La
historia es una vieja harapienta que muestra sus miserias a quien las quiere
mirar; sesenta años pasados, doce de transición, esparadrapos de olvidos
abandonados en las calles y las plazuelas. Nadie ve. Todos callan. Nadie
recuerda.
Para
muchos mexicanos que votaremos el próximo 1 de julio, la cosa está amarrada ya.
Sin error ha equivocarse el ganador es Enrique Peña Nieto. Sencillo ha
resultado entender que el candidato del PRI es el bueno, los comerciales
publicitarios de la televisión así lo dicen: El puntero es el puntero desde
hace muchos meses atrás. Convencidos de su voluntad y pasión por el bienestar
de la gente nos decimos a nosotros mismos: “Sí, el bello ejemplar, es el
bueno”. No mostramos dudas de que éste será el retorno del partido -nuestro
partido- a los Pinos, al gobierno, a los mandos, al negocio, al cambio que
México necesita y del cuál queremos ser parte. “Las móndrigas tepocadas”
regresaran al patio central de Palacio Nacional con su olor a aguas de
tamarindo, jamaica y limón.
Hace
seis años la gran lucha la dimos en el terreno de las encuestas, las campañas
negras, las televisoras y los cochupos cibernéticos. No importó el fraude si el
enemigo “era una desgracia para México”, aunque nunca tuvimos la capacidad de
comprobar que decíamos con “desgracia”. Hicimos cera y pabilo de un cáncer, de
un mal mayor, de una calamidad que todavía no costaba casi cien mil muertos
–como hoy-, y las más flagrantes traiciones al Estado de Derecho que tanto
pregonamos y que quisimos fuera nuestra legitimidad. Las soberanía de
individuos y estados no la pasamos después por el arco del triunfo, en aras de
una guerra fantasma que cobró vidas y enluto hogares sin ton ni son. Y hoy,
abreviando los últimos tragos del poder, hacemos cruces, decimos plegarias y
tratos oscuros que nos salven el pellejo a fin de cuantas un día la gran
historia como a Churchil, en nuestra megalomanía, nos habrá de reivindicar y
sabrás lo mucho que nos debes.
Se
me calló la sonrisa atada con hilos faciales. Se me hizo mueca de pánico nomás
supe que mi hora de segundo había terminado. “¿Cómo habré de negociar? ¿Cómo
habré de prosperar un hueso en el gabinete nuevo?”. Y el país del machismo
cobró mis desafíos.
Soy
pleve. Y soy 132. Y soy diferencia… Y soy verdugo de mis verdugos y los
verdugos de mis padres, abuelos e hijos…
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