"I Lie, I trucos, yo Robar"Los estereotipos, desde una perspectiva psico sociológica, son simplificaciones de la realidad. Una vez que se institucionalizan y se repiten continuamente, influyen también en sus víctimas –espectadores, inermes normalmente- quienes en cierta medida empiezan a aceptarlos como reales. Recuérdese el tono casi perruno que ha sido el estereotipo del habla del alemán en nuestra país, durante el siglo XX. Por su parte el chicano no ha dejado de ser la encarnación, para la cultura dominante –me refiero a la anglosajona-: del machismo, la barbarie, la violencia, el vicio; el chichimeca que avanza del sur -de forma contraria a la tradición- cruzando la frontera con su cuota de irracionalidad; sex machine para las güeras; latin lover, dandi para los güeros; el enamoradizo y galán irredento a pesar de su baja estatura, marcado acento y color de piel; el siempre dispuesto a la trapacería y a la chicanada ruin con tal de ganar a toda costa; ejemplo vivo de la mordida, la tranza, la corruptela que impera del otro lado de la frontera; imperio del vicio, de la perversión, del libertinaje. En tanto estos ejemplares: la raza –los otros, los demás-, no significan nada; nada si me los tengo que llevar entre las espuelas con tal de lograr mi satisfacción, muy personal: ganar.
La imagen de Gory Guerrero, papá de Eddie, el Latino heat.Esta visión tan recalcitrante del estereotipo de lo español –que bien a bien, en esta generalidad, nos define en la impureza de mexicanos; caldo y mixtura de nuestro propio mestizaje- se acuñó en los siglos de la gran guerra entre el naciente imperio británico y el español como una forma de combatir, desde la ideología sajona, lo diferente de los modos culturales bárbaros de sus adversarios, para denostarlos y justificar de esa manera la superioridad de lo sajón y, la necesidad de la guerra, como garante para salvaguardar a los mismos españoles de su condición bárbara. Todos los niños de Estados Unidos saben que fueron 150 peregrinos los que se embarcaron en el Mayflower y llegaron, agotados, el 6 de noviembre de 1620. Esa era la tierra prometida. Plymounth, Massachussets. De entonces a la fecha son conocidos como los Pilgrim Fathers. De 1620 y hasta 1630 se dio la primera migración en gran escala de Europa a Estados Unidos del Norte compuesta por puritanos. (…) No eran tolerantes estos primeros habitantes de la costa este y la democracia que regía estas tierras estaba permeada por leyes severísimas a prácticas como la idolatría, blasfemia, adulterio y hechicería. Cuando esto se analiza con calma aparecen idénticos argumentos en la justificación que promueven la guerra texano mexicana de 1847.
El cash o Lucha Libre es el espectáculo del estereotipo más depurado del mundo, principalmente, el espectáculo de la Lucha Libre estadounidense. Por sus encordados transitan las fobias, los denuestos más bárbaros a rasgos raciales, culturas y credos; siempre en disputa social enmarcada por el momento y en oposición a lo estadounidense. No importa razón alguna pues el estereotipo no necesita explicación. El encuentro entre el público y la significación del escarnio es simple e invita al desahogo: la hilaridad, el desprecio. No hay espectáculo más simplificado que la Lucha Libre estadounidense. Las rechiflas, los gritos colectivos, los abucheos, las muestras de intolerancia y desagrado, están señaladas por el significado que encarna el traje del luchador; no hay misterio, llanamente un mofletudo desfile iconográfico de músculos saturados. En sí lo que determina el resultado del combate no es la habilidad, la temeridad o la sapiencia de las tácticas ofensivas o defensivas del arte luchístico -en el sentido deportivo del término- es simplemente, el ánimo del público con respecto al individuo que representa el icono favorecido o denostado. Vale más una golpiza a la representación étnica del árabe, el mongol, el chino o el chicano que cualquier acto de justicia. Los organizadores del espectáculo saben muy bien como inducir los estados de ánimo de la masa. Una de las reglas es formular la incertidumbre y el deseo de la multitud que devenga en mayores audiencias y mayor raiting televisivo.
Uno de los ejemplos más entrañables de este fenómeno fue admirado por las audiencias estadounidense, mexicana y japonesa –que también gustan de la Lucha Libre- durante la década de los años noventa y los primeros cuatro años del siglo actual. El llamado
latino heat: Eddie Guerrero. Un luchador de ascendencia mexicana norteamericana, hijo de Gory Guerrero: leyenda del pancracio mexicano y compañero del legendario Santo, el enmascarado de plata. Por su parte Eddie, sobre los encordados de la WCW o de la WWE el latino heat significó la representación misma de la iconografía de la minoría chicano mexicana. Su presencia siempre fue acompañada por el tradicional
lowraider; brincador, lustroso, acrobático. Las damas,
Litta o
Victoria, luchadoras también llamadas
Divas por sus generosos atributos y por constituir otra forma de la iconografía. Otro elemento de esta desmesura era el manejo de la lucha acrobática mexicana empleada por Guerrero. Pero por sobre todo, por sus múltiples recursos farfulleros, que por esas cosas inconocibles del comportamiento de las masas, dejaron de ser mal vistas y reprobadas con abucheos, para pasar a formar parte del regocijo y gusto de la audiencia que con expectación esperaba el recurso malandro, pícaro, taimado, oportunista; la triquiñuela, la salida fácil contraria a las reglas de la jurisprudencia y ortodoxia luchística imperantes. La marrullería que simulaba la falta -trasgresión que nunca se produjo- por parte del oponente y por supuesto, a espaldas del réferi distraído. El ataque a mansalva sobre el rival, otra vez, sin ser observado por la autoridad. El uso de sillas u objetos prohibidos como herramientas del combate que luego de ser emplados desaparecían velozmente. Cualquier acción que denotara y pusiera en movimiento la frase de guerra de su tema musical de entrada: Nos mienten, nos engañan y nos roban, nosotros lo hacemos, pero al menos somos honestos al respecto. Y el acto se complementaba con una clásica serie de maniobras llamas Los tres hermanos y el salto desde la tercera cuerda nombra La ranita, por sus raíces en la lucha acrobática y casi suicida mexicana.
En 2006, dos años después de su fallecimiento acaecido durante la temporada regular del circuito luchístico norteamericano, Eddie Guerrero fue elegido al salón de la fama de la Lucha Libre.
Fragmento de mi ensayo titulado: Los andurriales camino a Aztlán.