1.
Por largas horas he seguido sentado aquí, en esta playa casi
desértica de una isla diminuta en la costa atlántica de Panamá; dejando
transcurrir el tiempo. Muchos ayeres ha que me debía un largo momento así. El
trajín, lo cotidiano, el hastío, la rutina.., me asfixiaban ya. Es bueno
corretear la chuleta perrunamente con tal de llevarse unos tlacos al bolsillo y
pagar las cuentas. Avituallar la alacena. Mostrar puntualidad al casero.
Comprarse ropa. Un gusto o dos: vivir más o menos… teniendo frijoles y pan
cuando se necesita. Ese es el lado bueno pero, cuando el fastidio hace su
aparición y entra por la ventana dando tumbos en todos los rincones, es mejor
dejarse llevar por la marisma, el sol, las palmeras y unos largos tragos de ron
con menta.
2.
Vine buscando darme un largo baño de sol, del rumor monótono
del mar, en un remoto paraíso, alejado del face y cualquier recuerdo que me
regrese a mi inmediato e inminente pasado.
3.
Vuelo ciudad de México-Panamá. Me obligo a no caer en la trampa
del idioma y me aferro a mi español. Estas sirenas ya trataron de seducirme en
otras riberas, estoy curado, ni la cera en mis oídos hace falta…
4.
La isla es tan pequeña, diminuta, inverosímilmente chica que
en dos patadas le di vueltas y vueltas estirando las piernas. Tres horas en
barcaza desde tierra firme aflojan hasta el más ajustado organismo. Necesitas
caminar, para poder dejar de sentir el mareo ligero del vaivén de la barca y
que la firmeza del suelo te regresa al centro de ti mismo. Salude a los nativos
que hacen las veces de anfitriones tantas veces como los fui encontrando en mi
recorrido, rieron de buena gana y hasta creo que en su lengua se pitorrearon de
mi presencia casi bizarra.
5.
Quisiera ser como esas europeas que dormitan en las hamacas,
se estiran en la arena o juguetean con las olas y que duermen en los otros
cuartos de este pequeño hotel silvestre. Quisiera tener ese placer displicente
de la ausencia del viejo continente y la rutina. Todavía tengo a cuestas esa
sensación fantasma de perseguido por el pasado inmediato, aún no dejo atrás el
escritorio, el timbre imprevisto y ruidoso del teléfono, la impertinente
vocación del jefe, los cuchicheos y rumores propios de radio pasillo. Quisiera
despojarme de cualquier coraza. Quisiera no cargar a cuestas los fantasmones de
las musas, los escenarios ni los afeites…
6.
La segunda noche dormí abrazado a su tibio cuerpo arrullado
por suave oleaje. Antes de que el sol saliera me despoje de todo mi pasado y
pendientes. Me lance desnudo al estero de agua cristalinas, nade estirando los
músculos y después, solo después, tumbe las carnes sobre la blanca arena
dejando que la brisa salitrosa del amanecer me encontrara sin resistencias.
Ahora si, puedo volver a mi lectura inconclusa del Ulises de Joyce.
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