A mis 54 años nada me sorprende. Por x o z razones he
transitado bastante como para estar desengañado y conocer los pasajes
“normalitos” de lo bueno, lo malo y lo regular de la vida social a la mexicana.
Bombardeado como cualquiera por todas las formas:
televisivas, radiales, periodísticas, rumorológicas; de sesudos intelectos
parlantes que defienden una posición con la misma intrépida audacia como lo
hace un gato cuando tiene hambre. ¿Recuerdan la profundidad anchurosa, cuasi
mística, de las mesas de debate del futbol soccer en tertulias o programas
radiales o televisivos? Así, con esa fiereza escatológica… Sin embargo, esta
vez, la materia del embate polemista es la educación, sus mentores, acciones y
despropósitos en un país de derecho y soñadores donde la ley de la oferta y la
demanda capea sin empacho.
Habría que empezar diciendo que el sistema reformista en
andas, se tambalea en algo tan espiritual –por efímero- y a la vez tan
concreto, como lo es la legitimidad. Nadie en sus cabales puede olvidar
–“aunque te hagas guey compadre”-, del cómo, la forma y la manera en que te
subiste –contigo tus iguales- a la silla. Lo mismo en el ámbito federal que en
el ámbito estatal o en el municipal. Eso parece que no le importa a nadie.
Siempre hay una cobija grandota que puede esconder al fantasmón del llamado
“crimen organizado” a quien culpar, aunque los viejos dirían: “gato escondido
con la cola de fuera”. O los rumores del desastre económico o las bototas
lustrosas del centenario ejercito “siempre fiel”.
El caso es que hoy, el priísmo fascista, acostumbrado a
tomar las decisiones en “los bueyes de su compadre”, decide decidir en las
mejoras “convenientes” del futuro. Sin análisis, sin discusión, sin miramientos
ya trazaron la ruta, y ya trazada, empieza la gran maquinaria a caminar
llevando por fogoneros en la vanguardia a los legítimos patriarcas de la razón
y el buen decir: los medios masivos que miran en el principio vital de la
empresa y su utilidad la esencia misma de su “velda”. “Reditúa más callar que
hablar”. Por lo tanto, el valor no radica en explorar las profundas verdades de
la realidad, si no en ocultarlas. Así la autocensura, el cerco noticioso, la
maledicencia, el silente golpismo patético al desgaste, la desinformación son
banderolas, aliados y cómplices de un juego “normalito, común y monolítico”. Ya
don Porfirio -precursor de la herencia-, compraba periódicos que de día le
tapaban la sombra y de noche le velaban el sueño.
Hoy el gran tema, la gran batalla, es la educación institucionalizada.
Las concentraciones enormes que desquician los derechos de terceros, sus
movilizaciones, el ausentismo laboral en las aulas y aquello que resulta más
grave: el bajísimo nivel educativo de una gran parte de la infancia de éste
país. He leído que doctos maestros se quejan del rendimiento pésimo de sus
alumnos en niveles de prepa, licenciatura, maestría y doctorado. El crecimiento
enorme de los “ninis” yendo y viniendo por calles y callejones. Lo que no se
considera es que la educación institucionalizada es sólo una parte del
problema: parte equitativamente proporcional a la educación que los padres
aportan en la casa; parte proporcional a la educación que los niños, jóvenes y
adultos reciben e imprimen en la dinámica en el entorno del barrio, comunidad o
estrato social al que pertenecen. El problema de la educación en cualquier
parte del mundo es una conflictividad más compleja, amplia y diversa de lo que
a simple vista se puede juzgar. No es un asunto simple de sindicalizados,
patrones y usuarios. Cualquier proceso unilateral, por decreto, esta destinado
al fracaso como ya de suyo lo ha sido en los últimos treinta y cinco años.
Vivimos dentro y atrapados en una compleja red compuesta por
palabrerías tendenciosas, maliciosas, de intereses creados donde la no verdad,
el callar y la sumisión, es motivo suficiente para dividir, exasperar y
alarmar.
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