lunes, 31 de diciembre de 2012

Vacaciones 2012

1.

Por largas horas he seguido sentado aquí, en esta playa casi desértica de una isla diminuta en la costa atlántica de Panamá; dejando transcurrir el tiempo. Muchos ayeres ha que me debía un largo momento así. El trajín, lo cotidiano, el hastío, la rutina.., me asfixiaban ya. Es bueno corretear la chuleta perrunamente con tal de llevarse unos tlacos al bolsillo y pagar las cuentas. Avituallar la alacena. Mostrar puntualidad al casero. Comprarse ropa. Un gusto o dos: vivir más o menos… teniendo frijoles y pan cuando se necesita. Ese es el lado bueno pero, cuando el fastidio hace su aparición y entra por la ventana dando tumbos en todos los rincones, es mejor dejarse llevar por la marisma, el sol, las palmeras y unos largos tragos de ron con menta.





2.

Vine buscando darme un largo baño de sol, del rumor monótono del mar, en un remoto paraíso, alejado del face y cualquier recuerdo que me regrese a mi inmediato e inminente pasado.




3.

Vuelo ciudad de México-Panamá. Me obligo a no caer en la trampa del idioma y me aferro a mi español. Estas sirenas ya trataron de seducirme en otras riberas, estoy curado, ni la cera en mis oídos hace falta…





4.

La isla es tan pequeña, diminuta, inverosímilmente chica que en dos patadas le di vueltas y vueltas estirando las piernas. Tres horas en barcaza desde tierra firme aflojan hasta el más ajustado organismo. Necesitas caminar, para poder dejar de sentir el mareo ligero del vaivén de la barca y que la firmeza del suelo te regresa al centro de ti mismo. Salude a los nativos que hacen las veces de anfitriones tantas veces como los fui encontrando en mi recorrido, rieron de buena gana y hasta creo que en su lengua se pitorrearon de mi presencia casi bizarra.





5.

Quisiera ser como esas europeas que dormitan en las hamacas, se estiran en la arena o juguetean con las olas y que duermen en los otros cuartos de este pequeño hotel silvestre. Quisiera tener ese placer displicente de la ausencia del viejo continente y la rutina. Todavía tengo a cuestas esa sensación fantasma de perseguido por el pasado inmediato, aún no dejo atrás el escritorio, el timbre imprevisto y ruidoso del teléfono, la impertinente vocación del jefe, los cuchicheos y rumores propios de radio pasillo. Quisiera despojarme de cualquier coraza. Quisiera no cargar a cuestas los fantasmones de las musas, los escenarios ni los afeites…




6.

La segunda noche dormí abrazado a su tibio cuerpo arrullado por suave oleaje. Antes de que el sol saliera me despoje de todo mi pasado y pendientes. Me lance desnudo al estero de agua cristalinas, nade estirando los músculos y después, solo después, tumbe las carnes sobre la blanca arena dejando que la brisa salitrosa del amanecer me encontrara sin resistencias. Ahora si, puedo volver a mi lectura inconclusa del Ulises de Joyce.


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