martes, 19 de julio de 2011

La gordura es sabrosura


A esa pareja le dicen "la torta",
a él la Telera, por largo y pegajoso;
a ella el Jamoncillo, por apretada".

Hoy que vivimos la moda de las glamorosas tops model. Esas mozuelas apenas pubertas, de tinta y papel que inundan la conciencia a toda hora, las publicaciones y los gustos más íntimos de la muchachada flaca, esquelética. Hoy que los modistos maricones exigen las vestimentas entalladas, estrafalarias en lentejuela y chaquira, pocas carnes, poquísimas y la ausencia casi total de exhuberancias. En éste tiempo de huesos y retazos que ver un cuerpo femenino potable, es casi observar una tabla rasa andando al compás del songo. Se nos olvida, por simple olvido o ignorancia plena que para nuestros padres y abuelos -no hace tanto, nenes-, las mujeres sabrositas, cachorritas y bien apetecibles eran lo que hoy podríamos definir como verdaderos jamoncillos, no por grasosas y saladas, sino más bien porque de haber tenido oportunidad con esas barrigoncitas y ausentes de cintura, deseaban emparedarlas entre ellos y el colchón… Bueno, cuando menos, en el asiento trasero del fordcito 54.

He dicho ya que los gustos cambian. Muy probablemente resulte un verdadero asco para más de uno, imaginar un mundo de regordetes al estilo del pintor colombiano Botero: toreros redondos, azafatas y médicos rollizos, vendedores de pan o legumbres circulares, gordos de todos tipos y edades en bicicleta por el parque, regordetas rubicundas y rechonchas en actitud de hacer la nunca jamás olvidada cacería ritual del amor... En fin, ejecutando todas las inimaginables cosas, de todos los días, esas que hacemos o dejamos de hacer en la vida cotidiana y común. Un verdadero país, que digo ¿país?, ¡UN CONTINENTE! Un continente de rechonchos y rubicundas cuya circunferencia no estuviera delimitada por el anchor de los espacios en el colectivo. Un continente cuyo espesor se pudiera medir por libras o decenas de kilos. Un estadio ideal de redondos cachetones y rollizas voluptuosas comiendo a todo tren.

De inmediato, como una ráfaga de fantasmal, saltan aquellas voces que hablan de los peligros inminentes de tanta gordura junta. Ante esa masa huma los ejércitos de regordetes, batallones de infantería, tendrían que cavar trincheras tres veces más profundas que lo normal y ello ocasionaría verdaderos trastornos en los mantos freáticos, en los campos de batalla con tamaños socavones: ¡Imaginemos una carga de infantería a bayoneta calada y ombligo al aire! Hay quien dice que no significarían el menor problema para los francotiradores pues tendrían mucha superficie a dónde tirar y atinarle. Pero… ¿Y el tamaño anormal de los chalecos antibalas en una situación así? Aquellos rollizos monumentos de carne y hueso, uno junto a otro, serían tanto como una cortina de hierro de grueso espesor avanzando. Ora que si fuera a paso veloz corto, jadeantes y sudorosos, como estampida de paquidermos locos: ¿Ay nanita? Si no se muere del susto el enemigo: sí del primer contacto, la cantidad de despanzurrados...

Un tema más sería la bonachonería de los políticos los cuales andarían más ocupados en bien comer que en inventar choremas mareadores. Andarían preocupados en descubrir carpas de circo para vestirse que en dar la nota espectacular del momento: como ese idiota comentario de que la vida es más sabrosa con seis mil pesotes al mes; ¡NI SIENDO FLACO!. Más dedicados al bistec que al business de la tranza. Más en la onda del coctel, la chelita helada y la carpa refrita al medio día… Cierto estoy que la mugrosa política sería otra cosa, un trueque: Te convido dos mordiscos de mi emparedado de atún con hongos campesinos, por un trocito de esa crepa de zarzamora. Los brindis sexenales serían con malteadas de chocolate y los informes de gobierno, serían cosas serias, no discursos plagados de banalidades para que aplaudan zalameros: platea y gayola. Por supuesto la defensa de la nación, de la tierra, del continente: campos, hortalizas, fabricas lecheras, establos serían cosa de mucho escrutinio y apego, porque un pedazo, una miga menos, un árbol perdido, una fuente seca, un litoral contaminado, un monte pelón… Serían tanto cómo dejar a un regordete escuincle sin alimento, sin sustento. Y su cuerpo anémico mostraría el prejuicio a las claras. Sería un flaco infeliz, un lacónico continente de pellejos, huesos y chinguiñas en ojos tristes.

Ya sé, ya sé que no faltan los defensores de la flaquencia. Esos animosos y aguerridos dispuesto a iniciar cruzadas santas en contra de la gordura, que no combaten seriamente la cocaína, el alcohol ni el tabaco porque es más lucrativo y basados en los índices altos del colesterol, los triglicéridos y un titipuchal de enfermedades se ceban en los gordos. Ya sé que es mejor mantener el perfil bajo, en una población donde los escuincles se duermen en la escuela -cuando pueden ir- por falta de alimento y horas de sueño que no tienen dado que andan buscando la chuleta como todos sabemos.


1 comentario:

Gunnary Prado dijo...

No me queda muy claro si estás en la defensa o en el "pues así estamos" de la espesura humana.

Sin embargo, (abonando a tu reflexión), creo que hoy por hoy el paradigma femenino va cambiando, son más los caballeros que las prefieren rellenitas... jejeje... sabrás que sé de lo que hablo....

Te mando un abrazo....

Atte.
La chica que aprendió a vivir con sus curvas y empezó a divertirse....