En días pasados, por razones de trabajo, viajaba en un
cómodo autobús con la pesadez “normalita” de un trayecto largo que a toda
fuerza es molesto e incómodo por muy amigable que trate de ser el ambiente y
uno se abandone al sueño.
Si se recuerda, en contraste con los viejos -no muy lejanos-
vehículos de pasaje terrestre, los modernos transportes han implementado una
serie de comodidades que buscan hacer del trayecto algo menos latoso, menos
molesto… Entre los cambios más visibles hay un mayor espacio para piernas y
rodillas, asientos menos angostos, baños, lonches y refrescos, películas y la
posibilidad de sintonizar música de manera independiente. Pero la materia de
éste texto no son los cambios en los automotores. Sólo agregare que en los
diversos trayectos similares a esté, en otros momentos, he tenido oportunidad
-como cualquier cristiano que se precie-, de ver innumerables refritos
cinematográficos, en algunas ocasiones en recorridos distintos, hasta dos o
tres veces la misma cinta al hastío; normalmente, de acción, de cine
norteamericano, cosa que me da muchísima flojera con los stalone o los willis
en seguidilla constante…Los audífonos y mirar para afuera da la oportunidad de
olvidar la película en la pantalla.
Sin embargo, esta vez la cosa fue diferente y he aquí la
razón de escribir estas líneas. En la pantalla inicia una escena nocturna
veloz: un auto volando propiamente sobre el asfalto de una vía rápida que
lentamente nos vamos enterando se ubica en la ciudad francesa de Paris. Dos
personajes, al volante un morenazo y un blanco como pasajero, irrumpen
desaforados en los carriles de esa vía rápida, es más, van divertidos
escuchando música a fuerte volumen; después de una larga escena de alocada
carrera y rebases múltiples, la policía los acorrala y bajan del auto al
morenazo quien se resiste, pues es el chofer de “un enfermo tetrapléjico en
crisis” y argumenta que se dirigen al hospital; al revisar al copiloto,
efectivamente se ve como la crisis inicia y avanza haciendo escupir saliva y
ponerse lívido al enfermo; los policías se espantan, se perturban, no saben que
decidir ante el cuadro sorpresivo y los gritos desaforrados del chofer quien
les intimida al punto de que se ofrecen a abrir paso al auto rumbo a su destino;
al abordar y reiniciar la marcha del bello Renault –como conclusión de la
escena-, vemos como estos dos malandros ríen de buena gana disfrutando su
osadía, abriéndose paso tras las sirenas de las patrullas…
Así inicia la cinta Intouchables de los franceses: Olivier Nakache y
Éric Toledano. Filme delicioso que narra, basada en una historia real, un
pasaje de la vida de Philippe Pozzo di Borgo, autor del libro Le Second souffle, tetrapléjico desde el año de 1993 y de su relación con Abdel Yasmin Sellou, su asistente a domicilio. Personajes interpretados en el
filme por los actores François Cluzet y Omar Sy.
En esencia la anécdota es sencilla pero altamente
gratificante: Philippe, un aristócrata que ha quedado tetrapléjico a causa de
un accidente de parapente contrata como enfermero a Driss, un inmigrante de un
barrio marginal recién salido de la cárcel. Aunque a primera vista no parece la
persona más indicada para cuidarlo, juntos aprenden a convivir arrastrando los
resabios y litaciones de un cuerpo endeble tanto como la vitalidad insospechada
de la ignorancia, ejemplificado esto en la mezcla de la música de Vivaldi con
el soul de Earth, Wind & Fire; moviéndose los parámetros entre la dicción
elegante y el mundo del arte, con la jerga callejera… Dos mundos enfrentados
que, poco a poco, congenian hasta forjar una amistad tan disparatada, divertida
y sólida como inesperada.
Esta película que contiene una comedia fina, se convirtió
rápidamente en un fenómeno cultural en Francia, donde fue votada como el evento
cultural del año 2011 por el 52 % de los franceses. Además, la cinta
volvió a popularizar el clásico: Boogie
Wonderland,
de Earth, Wind & Fire que es el motor de una escena vital y
vigorosamente mordaz al celebrar el cumpleaños de Phillippe...
Vale la pena buscarla y disfrutarla.