Luminarias. Velas. Flores de cempasúchil. Parpadeo como si
quisiera atrapar permanentemente esas instantáneas; imágenes luminosas que
lastiman la pupila, confusas pero reconocibles en mis memorias más añejas.
Incluso percibo el sonido del obturador abriéndose cada vez que mis parpados se
cierran y abren. Es una sensación locuaz. Gente limpiando lápidas, quitando
marañas de hojas secas, lavando lozas, pintando leyendas sobre los surcos bien
conocidos de grafías que hablan cosas indestructibles de los difuntos. Gente en
corrillo riendo, comiendo, contando anécdotas, chistes, melancólicos, beodos;
niños, hombres, mujeres, viejos… Gente bailando, cantando allá, expresión de
sones y boleros echados al aire por los mariachis, tríos, músicos de improvisa
que apenas puedo registrar en las imágenes locas que pasan por mis ojos y se
quedan en la memoria como un torbellino girando en vértigo… Altares y ofendas.
Moles, tamales, papel picado, botellas llenas y a medio vaciar… Camino unos
pasos hacia atrás, quiero tener una perspectiva más amplia de ese truculento
torbellino de lúdicas presencias. Mis piernas endebles me hacen rodar, alzando
las suelas de las botas y cayendo pesadamente sobre otros montículos de tierra
que inexorable pienso son tumbas…
“¡Labrocha! ¡Labrocha! ¡Labrocha!” :- rugue el respetable
tras fiero golpe a la tabla de la mesa. He dejado en un santiamén la ficha
ganadora, me pongo en pie abriendo los brazos como abrazando a mis “dignos”
rivales condescendiente y espeto una sonora carcajada llena de orgullo, de
satisfacción, de burlona prepotencia. ¡Veintidós pesos! Cuando la apuesta por
juego ha sido de a tostón. ¡Veintidós pesos!
.- “¡Perros! ¡Súbditos! ¡Mortales al fin metidos a juegos de
dioses! … ¡Paguen! ¡Apoquinen la marmaja sustraída a sus débiles ilusiones!”.
Alzo la copa y brindo con la prole que aún me mira
estupefacta y llena del orgullo que irradia el vencedor. Ese etílico mengur
cruza por mi garganta, quema y baja a las entrañas calentando los intestinos ya
de por sí calientes de otros muchos vasos de mezcales, aguardientes y tequilas.
He bebido, sí. Pero he ganado a ley, reponiéndome de un mal inicio, contra
viento y marea… El triunfo efímero es mi estandarte y nada podrá hacerme sentir
frustración ni pena por los derrotados que ya pagan…
“¡Sigamos festejando! ¡Qué viva la fiesta!” :- grita un
desocupado de aquel lado del galerón. Sigamos, quiero cantar y bailar. Llevar
serenata. Cantarle a la vida, en esta noche de jubilo y festejo. Quiero
compartir mi dicha. No le aunque que mañana los dragones de la cruda sean mi
sino. Cantémosle al canto, a las estrellas, a las durmientes…
Salimos en batallón. Trepamos a los carros y empezamos el
tour del descaro, el cinismo al cantar con aires alcohólicos, voces pastosas,
camino del “despierta, dulce amor de mi vida. Despierta, si te encuentras
dormida.” Y ahí andamos, con éxito rotundo; seis de siete; “son sordas o de
plano andamos urgidos”. Seis ventanas, seis postillos que se abren al cuchicheo
casi imperceptible, al rose de pieles menos imperceptible y a la promesa de
mañana: colofón de esperanza a las ansias hoy prendidas. Hay quien de plano se
pierde en el trayecto hundido en el torbellino…
Estamos frente a la puerta, me toca a mí avanzar dejando en
claro de quien ha sido el triunfo y la noche. Estamos de cara al lumbral y dos
últimos tragos me ofrecen el valor y entereza suficiente para dar el estirón
postrero. Avanzo en los vapores de esos brazos etílicos que me llevan sin
titubeos, sin tropiezos, a ganar otra apuesta echada al aire por las voces que
me acompañan y que se han quedado atrás en cuanto cruzo el limite. Camino y mis
ojos son ese lente que descubre un mundo como la canción de José Alfredo: “Un
mundo raro”. Mis parpadeos son ese sonido del obturador abriendo y cerrando…
Atrapando las imágenes vertiginosas, huidizas, aún ahora no completas... Caigo
en situ de forma grosera. Hacia atrás y alzo las patas al tiempo que siento en
la espalda la tierra floja; siento ansiedad, temor creciente, miedo… Manojos de
cempasúchil y nube seca. Rastrojo. Tierra quebradiza entre los dedos. Un
horrendo miedo en crecendo. Me pongo en pie como un rayo que se va de lado.
Pero trato… Estoy solo y me rodea el largo caminos al muro exterior, filas
interminables de lapidas, monumentos de petra in animación, árboles oscuros
meciendo las ramas al compás de un viento parsimonioso y la luna llena mirando
insomne el horizonte cuajado de estrellas. El silencio que cala en los huesos.
Corro zigzagueando, caigo aquí, reboto allá… El camino es largo, recto e
interminable… el pánico estalla en mis entrañas. Aprieto el paso indeciso… Soy
un grotesco payaso que se deshace en jirones de tiempo tratando de llegar a la
meta… Toco el umbral y salgo ileso. Afuera, nada. Nomás la avenida desierta en
la madrugada. El viento bailando entre los toldos de los puestos de flores
vacíos; nadie, solo y mi alma. Caigo de bruces. Vomito. Y me desmayo…
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