lunes, 31 de diciembre de 2012

DESEOS



¡ FELIZ AÑO Y PRÓSPERO 2013 !


Vacaciones 2012

1.

Por largas horas he seguido sentado aquí, en esta playa casi desértica de una isla diminuta en la costa atlántica de Panamá; dejando transcurrir el tiempo. Muchos ayeres ha que me debía un largo momento así. El trajín, lo cotidiano, el hastío, la rutina.., me asfixiaban ya. Es bueno corretear la chuleta perrunamente con tal de llevarse unos tlacos al bolsillo y pagar las cuentas. Avituallar la alacena. Mostrar puntualidad al casero. Comprarse ropa. Un gusto o dos: vivir más o menos… teniendo frijoles y pan cuando se necesita. Ese es el lado bueno pero, cuando el fastidio hace su aparición y entra por la ventana dando tumbos en todos los rincones, es mejor dejarse llevar por la marisma, el sol, las palmeras y unos largos tragos de ron con menta.





2.

Vine buscando darme un largo baño de sol, del rumor monótono del mar, en un remoto paraíso, alejado del face y cualquier recuerdo que me regrese a mi inmediato e inminente pasado.




3.

Vuelo ciudad de México-Panamá. Me obligo a no caer en la trampa del idioma y me aferro a mi español. Estas sirenas ya trataron de seducirme en otras riberas, estoy curado, ni la cera en mis oídos hace falta…





4.

La isla es tan pequeña, diminuta, inverosímilmente chica que en dos patadas le di vueltas y vueltas estirando las piernas. Tres horas en barcaza desde tierra firme aflojan hasta el más ajustado organismo. Necesitas caminar, para poder dejar de sentir el mareo ligero del vaivén de la barca y que la firmeza del suelo te regresa al centro de ti mismo. Salude a los nativos que hacen las veces de anfitriones tantas veces como los fui encontrando en mi recorrido, rieron de buena gana y hasta creo que en su lengua se pitorrearon de mi presencia casi bizarra.





5.

Quisiera ser como esas europeas que dormitan en las hamacas, se estiran en la arena o juguetean con las olas y que duermen en los otros cuartos de este pequeño hotel silvestre. Quisiera tener ese placer displicente de la ausencia del viejo continente y la rutina. Todavía tengo a cuestas esa sensación fantasma de perseguido por el pasado inmediato, aún no dejo atrás el escritorio, el timbre imprevisto y ruidoso del teléfono, la impertinente vocación del jefe, los cuchicheos y rumores propios de radio pasillo. Quisiera despojarme de cualquier coraza. Quisiera no cargar a cuestas los fantasmones de las musas, los escenarios ni los afeites…




6.

La segunda noche dormí abrazado a su tibio cuerpo arrullado por suave oleaje. Antes de que el sol saliera me despoje de todo mi pasado y pendientes. Me lance desnudo al estero de agua cristalinas, nade estirando los músculos y después, solo después, tumbe las carnes sobre la blanca arena dejando que la brisa salitrosa del amanecer me encontrara sin resistencias. Ahora si, puedo volver a mi lectura inconclusa del Ulises de Joyce.


miércoles, 5 de diciembre de 2012

1 de Diciembre de 2012






MIENTRAS CRECE Y CRECE LA EMBESTIDA DE LA VERSIÓN OFICIALISTA DE LOS SUCESOS DEL 1 DE DICIEMBRE DE 2012 EN LA CIUDAD DE MÉXICO, DONDE INCONFORMES CON LA MANERA DE EJECUTAR LA SUCESIÓN PRESIDENCIAL, A BASE DEL TORCIMIENTO DE LAS REGLAS DEL PROCESO LEGAL, IMAGENES VENIDAS DE OTROS LENTES DEMUESTRAN QUE LA HISTORIA ES DIFERENTE Y DISTINTA A LA QUE LOS VOCEROS SE ENCARGAN CON VOCIFERANTES Y ATURDIDORES AULLIDOS DE PROPALAR.

NO CUESTIONO A QUIENES ESTÁN A FAVOR O EN CONTRA DE QUE ALGUIEN EXIJA UN CAMBIO, TAMPOCO ESTOY DE ACUERDO CON LA VIOLENCIA ORQUESTADA PARA DECIRLE AL MUNDO QUE EL PAÍS, SUS INSTITUCIONES, "ACTUAN BAJO EL ESTADO DE DERECHO". 

