustros, tanto en el desconocimiento del trato a los eventos artísticos como a los requerimientos mínimos para su desarrollo.
En este sentido, y entendiendo los costos financieros y los alcances humanos, se hace la siguiente propuesta:
Un programa ambicioso, descentralizador, realmente efectivo sería la creación de delegaciones regionales de la Secretaria de Cultura con sede en las principales cabeceras municipales de las diez regiones en que se ha dividido la entidad. Sedes dotadas de infraestructura: teatro, biblioteca, museo, salones de ensayo, salones para talleres, cinema; administración y presupuesto propios. Delegaciones regionales que por una parte cumplan con los objetivos de la estrategia marcada por la Secretaria de Cultura y el Gobierno del Estado, y por la otra, con los objetivos propios de cada región en tanto infraestructura, promoción, fomento, divulgación, estimulo, preservación y desarrollo en las materias artísticas y culturales relacionadas. Ahora bien, esto permitiría la creación de públicos, la relación con las propias unidades primarias del proceso enseñanza aprendizaje de las regiones que lo son la escuelas; la vinculación y apoyo real a las casas de la cultura existentes, además de abrir la opción de divulgar la obra de nuestros propios creadores en las diversas disciplinas artísticas. Permitiendo la creación de espacios propicios para residencias rotativas, tanto en el ámbito profesional de carrera del servicio público en el área de la administración cultural, tanto como en la presencia de los creadores y la divulgación de su oficio creativo a través de talleres y cátedras.
Morelia, Mich. Diciembre de 2009.
lunes, 7 de diciembre de 2009
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