lunes, 10 de enero de 2011

Memorias del perro 3

En el cine Colonial como ya se ha dicho los jueves pasaban ciclos de películas, a veces extrañas, pero en general muy buenas. La muchachada estudiantil del turno vespertino del Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo que gustábamos del billar, las chelas bien muertas y por supuesto del cine, íbamos en tropel. Ni quien se acordara de las clases del “Brujo”, el “Gato”, el “Plachao” o del “Burro”; todos aquellos ilustrísimos catedráticos preparatorianos que veíamos poco, por su misma inasistencia y la nuestra, como debía ser.



Ahora durante las fiestas navideñas mi amigo el Perro se comunicó conmigo, vía mail. Vive en San Francisco, en gringolándia, según él administrándole el negocio a una rubicunda güera que hará unas dos décadas se topo en un bar de Tijuana bebiendo como náufraga. Dice que él sintió cierto respeto por la manera como meneaba el gaznate la güera, su estilo clásico de empinar el codo y se propuso echarle la mano… Bueno, si… Supongo que se la echó bien o quizás, fue ella... Tienen viviendo juntos desde entonces, tres hijas, un par de casas, varios coches y dos restaurantes. Su buen corazón del Perro y la corazonada –principalmente-, al parecer, dieron buenos dividendos para ambas partes. Pero ese no es el tema. En su mail me dice que no debo olvidar las buenísimas películas que vimos en ese entonces. Y enumeró una buena cantidad de ellas. Así como ciclos de los cuales yo no me acordaba.



Shane o Raíces Profundas (1953) como le pusieron para su distribución en Latinoamérica, es una cinta dirigida por George Stevens basada en la novela de Jack Schaefer. La anécdota es relativamente simple: un pistolero de alma noble (Shane) que se acerca a una granja a pedir un poco de agua, al inicio bien recibido, pero posteriormente corrido de mala manera por el dueño. Unos momentos después llegan otros pistoleros –estos sí furibundos- enviados por el cacique local buscando amedrentar a los granjeros. Aparece de golpe Shane, quien con su sola presencia y gallandía, los espanta e intimida. Lo demás ya ud. lo puede imaginar estimable lector hipotético. El agradecimiento de los granjeros. Unas cuantas escenas cotidianas de trabajos del rancho. La entrañable amistad del niño granjero y Shane. Las miraditas platónicas de la señora del grajero y Shane. Y por supuesto, el momento crucial de los plomazos. No escasean tampoco las escenas donde vemos lo malandrines y jijos de su… que son los malosos. Principalmente, un tal de nombre Wilson (Jack Palace), quien no se cansa ni se le arruga el corazón para hacer trapacerías a la menor provocación, enarbolando tamaña sonrisota cínica y siniestra.





La balacera se pone de a peso cuando Shane (Alan Ladd), se enfrenta a los malandros. Y como ha de suponerse, con triunfo del veloz y hábil pistolero de buen corazón. Tampoco la secuencia épica de la escena final que es una imagen viva del Libro Rojo. Shane tapándose con un pañuelo la herida en un costado del estómago que lo desangra. Evitando así que nadie sepa su tragedia, al tiempo que jala una mueca que quiere ser sonrisa, despidiéndose de los granjeros montado en su caballo que galopa a paso cansino rumbo al ocaso, en el marco eterno del horizonte infinito mientras el jinete se dobla sobre la silla, sin llegar a caer.

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