PREGUNTO NADA MÁS POR QUÉ LAS COSAS EN ESTE PAÍS DE MIERDA NO PUDEN SER DE OTRA MANERA. UN LOCO QUE SE METIO EN UNA GUERRA CONTRA EL FANTASMA DE SU CASA Y LE COSTO AL PAÍS 100 MIL MUERTOS, Y UN FIGURIN QUE SE VALIO DE TRAMPAS LEGALES PARA TREPARSE A LA SILLA JUNTO CON SU BOLA DE SAURIOS... SIMPLES PREGUNTAS.



lunes, 3 de diciembre de 2012

2. (siguen los Apuntes de dirección escénica: el espacio)



“El texto de teatro es el único texto literario con capacidad total para soportar una lectura en sucesión diacrónica: el texto de teatro sólo se nos ofrece en un espesor de signos “sincrónicos”, es decir, de signos dispuestos en un espacio, espacializados” [1].

He dicho antes que el espacio escénico está dividido en nueve áreas. Y ello no es ocioso considerarlo. El espacio determina el espectáculo. En él, en el espacio escénico, habita el espectáculo. Si la primera característica del texto dramático es la utilización de personajes figurados por seres humanos, la segunda, indisoluble ligada a la primera, consiste en la existencia de un espacio donde todos seres vivos están presentes. En este sentido, el texto de teatro, a diferencia de otros géneros literarios, necesita para existir, de un lugar, de una espacialidad donde desplegar las relaciones físicas entre los personajes; un determinado lugar donde establecer entre ellos una relación tridimensional.

¿Cuáles son los aspectos de composición que la dirección de escena debe considerar, como principio, en el espacio escénico?

A entender: La unidad, la variedad, la coherencia, el balance, la armonía, el contraste y el ritmo. Por supuesto, cada uno de estos aspectos por sí mismos representan una materia a estudiar, sin olvidar que nunca éstos se encuentran en estado puro, se mueven o comportan dinámicamente y que jamás se hallan estáticos.

Probablemente esa observación, casi obsesiva, por el espacio escénico tenga dos vertientes particulares: primero, el gusto por la distribución, la síntesis, la belleza, la organicidad y el concepto plástico, así como la necesidad de que “el espacio respire” [2]; y segundo, el que sea ingeniero civil tanto como músico.

Si con tanta liberalidad total nos referimos al tono, deberíamos considerar entonces coloratura, tesitura, cuadratura, armonía, unidad, potencia, volumen; respiración y silencio. Todos elementos del tono. En el campo de la actuación esto no está lejos de una sencilla y a la vez compleja dimensión de lenguajes. Tono, no solo remite entonces a la voz, al sentimiento, al enfrentamiento con la situación y el conflicto en que se ve inmerso el personaje; también habla de su co relación lógica con el espacio que es un delicado equilibrio bajo las fuerzas de lo dinámico y lo vital que se extingue ahí mismo.

Imagínese la superficie de un escenario vacío, tal como dice Brook. No importan las medidas de ancho, de profundidad ni de altura. Imaginemos un espacio escénico. Imaginemos esa superficie desolada. Ahora montemos una columna, o un árbol, o decidamos tener un piso con la cuadrícula de un tablero de ajedrez. Si hablamos de altura: un telón. El simple trazo de líneas y colores que conforma por sí mismo la cuadrícula; altura, caída, peso en el caso del telón; dimensión, volumen de la columna o del árbol: afectan decididamente el espacio escénico. Todo provoca una significación. Es simple de imaginar y aún más sencillo de entenderlo.

Pienso en el escenario teatral como un lienzo, como un pañuelo, como una superficie vacía sostenida a unos centímetros del suelo apoyada en un pequeño eje que lo mantiene en equilibrio delicado y que se encuentra ubicado abajo, en el centro centro, de esa superficie. Para comprender mejor esto, pensemos en ponerle una masa cualquiera: ¿que les parece sí dejamos caer una pluma? Un objeto mínimo, de poca densidad, de tan poco peso. Si hiciéramos el ejercicio físico, sin importar el sitio donde pusiéramos la masa en ese espacio escénico, veríamos que por fino y casi sin peso la pluma, nos permitiría observar la modificación del delicado equilibrio. Los extremos contrarios se alterarían suavemente alzándose, modificando el ángulo inicial y hundiéndose en el lugar donde hubiéramos puesto el objeto. Así, sucesivamente, cuantas veces lo hiciéramos cambiando el sitio, modificaríamos el sutil balance. Y como es natural, estas variaciones, en el equilibrio del escenario, serían más contundentes en tanto mayor sea el volumen, altura, densidad; color, forma. Recordemos que el teatro es dinámico y aún en la inmovilidad aparente de los actores, hay variaciones en el equilibrio del espacio. Luego entonces luz, volumen, densidad: cualquier cosa por sutil, lo afectan.

