Estuve en Morelia este fin de semana. Se celebraba la
expropiación petrolera y siendo de por aquél terruño quien eso realizó, pues
debíamos festejar y convivir además de que es el fin de semana largo antes de
la Semana Mayor.
Todo transitó en los términos deseados: visitas y jolgorios
con parientes, amigos, conocidos, hermanos, amores… Dormir en la tranquila
afabilidad familiar. Me sacrifiqué –atascadamente- en los sabores de los guisos
de tías, primas y por supuesto, la sazón de mi ama –al leer esta ultima línea
alguien podrá suponer: “sí… tengo el gen del síndrome de Pedro Infante.. ¿y
qué?”-. Así como todo mexicano carga a cuestas al “Jamaicón” Villegas, yo cargo
a cuestas, a Pedrito Infante…
Como ya he dicho “todo transitó dentro de los términos
deseados”, sin embargo en conversaciones diversas de sobremesa me cuentan cosas
perturbadoras por la naturaleza misma de los hechos de los cuales, poco o nada,
dan noticia diarios y noticieros locales haciendo complicidad al cerco
informativo creado a partir de la irrupción –nuevamente- del priísmo fascista
que gobierna la casi totalidad del país. El caso es que en Morelia
-específicamente-, los robos a casa habitación se han incrementado a
exorbitantes cifras sin que exista acción o acto de la autoridad –que se supone
mantenemos para que cuide y prevenga- poniendo coto a ese latrocinio. Y
desafortunadamente, no hablo de oídas, hay varios casos dentro de mi familia.
A las modalidades conocidas se le une ahora otra de cuño
nuevo: llegan a la casa –normalmente habitadas por personas solas, de la
tercera edad o solas en ese momento- dos jovencitas dicharacheras, agradables,
simpáticas promotoras de los programas de ayuda a la población, identificadas
con credencial, uniforme y cuanta papelería es necesaria. Se identifican y le
hablan a la persona por su nombre, ofreciendo datos personales muchas veces
sabidos por su propietario únicamente, y teniendo el pretexto de integrar el
expediente y observar la vivienda penetran –con permiso de la persona- al interior.
Ahí, después de una observación bajo pretexto de ver goteras, humedades y
grietas una de las jóvenes que toma video o fotos lleva a la victima a un lugar
aparte mientras la otra delincuente, esculca y vacía de dineros, alhajas y
cuanto bien puedan atracar. En algunos casos, si la pareja es de hombre o
mujer, o compuesta de dos hombres, encierran a la victima en alguna habitación
mientras ellos vacían –literalmente- la casa, y hay casos en los cuales las
victimas son golpeados también.
Como se observa, detrás de este tipo de atraco novedoso,
debe existir una organización que analiza horarios, informes personales de la
futura víctima y posee algún tipo de respaldo que permite maniobrar libremente
a los perpetradores. No se entiende sin ello que los atracos sucedan a
cualquier hora y lugar de la ciudad. Las victimas están indefensas: primero,
por la edad e ignorancia con respecto a las supuestas acciones de beneficio que
los programas sociales en cuestión y que se ofrecen a la población en general; segundo,
ellas mismas permiten el paso a los victimarios; en la mayoría de los casos no
existe la violencia evidente, aunque ya de suyo el atraco, el robo, sea una
forma de violencia específica.
Desde el gobierno de Cárdenas Batel, después seguido por
Godoy Rangel y ahora por “el ardiente “ Fausto, el incremento de todo tipo de
robos, atracos, secuestros ha ido en crecendo sin que exista un asomo de la
autoridad para proteger a la ciudadanía: fuera de los discursos, los buenos
propósitos y las bendiciones de los curas...
Desde mi punto de vista la solución preventiva, como sucedió
durante el gobierno del sexenio anterior, no es la nota roja a toro pasado que
sólo origina temor, si no que valiéndose de la penetración de los medios
masivos y periodísticos locales, deberían de existir estrategias de información
veraces a la población, a más de una eficiente y pronta respuesta de la
autoridad: una llamada a la policía significa espera de cuarenta o cincuenta
minutos en el mejor de los casos. La aparición de grupos de autodefensa vecinal
o comunal –como el costo de vidas que eso ha implicado-, el enrejado de cuadras
y manzanas enteras en ciudades y poblados, es la respuesta de una sociedad
menospreciada, cansada, vapuleada por la criminalidad y harta de un Estado incapaz
de cumplir con el principio básico de su existencia: proteger y cuidar a la
población que paga con sus impuestos su trabajo, sus vidas regaladas, su
francachelas y todo aquello que implica los goces del nimio poder.