Resulta realmente gracioso a veces entender cómo, por qué y cuál es la razón final para que vidas totalmente ajenas se encuentren, se crucen, coincidan, se relacionen siguiendo caminos paralelos o entrecruzados en una suerte de madeja enhebrada de hechos y acontecimientos comunes. Eventos sucesivos. Momentos de gloria y desastre, de estúpida brillantez, de empatía y sobrecogedora coincidencia. Hasta que llegado otro momento, de la misma manera un buen día, en un instante determinado se topa con una encrucijada, con un obstáculo insalvable o un insignificante recoveco que cruzar, y entonces todo lo construido se bifurca, para no encontrarse más nunca. Así, con esa compleja sencillez la existencia se construye y desarticula, se arma y desenreda. ¿Qué mueve realmente los hilos de los sucesos? ¿El innombrable? ¿Qué crea la trama de las historias? ¿La libre complacencia del destino? ¿El libre albedrío?
Buscando datos suficientes para complementar esta investigación. Hurgando tal como he dicho antes, en repetidas ocasiones, en almanaques familiares, archivos fotográficos existentes, recortes de periódicos de generosa abundancia en las bibliotecas particulares de la familia. Haciendo investigación de campo. Leyendo en libros de viaje y cuanto documento ha llegado a mis manos, tratando de rehacer la historia familiar. Moviendo de un lado aquí. Removiendo allá otros triques. Me topé con un hermoso diario de viaje de caligrafía exquisita. Precioso e inestimable documento escrito y realizado a tres manos. Con el sello inconfundible y característico de la familia. Legajo grueso, cocido a mano, de tamaño mediano portátil. Forrado en pastas de fino cuero y atado con delicadas tiras de la misma piel. La caligrafía que contienen los folios, por ambas caras en el papel, notoriamente es de las tías Josefina, Clementina y Lucrecia Labrocha Peral. El volumen está compuesto de innumerables anotaciones de una bitácora detallada y bien definida. Dibujos de toda clase. Comentarios al margen del itinerario. Noticias. Anécdotas. Sabrosos chismorreos. Caricaturas de personajes cuyos nombres y nimiedades se asienta al margen, bajo las mismas. Pensamientos propios muy íntimos que las hermanas compartieron durante ese largo viaje, tanto en lo público como en lo privado. Posee además insertos fotográficos, postales, direcciones, boletos de tren, recortes de prensa, telegramas y cuanto chunche pudiera imaginarse pegado como adjunto en las páginas numeradas y fechadas en su mayoría. La introducción señala que el proyecto de éste viaje estaba planeado para 1899. Pretendían pasar las tres hermanas y el abuelo Labrocha el inicio del nuevo siglo en Europa. Desde el día lejano que el viejo ancestro Labrocha había trepado a los navíos de guerra, nunca más regresó al terruño. Esa era la intención, mirar una vez más el lugar donde estaba enterrado su ombligo, pero por causas diversas, se aplazó el viaje hasta ahora abril de 1906, cuando nuevamente el ancestro no pudo viajar de regreso.
Después de la introducción el diario sigue describiendo el viaje en el tren, de la capital al puerto. El ruido constante de los hierros chocando y resbalando entre sí. Los bramidos roncos del vapor escapando por las válvulas de la máquina que bufa. Esos intentos fallidos por dormir un rato, cuando menos. Las marchantes en los andenes de las estaciones intermedias, subiendo y bajando sin tregua ofreciendo su dulce de leche, los tamales, el atole, el te de hojitas, la calabaza en tacha y cuanta comedera llevan en sus canastas. Más después, en la amanecida el paisaje deslumbrador del puerto de Veracruz, donde abordaron el buque Reina María Cristina de bandera mexicana que las transportará como primera escala a Nueva Orleáns. Por su parte, a cargo de la casa familiar, del cuidado del ancestro Labrocha que no viaja por sus achaques, de todos los asuntos comerciales y domésticos, quedaba doña Socorro.
A bordo del barco Clementina y Josefina, tal como sucediera en los viajes anteriores, en su camarote sufrieron durante varias horas de mareos y fuertes ataques de vómito, pero conforme el buque avanzaba y el tiempo pasara, los malestares iban desapareciendo hasta encontrarse perfectamente y a sus anchas luego de ese virulento ataque inicial. Viajaban en compañía durante el trecho de ida de Ignacio Alejandro Labrocha Antuniano y familia. Grupo compuesto además de su hermano Ignacio por la esposa de éste, Leonarda Aurora Fesqueira y sus tres hijos: Ignacio, María Margarita y Lourdes Concepción. Ignacio Alejandro Labrocha Antuniano connotado diplomático y empresario del textil, viajaba con su familia a radicar por unos años a Europa. Con la comisión explícita del gobierno del tío Porfirio de asesorar comercialmente a la embajada mexicana en Berlín. Hombre distinguido era Ignacio Alejandro. Escrupuloso en el vestir. Exigente en las formas. Permanentemente afeitado y oloroso a loción de lirios tropicales. Impecable en los modales y el trato a sus subalternos. De bastísima cultura. Religioso en exceso. Mantenía una férrea disciplina familiar, ni siquiera por accidente, se daba el lujo de hablarle de tu a sus hijos. Tres divisas fundamentaban su hacer cotidiano y la línea de su existencia: el apego y amor sin límites a su familia; el respeto y veneración a la patria, a su padre y lealtad a toda prueba al benemérito Presidente don Porfirio Díaz; y sobre todo, su auténtico compromiso con la Iglesia Católica Apostólica y Romana, mandatos y fe.
Podría decirse sin temor a equivocarse: la familia Labrocha Antuniano era el claro ejemplo del linaje patricio del régimen porfiriano. Inimaginable resulta si quiera pensarse, viendo esa fotografía familiar, tomada unas cuantas horas después de haber zarpado en la cubierta del buque Reina María Cristina, donde aparece don Ignacio Alejandro Labrocha Antuniano cómodamente sentado en un equipal, rodeado a la izquierda de pie con la mano derecha sobre su hombro Leonarda Aurora Fesqueira su esposa y su hija María Margarita, mientras que Lourdes Concepción por más pequeña esta sentada, juguetona, sobre las piernas del padre que en el rostro difícilmente dibuja una mueca de satisfacción. A la derecha, muy derechito y serio, todavía con pantalones cortos Ignacio Labrocha Fesqueira hijo, quien tan sólo unos años después, en junio de 1915 para ser precisos, estará presente y corriendo despavorido buscando refugio en una trinchera del 8º de zapadores en la hacienda de Santa Anna del Conde, a unos cuantos metros en el instante mismo que la granada del obús alcanzara al general Álvaro Obregón y le volara el brazo derecho. Lo cual permitió que Ignacio hijo fuera de los primeros en evitar que el general Obregón se volara la tapa de los sesos con su propia pistola. Y quien va imaginar también que en el 17, Ignacio L. Fesqueira, fuera firmante de la Carta Magna del constitucionalismo. Por su lado María Margarita, siendo todavía una niña, se casó con un distinguido diplomático servio perteneciente a la familia real. Ella desfalleciente, abrazada a su pequeña hija Aurora Amalia, fue fusilada acusada de alta traición y espionaje en un bosque suizo por un pelotón alemán a principio de la primera gran guerra. Lourdes Concepción corrió con mejor suerte. Precoz y coqueta siempre, figuró como modelo en muchos cuadros de incipientes pinta monos tales como Modigliani, Picasso y un tal Diego Rivera que en esos días buscaba lustre y prestigio en las tierras europeas.
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