En el primer lustro de la década de los años setenta, por cosas del destino y de los arranques propios de mi primera adolescencia, presencie tres o cuatro happening en la ciudad de Tijuana, así como dos o tres montajes en California del Teatro Campesino que dirigía Luís Valdés: quiero aclarar que entonces ni idea tenía que ha finales de esa misma década me vendría a sumergir hasta el tuétano en el teatro. Gracias a Rodrigo Villamil que me regaló el primer libro de Eugenio Barba [3] que tuve en mis manos, entendí en parte lo que años antes había presenciado, si quieren de manera accidental. No tengo en la memoria los grotescos gestos, los zancos, el colorido, el desaforado movimiento, la estridencia de la música ni los parloteos de la exposición verbal, pero sí guardo en el recuerdo la disposición espacial que siendo al aire libre y con la turba acompañante en movimiento resultaba, en ese momento confusa, pero inusitadamente llamativa. Cuando leí a Barba en el 83, terminando esa lectura con el libro complemento tres años después, aquello que había presenciado, a pesar del obvio caos imperante, estaba determinado y acotado por el espacio escénico. Ese aparente desdén, significaba la potenciación de los significados.

Cada puesta en escena es una revelación. Recuerdo que en el 86 u 87, en el teatro Stella Inda de IMSS en Morelia, mientras montábamos Las trapacerías de Scapín del genial Mollière con un grupo de actores bajo el precepto de aplicar los conceptos del espacio vacío: utilizamos solo el vestuario y una que otra utilería de mano, ambientación y escenografía lograda gracias a una coreografía activísima del elenco que acompañó permanentemente el texto. Recuerdo que ya habíamos realizado funciones en patios, plazuelas y otros foros antes de llegar el teatro del IMSS. Estábamos en una de las funciones: abierto totalmente el foro, sin piernas ni bambalinas y se mostraban sobre éste las varas de iluminación y las carcasas de los reflectores, puentes y callejones lumínicos no estaban a la vista del espectador. Sentado, entre el centenar de espectadores que se hallaban en esa función, tal como ha sido mi costumbre desde que asumí la dirección contraviniendo el principio de Meyerhold: “Después del estreno, no me asomo por el teatro” [4]. El colectivo de actores, en ese momento, se encontraban en forma de media luna sobre las áreas: centro arriba, arriba izquierda –en relación al actor- y centro izquierda. Cuando irrumpiendo, accidentalmente, cae parsimoniosa, en silencio, lenta, delicadamente una pluma venida del tinglado de varas ubicado en las alturas del escenario. Los actores que ha la sazón siempre estaban concientes del espacio, “con un ojo al gato y otro al garabato”, en cuanto detectaron la anomalía irrumpiendo en el espacio escénico; anomalía no buscada, fortuita, ínfima si se quiere; haciendo foco sobre ésta, siguieron la alteración que lentamente fue depositándose, en su fragilidad, como el estallido portentoso de un misil balístico sobre el otro extremo opuesto: abajo derecha. Equilibrando y modificando sutilmente la simetría y el balance del espacio escénico, aun tratándose de una frágil, delicada, sutil, silente presencia contrastada con el descomunal volumen de los actores en el otro extremo. El actor Vicente Montañez, mimo payaso y que encarnaba el personaje Scapin, después del silencio sugerente y tocándole en turno el parlamento, con un par de machincuepas cruzó el plano, recogió en el otro extremo la etérea pluma y continuo con el texto. Un hondo suspiro escapó de la audiencia que espectaba en la penumbra y que no alcanzaba a entender, pero disfrutaba el fenómeno cuasi místico que el espacio, el accidente y los actores estaban produciendo. Años después, ya en la primer década de éste milenio con Gustavo Jiménez, con un texto de Raúl Mejía, Al compás de Bach, nos sucedió algo similar con un globo.

