jueves, 7 de febrero de 2013

MIS VACACIONES 2012


II.

Trescientas sesenta y cinco islas tiene este archipiélago en los linderos de Colombia y Panamá. Una por cada día del año. Las hay grandes donde se albergan villas, pueblos, caseríos y ranchos con su infaltable asociación de acémilas, gallinas, perros, conejos, puercos... Las hay también diminutas, cuyas arenas y salientes coralinos se ocultan con cada marea nueva. Otras ni grandes ni pequeñas con palmeras, esteros y parcelas con cultivos donde los nativos han logrado implementar industrias rentables poco agresivas para el ambiente. Y dicen los naturales de estas latitudes que sobresalen de cuando en cuando de las aguas unos macizos de coral, formando una breve islita en los años bisiestos que luego del paso de las semanas y los meses vuelve a desaparecer, lo que origina trescientas sesenta y seis islas: una por cada día del año.

Perdido en el anchuroso mar de aguas azules, cristalinas y profundas. Pasajero de un esquife esbelto y dotado de un motor poderoso, viajo en cuclillas, amonado padeciendo los tumbos del golpe de las aguas en la proa. No doy crédito, si no lo estuviera viendo, de cómo las aguas cristalinas se parten de golpe en mitad de la travesía con otras aguas turbias casi negras que avanzan en sentido contrario rompiendo y trocando lo cristalino y prístino. La fetidez del yodo se torna entonces más picante, es como si al cambio de color le siguiera una nube de aromas potentes, penetrantes, insólitos. El esquife entra sesgado dando una machincuepa antes de asentarse en el nuevo torrente que lucha en sordina oponiendo una resistencia potente y novedosa. Pues no ha de ser tan malo, dado que nadan ahí mismo una mancha de toninas de largos hocicos y complexión más estilizada persiguiendo cardúmenes de sardinas.

Perdí la cuenta del tiempo en que viajamos por estas turbiedades. El sol está en el cenit y he perdido también mi sentido de orientación, si no fuera por el piloto… Ya ni los golpes siento cuando la barca zarandea mi esqueleto, ya los músculos los tengo entumecidos y los ojos cansados de mirar estas agua grises que lo rodean todo hasta el horizonte. ¿Quién mencionó al trópico como un recurso invaluable y prometedor? Ya también dejé de sentir la picazón del yodo. Sin embargo, luego de no sé que tiempo y de apartar la palabra “dolor” de mi diccionario, veo a la distancia una rayita en el horizonte que alguien llama marisma y de súbito, unida al vocablo, la aparición de una franja de reconocibles aguas azules: azules como la de todos los mares del orbe; azules como las aguas del mar de mi imaginación, de la imaginación de cualquiera.

Agarrado a la baranda todavía tardamos un mundo en saltar dentro de las azules esperanzadoras aguas del mar océano de mis recuerdos. De a poco, es como si recuperara el gusto de la mar y sus aromas a salina, algas, yodo, pescado, podredumbre… Otra vez saltamos al entrar en las azules aguas y una mancha de delfines nos recibe con sus cantos de sirenas seductores de marinos curtidos. Veo hacia la popa y bendigo en silencio que las turbiedades se vayan quedando lejos, atrás, a la distancia con mi cobardía y eso que podemos llamar pasmo.

La marisma si es una raya que va creciendo aceleradamente con los contornos de una isla frente al bote.

No hay comentarios: