Con
el advenimiento del neo salinismo disfrazado de priísmo reformador, ha sido más
que evidente el desprecio que los hombrecitos enquistados en la cátedra
universitaria, los títulos, la lisonja heredada de heroicas simulaciones
pasadas (o nuevas, al amparo de la complicidad partidaria), las incapacidades
disfrazadas y el oropel de la notoriedad sienten por las artes; sus sacerdotes,
sus novicios, sus diletantes, sus correligionarios de bregas.
¿En
qué baso mi argumento?: se preguntará el hipotético lector.
Es
evidente que, el neo salinismo enmascarado, explusador de mano de obra e
inteligencias baratas, por décadas no hizo nada por revertir esto.., ¿Por qué
tendría que hacerlo hoy? ¿En el tiempo de las reformas estructurales que habrán
de rendir sólo utilidad, utilidad y sólo eso? La vanagloria ha sido siempre que
el partido fue y será el gran acuñador de las instituciones. El gran papá hace
todo; proveedor de retrasos, miseria, promesas incumplidas, ignorancias
cabalgantes sin coto ni escrúpulo. Compuesto por cuadros (familias), cortes
poseedoras de la todología y remediadores de todas aquellas insufribles
limitaciones que la maza; bullanguera e ignorante, futbolera y televiadicta;
puso en sus manos; destino signado por “el dedo de Dios” en el inexorable libro
del futuro mexicano y que con prontitud reza el mismísimo Himno Nacional.
Pero,
la realidad es y ha sido diferente. Distinta porque los hombrecitos
enmascarados en el boato y la pompa (parásitos ajenos a generar algo que no sea
papelpiedra, complicidad y cinismo), no han podido borrar la evidencia
incuestionable: hombres ignorantes, la gran mayoría sin escuela, desprovisto de
algún futuro, agarrados con pies, manos y garras a la ilusión endeble del
“American dream” heredado de sus abuelos y padres. Expulsados a fuerza del
paraíso han ido a nutrir otras economías, otras ensoñaciones, otros anhelos,
cargando a cuestas la otredad de su color de piel, de sus ignorancias, sus
complejos, sus esclavitudes y sometimientos también herencia de un pasado no
muy lejano. Pero esa inmensa humanidad, ese cúmulo de sueños y anhelos; esa
enorme maza de personas abismadas al olvido y los malos tratos;
discriminaciones, corredizas, miedos a deportaciones y acusaciones hijas del
temor y el miedo del otro. Esos mismo no olvidan: pues cargan en su faldriquera
la nostalgia por la tierra, la herencia de la fe, el idioma (en muchos casos el
dialecto) y el deseo de la vuelta, aunque sea a ver la construcción jamás
terminada de un país inexistente, depredado; jamás abrigador; jamás cariñoso
con el hijo ausente que nunca olvido donde está enterrado su ombligo, dónde el
pomito que guarda sus anhelos, dónde su sonrisa, dónde sus suspiros…
Así
fue para Sigfrido Aguilar. Nacido en un pueblito de la geografía michoacana,
luego de un pasaje muy nutritivo en las inmediaciones del teatro vallisoletano
de la Escuela Popular de Bellas Artes se marchó, como tantos otros; miles,
millones; a buscar el sueño americano sólo llevando a cuestas una maleta
exigua, el rumor de viejas canciones, el rostro de la marca de origen, la
herencia de múltiples voces, susurros, consejas, cuentos… Y se vio sólo, parado
en una empinada y larga culebra cubierta de nieve que ayudaba a limpiar para
que los esquiadores pudieran transitarla. En esos días y noches de soledad, de
trasiego y faenas interminables es que descubrió una riqueza, un tesoro, una
joya que él había exportado y que llevaba sin saberlo: la pantomima. El arte
del gesto; de la comunicación sin palabras; la vía de acceso a corazones y
entendimientos ajenos por todos los medios in imaginados.
Se
debe decir que no fue un descubrimiento sencillo. Que los primeros balbuceos y
pasos nacieron en mitad de los escuincles que consentían una manualidad
mientras esperaban a sus padres esquiadores. Posesionarse del gusto, romper con
el ridículo, desarrollar el hambre por saber, atrapar y ser atrapado por el
oficio, no es ni será cosa fácil. Existen muchos escollos: la desinformación,
los pocos estudios, el que los libros sobre esas materias estén escritos en
otros idiomas, los pocos maestros dispuestos a compartir, el éxito aparente que
se extingue como el efímero espectáculo, la autocomplacencia, la carencia de
humildad, la comprensión de que el común denominador será y es la nula paga…
Todo eso y más.
Pero
Sigfrido se abrazó a su descubrimiento. Se aventuró como quien quema las naves
-ya las había quemado antes-, lanzándose al vacío… Arrastrando detrás de sí la
carreta del destino; los bueyes, el carretero, el camino... Hasta ahí la
historia parece ser convencional de nuevo. Más lo que hace gracia, es que sin
ninguna ostentación, sin buscar la gloria y el reconocimiento Sigfrido ha ido
por el mundo –literal-, por décadas y décadas –ya olvide cuantas-, llevando a
cuestas su rostro, su cultura mexicana, su herencia michoacana… Sin importar
que aquí, en México y en Michoacán, pocos le conozcan y sepan quien es, que ha
hecho, que persigue teniendo en alto sus propias banderas y símbolos que
comparten miles y millones de co nacionales obligados a partirse el lomo y enjugar el sudor en otros
confines porque aquí, en su propia tierra, donde esta enterrado su ombligo,
donde duermen sus sueños y habitan sus anhelos, los hombrecitos desletrados
enquistados en el aula, los cargos burocráticos, la todología alivia todo y la
exhibición de la incapacidad le desprecian, porque no conocen su trayecto,
historia y generosidad.
Añado
diciendo que, Sigfrido Aguilar, “el mejor mimo mexicano y michoacano de los
últimos tiempos”; pienso que el mote más adecuado es: “el mimo emigrado
exportador de la cultura mexicana”, nunca en su estado natal y país le hemos
realizado un reconocimiento del calado de su dimensión.
Nunca
es tarde. Los honores deberían ser en vida, aún es tiempo.
* Imñagenes de los archivos personales del maestro Águilar.
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