De nada sirve que la persona sobre el escenario sepa de corrido los complicados vericuetos de un parlamento y que los compañeros, ahí mismo, reciten con la misma voluntad. Que esa memoria haga ante el espectador gala y alarde de eso: de memoria. De nada sirven suspiros, gritos, lágrimas de cocodrilo y cuanta artimaña expresiva sea utilizada con la intensión de cumplir. La acción no es por la acción, la anécdota no es por la anécdota, sino que funcionan como trampolín para descubrir el comportamiento humano. Ya lo he dicho, no hacemos teatro para libélulas, por lo tanto, el director debe descubrir las facetas de la complejidad y decir con su puesta en escena qué es lo que piensa de ellas; convierte al director en re escritor de una dramaturgia escrita para el tiempo, para el espacio, para la emoción.

Como he antedicho, el espacio escénico se divide en nueve áreas que a su vez se subdividen, cada una, en nueve áreas. No es una vacilada la idea de que el actor conozca y trabaje: abierto, cerrado, un cuarto, tres cuartos y perfil; derecha o izquierda. Bajo, medio, normal: niveles. Espacialmente, corresponden a referencias indispensables para que la persona en escena, que no se puede ver a sí misma, entienda su ubicación en ésta.

Abrirse a espacios abiertos o cerrados donde las condiciones son controladas, en principio tienen un mismo sustento y fundamento, en tanto la distribución espacial. Nueve áreas. Aún ahí, donde el espacio es tan profundo como una plaza o tan estrecho como el frente de un balcón. No olvidemos que ante todo, el teatro es dinámico, vitalidad y su movilidad es constante. El abordaje y tratamiento es el mismo del lienzo o pañuelo propuesto al principio de éste inciso. Reitero lo dicho con antelación: el espacio determina, y en el espacio escénico, habita la puesta en escena.

Síntesis, economía de medios expresivos escénicos, organicidad, esencialidad: son elementos, componentes, variables propias del espacio escénico.

Hagamos un ejercicio simple. Muchos grupos y directores emplean ésta técnica con cámara fija: El lente de la cámara provoca esta ventana pues sólo podrá observarse lo que el lente permita.

En el sitio de ensayo construyamos un pequeño marco que nos deje mirar la perspectiva por área y todos los elementos en juego. Recordemos que el teatro deviene de un termino griego que indica ventana; sitial a propósito para mirar, para observar, para espectar; también de ahí se infiere el termino espectador. Por lo mismo, lo que el espectador atisba del otro lado del marco, es un mundo. Un mundo bajo reglas específicas tal como señalara Aristóteles [5]: “tiempo, espacio y lugar”. Un mundo extraordinario.

Así, subyace la pertinencia de observar los detalles del plano visual. Permite ir clarificando la concepción, dicho en otras palabras, permite tener en cuenta los elementos actuantes y sus relaciones. La composición del espacio abre a la observación –en su caso, la modificación y redirección- las tensiones que se originan y que impunemente presentamos al espectador. Tensiones dinámicas que tienen que ver con la forma, no con la temática, en cuanto su relación con los componentes y sus afectaciones. Tensiones espacio-temporales que continuamente se van modificando. Si entendemos esto, nos es sencillo comprender la “unidad de la pluralidad” que dice: todo está relacionado con todo. Dicho en otras palabras: el teatro debe sumergir al espectador en un estado excepcional que sólo es posible en la escena, escena que se afecta y contamina con cualquier cambio que en ella provoquemos u se provoque accidentalmente.

Investiguemos: una persona, en una posición neutra dentro del espacio escénico, dependiente de su posición espacial, de los objetos en derredor y de él mismo, provocará una lectura. Una perspectiva. Modifiquemos como ejercicio el plano y observemos el resultado.

La misma persona, la misma posición neutra, los mismos objetos y distribución, pero cambiemos la altura en la que la persona se encuentra. Otra perspectiva. Modificamos el plano y observamos.

Hagámoslo con movimientos “fuertes” o “débiles”, avanzando de arriba a proscenio o viceversa, el puro traslado origina cambios y por lo tanto lecturas al espectador: adecuadas, contrarias o ambiguas. Además que cualquier posición en el espacio crea líneas y figuras geométricas: triángulos, rectángulos, cuadros, etc.

