Nunca como ahora he estado más convencido que mi
determinación de finales de los años ochenta fue la correcta. Nunca como ahora
que ya he sobrepasado los cincuenta años de mi edad, que he alcanzado mi primer
atado, sé que tomé la decisión correcta. Y probablemente, hipotético lector, se
pregunte: ¿de qué habla este Emilio? ¿Quién es ese hipotético lector? ¿Por qué
tanta alharaca? ¿A dónde pretende ir con tanto barullo?
En la década de los años ochenta tomé la determinación de
negarme a hablar y pensar en otro idioma que no fuera el castellano. No fue una
decisión tomada sin pensar. Durante un buen de tiempo el pensamiento fue
armándose y tomando forma. La gota que derramó el vaso fue el escándalo Irán
Contras: no sé si se recuerda a Ronald Reagan –un actor mediano- Presidente de
EUA que financió con dineros norteamericanos y truculentas maniobras corruptas
la contra versus la revolución nicaragüense. El costo a la población y al
pueblo centroamericano en sangre, sudor y lagrimas después de los Somoza, fue
terrible. Y la Contra fue algo patéticamente más horroroso, retardante y mísero
para esa nación.
El Imperialismo y su hambre insaciable son objeto de
críticas y observaciones continuadas, nadie puede entender el pensamiento
reinante de que el armamentismo es el camino idóneo para la paz, la depredación
inmisericorde de recursos naturales es justificable, el enriquecimiento
monopólico de bienes es natural, la injusticia fomentada en gobiernitos a modo,
la corrupción como herramienta, el empobrecimiento como táctica y el fomento a
la procreación de costumbres destructivas justificadas en la libre
autodeterminación de salvaguardarse como quien tiene un patio trasero donde
tiliches, árboles, aves, perros y gatos perviven con ratas y alimañas toleradas
sólo como elementos del “bien común” y la “orgullosa nación del norte”. En este
cuadro, todo lo otro del lado sur del río Bravo, somos traspatio.
La decisión tantas veces rumiada se convirtió en imperativo.
Troné para siempre y nunca más el 100% de ingles perfeccionado a lo largo de
esa década con innumerables cursos y viajes a la gringa nación, el alemán que
siendo el idioma que realmente me gusta tuve que sacrificar en aras de una
determinación no negociable y el poco francés que ya había empezado a estudiar
tirando mensualidades ya invertidas. Por tanto, puesto en marcha mi objetivo
irrevocable, desentendí todo aquello que no fuera el castellano y me preocupé
verdaderamente por valorar, entender, usar y saborear con más placer mi lengua
materna en sus distintas gamas. No creo que sea una persona digna de un
homenaje o cosa que se le parezca, soy sí, alguien que ha tomado la decisión de
asumirse como propietario de una voluntad, un tipo a contracorriente, un
ejercicio que enfrenta irreductible y con firmeza la esclavitud que muchas
veces tiene como origen y principio buscar con tesón la impostura de parecerse
“a alguien que jamás serás” vendiendo a cómo de lugar la misma simiente
desconociéndola.
Por que ahora me atrevo a escribir este pasaje
personalísimo: bueno he leído con placer que después del mandarín que le sigue
al inglés por poco, nuestro castellano, es el idioma más empleado por personas
en el Internet y los hispano hablantes crecen y se difunden por el orbe. Mezcla
de lenguas grecolatinas, árabe, ibéricas y enormes aportaciones autóctonas
indígenas continentales de América, nuestro castellano del Siglo XXI es un
poderoso, potente y exuberante gama viva y maravillosa que exige inmersiones
profundas a su ortografía, gramática, vocabulario, sintaxis…
Hoy, la decisión personalísima, tomada a más de veinte años
me tiene satisfecho. En el 96 tomé la determinación de gastar mis dólares
-siendo la única lengua que la gringa gente comprende- en otro sitio que no
fuera allende sus fronteras, por tanto, desde entonces no he regresado a esas
latitudes ni regresaré. Aún Hawai –que tanto me ilusiona- siendo una estrella
de esa bandera habrá de esperar…
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