Muchas veces uno tiene la esperanza, la esperanza siempre fenece al final, de que las cosas pudieran mejorar, cambiar, ser distintas. Pero en Michoacán, eso es más que imposible.
En el país entero la fiebre electorera cunde como fuego. En muchos estados del país en espera del 2012, en que el régimen actual habrá de cambiar, cansados como estamos de la guerra felipista y los doce años de gobiernos azules; en Michoacán, particularmente, de las décadas de gobiernos amarillos. Guerra inútil que no ataca el problema de raíz, si no que se conforma con las pequeñas migajas sopeadas en sangre que ya rebasa los cuarenta mil cadáveres y que enorgullecen al John Rambo de los Pinos. Regímenes azules de un cambio postergado, de alianzas y acuerdos comerciales, incapaces de romper o subsanar un poco la enorme grieta entre la pobreza y la riqueza. Gobiernos de puñaladas traperas y profunda inequidad donde la justicia es injusta, burriciega y necia, en todos los ángulos creíbles.
Arranca también en Michoacán de Ocampo la carrera por los puestos públicos y políticos de elección popular. Quienes compiten, aquellos y no otros, privilegiados por las componendas, cochupos y arreglos de los partidos políticos se alistan descaradamente -haciendo proselitismo aún antes de arrancar las campañas oficialmente- en medios periodísticos, eventos insignificantes organizados por “sus promotores” donde jamás faltan los periodistas y en visitas a comunidades olvidadas, sólo revividas y recordadas, en estas fechas. Ni son los mejores ni los más aptos, según se ha visto a lo largo de sus desempeños públicos; son sencillamente, los mejor consolidados en las trapacerías, componendas, complicidades y arreglos de los grupos “organizados” en partidos políticos a la usanza mexicana: organizaciones de orden militante financiadas con dineros públicos y quienes dicen y hacen lo que les viene en gana en el poder, siempre bajo la bandera de “lo mejor para todos”; aun que jamás nos aclaran quienes son “todos”.
Michoacán es un gran laboratorio, una letrina, el lodazal donde las experiencias se acumulan defenestrándolo todo a lo largo y ancho de la historia política del país. Michoacán es un feudo deforestado ahora, envuelto a ultranza en el enigma mágico de las tradiciones indígenas y la alta cultura que presupone su ciudad capital. Un feudo que ha retornado la cantina y el bule bajo los amplios ventanales de sus palacios de cantera rosa. Un rincón atrapado en la corrupción, el ultraje a ojos vistos, el secuestro de sus garantías constitucionales, el empobrecimiento masivo cuya mejor evidencia es el mundo de paisanos, de ambos sexos, exportados a extranjia sin la menor esperanza de regresar un día a un Michoacán distinto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario