lunes, 3 de diciembre de 2012

2. (siguen los Apuntes de dirección escénica: el espacio)



“El texto de teatro es el único texto literario con capacidad total para soportar una lectura en sucesión diacrónica: el texto de teatro sólo se nos ofrece en un espesor de signos “sincrónicos”, es decir, de signos dispuestos en un espacio, espacializados” [1].

He dicho antes que el espacio escénico está dividido en nueve áreas. Y ello no es ocioso considerarlo. El espacio determina el espectáculo. En él, en el espacio escénico, habita el espectáculo. Si la primera característica del texto dramático es la utilización de personajes figurados por seres humanos, la segunda, indisoluble ligada a la primera, consiste en la existencia de un espacio donde todos seres vivos están presentes. En este sentido, el texto de teatro, a diferencia de otros géneros literarios, necesita para existir, de un lugar, de una espacialidad donde desplegar las relaciones físicas entre los personajes; un determinado lugar donde establecer entre ellos una relación tridimensional.

¿Cuáles son los aspectos de composición que la dirección de escena debe considerar, como principio, en el espacio escénico?

A entender: La unidad, la variedad, la coherencia, el balance, la armonía, el contraste y el ritmo. Por supuesto, cada uno de estos aspectos por sí mismos representan una materia a estudiar, sin olvidar que nunca éstos se encuentran en estado puro, se mueven o comportan dinámicamente y que jamás se hallan estáticos.

Probablemente esa observación, casi obsesiva, por el espacio escénico tenga dos vertientes particulares: primero, el gusto por la distribución, la síntesis, la belleza, la organicidad y el concepto plástico, así como la necesidad de que “el espacio respire” [2]; y segundo, el que sea ingeniero civil tanto como músico.

Si con tanta liberalidad total nos referimos al tono, deberíamos considerar entonces coloratura, tesitura, cuadratura, armonía, unidad, potencia, volumen; respiración y silencio. Todos elementos del tono. En el campo de la actuación esto no está lejos de una sencilla y a la vez compleja dimensión de lenguajes. Tono, no solo remite entonces a la voz, al sentimiento, al enfrentamiento con la situación y el conflicto en que se ve inmerso el personaje; también habla de su co relación lógica con el espacio que es un delicado equilibrio bajo las fuerzas de lo dinámico y lo vital que se extingue ahí mismo.

Imagínese la superficie de un escenario vacío, tal como dice Brook. No importan las medidas de ancho, de profundidad ni de altura. Imaginemos un espacio escénico. Imaginemos esa superficie desolada. Ahora montemos una columna, o un árbol, o decidamos tener un piso con la cuadrícula de un tablero de ajedrez. Si hablamos de altura: un telón. El simple trazo de líneas y colores que conforma por sí mismo la cuadrícula; altura, caída, peso en el caso del telón; dimensión, volumen de la columna o del árbol: afectan decididamente el espacio escénico. Todo provoca una significación. Es simple de imaginar y aún más sencillo de entenderlo.

Pienso en el escenario teatral como un lienzo, como un pañuelo, como una superficie vacía sostenida a unos centímetros del suelo apoyada en un pequeño eje que lo mantiene en equilibrio delicado y que se encuentra ubicado abajo, en el centro centro, de esa superficie. Para comprender mejor esto, pensemos en ponerle una masa cualquiera: ¿que les parece sí dejamos caer una pluma? Un objeto mínimo, de poca densidad, de tan poco peso. Si hiciéramos el ejercicio físico, sin importar el sitio donde pusiéramos la masa en ese espacio escénico, veríamos que por fino y casi sin peso la pluma, nos permitiría observar la modificación del delicado equilibrio. Los extremos contrarios se alterarían suavemente alzándose, modificando el ángulo inicial y hundiéndose en el lugar donde hubiéramos puesto el objeto. Así, sucesivamente, cuantas veces lo hiciéramos cambiando el sitio, modificaríamos el sutil balance. Y como es natural, estas variaciones, en el equilibrio del escenario, serían más contundentes en tanto mayor sea el volumen, altura, densidad; color, forma. Recordemos que el teatro es dinámico y aún en la inmovilidad aparente de los actores, hay variaciones en el equilibrio del espacio. Luego entonces luz, volumen, densidad: cualquier cosa por sutil, lo afectan.

En el primer lustro de la década de los años setenta, por cosas del destino y de los arranques propios de mi primera adolescencia, presencie tres o cuatro happening en la ciudad de Tijuana, así como dos o tres montajes en California del Teatro Campesino que dirigía Luís Valdés: quiero aclarar que entonces ni idea tenía que ha finales de esa misma década me vendría a sumergir hasta el tuétano en el teatro. Gracias a Rodrigo Villamil que me regaló el primer libro de Eugenio Barba [3] que tuve en mis manos, entendí en parte lo que años antes había presenciado, si quieren de manera accidental. No tengo en la memoria los grotescos gestos, los zancos, el colorido, el desaforado movimiento, la estridencia de la música ni los parloteos de la exposición verbal, pero sí guardo en el recuerdo la disposición espacial que siendo al aire libre y con la turba acompañante en movimiento resultaba, en ese momento confusa, pero inusitadamente llamativa. Cuando leí a Barba en el 83, terminando esa lectura con el libro complemento tres años después, aquello que había presenciado, a pesar del obvio caos imperante, estaba determinado y acotado por el espacio escénico. Ese aparente desdén, significaba la potenciación de los significados.

Cada puesta en escena es una revelación. Recuerdo que en el 86 u 87, en el teatro Stella Inda de IMSS en Morelia, mientras montábamos Las trapacerías de Scapín del genial Mollière con un grupo de actores bajo el precepto de aplicar los conceptos del espacio vacío: utilizamos solo el vestuario y una que otra utilería de mano, ambientación y escenografía lograda gracias a una coreografía activísima del elenco que acompañó permanentemente el texto. Recuerdo que ya habíamos realizado funciones en patios, plazuelas y otros foros antes de llegar el teatro del IMSS. Estábamos en una de las funciones: abierto totalmente el foro, sin piernas ni bambalinas y se mostraban sobre éste las varas de iluminación y las carcasas de los reflectores, puentes y callejones lumínicos no estaban a la vista del espectador. Sentado, entre el centenar de espectadores que se hallaban en esa función, tal como ha sido mi costumbre desde que asumí la dirección contraviniendo el principio de Meyerhold: “Después del estreno, no me asomo por el teatro” [4]. El colectivo de actores, en ese momento, se encontraban en forma de media luna sobre las áreas: centro arriba, arriba izquierda –en relación al actor- y centro izquierda. Cuando irrumpiendo, accidentalmente, cae parsimoniosa, en silencio, lenta, delicadamente una pluma venida del tinglado de varas ubicado en las alturas del escenario. Los actores que ha la sazón siempre estaban concientes del espacio, “con un ojo al gato y otro al garabato”, en cuanto detectaron la anomalía irrumpiendo en el espacio escénico; anomalía no buscada, fortuita, ínfima si se quiere; haciendo foco sobre ésta, siguieron la alteración que lentamente fue depositándose, en su fragilidad, como el estallido portentoso de un misil balístico sobre el otro extremo opuesto: abajo derecha. Equilibrando y modificando sutilmente la simetría y el balance del espacio escénico, aun tratándose de una frágil, delicada, sutil, silente presencia contrastada con el descomunal volumen de los actores en el otro extremo. El actor Vicente Montañez, mimo payaso y que encarnaba el personaje Scapin, después del silencio sugerente y tocándole en turno el parlamento, con un par de machincuepas cruzó el plano, recogió en el otro extremo la etérea pluma y continuo con el texto. Un hondo suspiro escapó de la audiencia que espectaba en la penumbra y que no alcanzaba a entender, pero disfrutaba el fenómeno cuasi místico que el espacio, el accidente y los actores estaban produciendo. Años después, ya en la primer década de éste milenio con Gustavo Jiménez, con un texto de Raúl Mejía, Al compás de Bach, nos sucedió algo similar con un globo.

De nada sirve que la persona sobre el escenario sepa de corrido los complicados vericuetos de un parlamento y que los compañeros, ahí mismo, reciten con la misma voluntad. Que esa memoria haga ante el espectador gala y alarde de eso: de memoria. De nada sirven suspiros, gritos, lágrimas de cocodrilo y cuanta artimaña expresiva sea utilizada con la intensión de cumplir. La acción no es por la acción, la anécdota no es por la anécdota, sino que funcionan como trampolín para descubrir el comportamiento humano. Ya lo he dicho, no hacemos teatro para libélulas, por lo tanto, el director debe descubrir las facetas de la complejidad y decir con su puesta en escena qué es lo que piensa de ellas; convierte al director en re escritor de una dramaturgia escrita para el tiempo, para el espacio, para la emoción.

Como he antedicho, el espacio escénico se divide en nueve áreas que a su vez se subdividen, cada una, en nueve áreas. No es una vacilada la idea de que el actor conozca y trabaje: abierto, cerrado, un cuarto, tres cuartos y perfil; derecha o izquierda. Bajo, medio, normal: niveles. Espacialmente, corresponden a referencias indispensables para que la persona en escena, que no se puede ver a sí misma, entienda su ubicación en ésta.

Abrirse a espacios abiertos o cerrados donde las condiciones son controladas, en principio tienen un mismo sustento y fundamento, en tanto la distribución espacial. Nueve áreas. Aún ahí, donde el espacio es tan profundo como una plaza o tan estrecho como el frente de un balcón. No olvidemos que ante todo, el teatro es dinámico, vitalidad y su movilidad es constante. El abordaje y tratamiento es el mismo del lienzo o pañuelo propuesto al principio de éste inciso. Reitero lo dicho con antelación: el espacio determina, y en el espacio escénico, habita la puesta en escena.

Síntesis, economía de medios expresivos escénicos, organicidad, esencialidad: son elementos, componentes, variables propias del espacio escénico.

Hagamos un ejercicio simple. Muchos grupos y directores emplean ésta técnica con cámara fija: El lente de la cámara provoca esta ventana pues sólo podrá observarse lo que el lente permita.

En el sitio de ensayo construyamos un pequeño marco que nos deje mirar la perspectiva por área y todos los elementos en juego. Recordemos que el teatro deviene de un termino griego que indica ventana; sitial a propósito para mirar, para observar, para espectar; también de ahí se infiere el termino espectador. Por lo mismo, lo que el espectador atisba del otro lado del marco, es un mundo. Un mundo bajo reglas específicas tal como señalara Aristóteles [5]: “tiempo, espacio y lugar”. Un mundo extraordinario.

Así, subyace la pertinencia de observar los detalles del plano visual. Permite ir clarificando la concepción, dicho en otras palabras, permite tener en cuenta los elementos actuantes y sus relaciones. La composición del espacio abre a la observación –en su caso, la modificación y redirección- las tensiones que se originan y que impunemente presentamos al espectador. Tensiones dinámicas que tienen que ver con la forma, no con la temática, en cuanto su relación con los componentes y sus afectaciones. Tensiones espacio-temporales que continuamente se van modificando. Si entendemos esto, nos es sencillo comprender la “unidad de la pluralidad” que dice: todo está relacionado con todo. Dicho en otras palabras: el teatro debe sumergir al espectador en un estado excepcional que sólo es posible en la escena, escena que se afecta y contamina con cualquier cambio que en ella provoquemos u se provoque accidentalmente.

Investiguemos: una persona, en una posición neutra dentro del espacio escénico, dependiente de su posición espacial, de los objetos en derredor y de él mismo, provocará una lectura. Una perspectiva. Modifiquemos como ejercicio el plano y observemos el resultado.

La misma persona, la misma posición neutra, los mismos objetos y distribución, pero cambiemos la altura en la que la persona se encuentra. Otra perspectiva. Modificamos el plano y observamos.

