miércoles, 22 de octubre de 2014

Mi nueva amiguis


No es verdad que con las ventanas abiertas, los oídos atentos, los ojos pendientes y el ánimo bullendo, buscando algo, se espante la depresión. ¡Eso no es cierto!

Cuando te deprimes, no sabes en qué momento llegó eso a tu existencia. No entiendes el por qué debes rascar hondo. No te queda claro cuál o cuáles han sido los motivos. Simplemente, vas comprendiendo, casi sin enterarte, que vas descendiendo por una escalera interminable e imperceptible. Tu eres el paso, el cuerpo, el impulso…

Los ayudantes no son otra cosa que muletas que momento a momento te demuestran tus imposibilidades. Y el tiempo camina sin detenerse.

Para quien observa desde adentro, la distancia del abismo, es kilométrica. Para quien lo ve desde afuera, un simple instante que se soluciona con un “viva viva”, un abrazo amoroso, una palmadita en la espalda, una monserga de palabras fútiles y buenos, muy buenos, deseos… Lo peor que le puedes decir al moribundo in extremis es si quiere una carroza con caballos blancos o negros para su cortejo. La lástima es un gesto humano tan simplón que por lo mismo es mortal.

Cuando la depresión te carcome los sentidos, te tritura los huesos, te va dejando indefenso y vacío, no hay defensa posible. Te bamboleas en una cuerda de hilo muy delgado donde, sin ni siquiera darte cuenta, vas cayendo y cayendo a lo profundo negro, sin misericordia ni la más mínima intensión de defensa. Es patético saberte indefenso, anulado e incapaz de hacer algo por ti mismo. Cuando menos escribir algo como triste alternativa…

Uno no decide morirse cuando se desea. Uno no se muere cuando quiere. Y morirse no es un sentimiento, una decisión, una voluntad que uno quiera ejercer; siempre existen motivos para no tomar tal decisión. El principal, la muerte es la ausencia efectiva de voluntad, la no posibilidad de la autonomía, la putrefacción, la inexistencia… Pero cuando la depresión te abraza con sus tentáculos, el pensamiento te ronda, te lame, te acaricia, se frota en tu entrecejo, se acicala ronroneando como gato en brama, es la muerte. ¿Para qué seguir vivo? ¿Para qué ver la amanecida si el nuevo día no trae nada y es igual al anterior? ¿Para qué la noche tan plagada de fantasmas, sueños irrealizables, furtivos anhelos, mortales elucubraciones..?

Un sujeto normal, ajeno al flagelo, quizá poco entienda, tal vez nada…

Luego faltará quien te dirá: no deja de haber buenas razones para salir de eso y seguir adelante... Sí, seguro. Menciona una que valga tanto como esta inche depresión.

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