Hagámoslo con movimientos “fuertes” o “débiles”, avanzando de arriba a proscenio o viceversa, el puro traslado origina cambios y por lo tanto lecturas al espectador: adecuadas, contrarias o ambiguas. Además que cualquier posición en el espacio crea líneas y figuras geométricas: triángulos, rectángulos, cuadros, etc.

Peter Brook en el Espacio Vacío pensó en cuatro maneras, concepciones de significado, en las cuales se presenta a la vista del espectador el espectáculo, el teatro: “teatro mortal, teatro sagrado, teatro tosco y teatro inmediato”. De ésta sencilla manera nombró sus definiciones y al hacerlo, por supuesto, habló del espacio escénico. Es en el espacio, precisamente por ser en gran medida un “no dicho en el texto” –las didascalias o los diálogos de los personajes aportan datos que permiten inferirlo-, una zona particularmente poblada de vacíos, donde se produce la articulación texto-representación.
 
Las tensiones dinámicas que tienen que ver con la forma, repercuten directamente en la manera como se cuenta la historia y el desarrollo de la historia es un elemento. Brecht dejo dicho que hacer teatro es: “contar una historia, en forma de acción dramática, a un público determinado, en un tiempo preciso”; y la forma de acción dramática implica por ende el espacio de representación y su codificación precisa por los hábitos de una época o lugar.

Forma es fondo.

Así pues, el espacio escénico representa siempre una simbolización de los espacios socio-culturales de una sociedad, de un pueblo.

No pocas veces he visto directores, metida la nariz detrás del libreto o el rostro detrás del atril donde se sostiene el libreto, dirigiendo a unos metros sobre el proscenio. No pocas veces he observado eso, y ya de ahí, desconfió del resultado. El director es un espectador privilegiado, un artista que tiene a su cargo la encomienda, la confianza de todos de que su concepción es la correcta, la más próxima, la más adecuada. ¿Cómo metida la nariz detrás del libreto vea lo que ahí se origina y muestre capacidad para reorientarlo?

“El lugar escénico es como el espejo, a un tiempo, de las indicaciones textuales y de una imagen cotidiana. El espacio teatral es el lugar mismo de la “mimesis” en que, construidos por los elementos del texto, deberá afirmarse, al mismo tiempo como figura(ción) de algo en el mundo” [6]. Sin el, sin el espacio escénico, el texto no puede encontrar su emplazamiento, su modo concreto de existencia.

Por lo mismo puedo afirmar que hay elementos racionalistas, no subjetivos que permiten ver, criticar y analizar la puesta en escena. No niego el carácter subjetivo de muchos componentes actuantes, entrantes, promotores de cambios evidentes o sutiles. Imposible sería pasarlos por alto. Sin embargo, toda puesta en escena que se vale de técnicas, procesos contables que derivan en la producción, codificación de lenguajes y metalenguajes, posee los elementos cuantitativos pertinentes para su análisis.



[1] Semiótica teatral. Anne Ubersfeld. Ediciones Cátedra y Universidad de Murcia. Madrid. 1993.
[2] Memorias Ludwik Margules. Rodolfo Obregón. “La realidad del espacio teatral es mucho más tangible, más convincente que cualquier idea preconcebida, o más bien, que cualquier idea que uno lleva y que pertenece al capital con que se llega a dirigir”. pág. 61.
[3] Las islas flotantes. Eugenio Barba. UNAM. México. 1983. y Más allá de las islas flotantes (ciencias de la puesta en escena, teoría de la práctica escénica). Eugenio Barba. Colección Escenologia. Universidad Autónoma Metropolitana y Grupo Editorial Gaceta. México. 1986.
[4] Teoría Teatral. Fundamentos. Vsevolod E. Meyerhold. Madrid. 1986. “Cuando me voy, en mi persona se va el director. Ya no puedo dirigir el espectáculo y no haré más que sufrir, porque veré como mi idea se va esfumando”.
[5] La poética. Aristóteles. Versión de García Bacca. 3e. Editores mexicanos unidos. México. 1996.
[6] Semiótica teatral. Pág. 110.

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