Peter Brook en el Espacio Vacío pensó en cuatro maneras, concepciones de significado, en las cuales se presenta a la vista del espectador el espectáculo, el teatro: “teatro mortal, teatro sagrado, teatro tosco y teatro inmediato”. De ésta sencilla manera nombró sus definiciones y al hacerlo, por supuesto, habló del espacio escénico. Es en el espacio, precisamente por ser en gran medida un “no dicho en el texto” –las didascalias o los diálogos de los personajes aportan datos que permiten inferirlo-, una zona particularmente poblada de vacíos, donde se produce la articulación texto-representación.
 
Las tensiones dinámicas que tienen que ver con la forma, repercuten directamente en la manera como se cuenta la historia y el desarrollo de la historia es un elemento. Brecht dejo dicho que hacer teatro es: “contar una historia, en forma de acción dramática, a un público determinado, en un tiempo preciso”; y la forma de acción dramática implica por ende el espacio de representación y su codificación precisa por los hábitos de una época o lugar.

Forma es fondo.

Así pues, el espacio escénico representa siempre una simbolización de los espacios socio-culturales de una sociedad, de un pueblo.

No pocas veces he visto directores, metida la nariz detrás del libreto o el rostro detrás del atril donde se sostiene el libreto, dirigiendo a unos metros sobre el proscenio. No pocas veces he observado eso, y ya de ahí, desconfió del resultado. El director es un espectador privilegiado, un artista que tiene a su cargo la encomienda, la confianza de todos de que su concepción es la correcta, la más próxima, la más adecuada. ¿Cómo metida la nariz detrás del libreto vea lo que ahí se origina y muestre capacidad para reorientarlo?

“El lugar escénico es como el espejo, a un tiempo, de las indicaciones textuales y de una imagen cotidiana. El espacio teatral es el lugar mismo de la “mimesis” en que, construidos por los elementos del texto, deberá afirmarse, al mismo tiempo como figura(ción) de algo en el mundo” [6]. Sin el, sin el espacio escénico, el texto no puede encontrar su emplazamiento, su modo concreto de existencia.

Por lo mismo puedo afirmar que hay elementos racionalistas, no subjetivos que permiten ver, criticar y analizar la puesta en escena. No niego el carácter subjetivo de muchos componentes actuantes, entrantes, promotores de cambios evidentes o sutiles. Imposible sería pasarlos por alto. Sin embargo, toda puesta en escena que se vale de técnicas, procesos contables que derivan en la producción, codificación de lenguajes y metalenguajes, posee los elementos cuantitativos pertinentes para su análisis.



[1] Semiótica teatral. Anne Ubersfeld. Ediciones Cátedra y Universidad de Murcia. Madrid. 1993.
[2] Memorias Ludwik Margules. Rodolfo Obregón. “La realidad del espacio teatral es mucho más tangible, más convincente que cualquier idea preconcebida, o más bien, que cualquier idea que uno lleva y que pertenece al capital con que se llega a dirigir”. pág. 61.
[3] Las islas flotantes. Eugenio Barba. UNAM. México. 1983. y Más allá de las islas flotantes (ciencias de la puesta en escena, teoría de la práctica escénica). Eugenio Barba. Colección Escenologia. Universidad Autónoma Metropolitana y Grupo Editorial Gaceta. México. 1986.
[4] Teoría Teatral. Fundamentos. Vsevolod E. Meyerhold. Madrid. 1986. “Cuando me voy, en mi persona se va el director. Ya no puedo dirigir el espectáculo y no haré más que sufrir, porque veré como mi idea se va esfumando”.
[5] La poética. Aristóteles. Versión de García Bacca. 3e. Editores mexicanos unidos. México. 1996.
[6] Semiótica teatral. Pág. 110.

LA REPRESION: GUANTE NEGRO Y CAMISETA GRIS


A TODOS LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
A LA OPINIÓN PÚBLICA



El día de ayer, primero de diciembre de 2012, aproximadamente a las 12:47PM, un grupo de alumnos del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de UNAM fue cercado con lujo de violencia en la calle de Filomento Mata, por un contingente de alrededor de cien policías del Gobierno del Distrito Federal. El grupo de estudiantes se encontraba manifestándose de manera artística y pacífica, en pleno uso de su derecho a la libre expresión en contra de la toma de posesión del Jefe del ejecutivo nacional. Posteriormente, alrededor de la 1:34PM, los alumnos fueron subidos en un transporte policíaco, donde estuvieron por más de una hora, para luego ser llevados a la agencia del Ministerio Público número 50 en Balderas. Una vez allí, fueron separados en hombres y mujeres, quedando los hombres incomunicados. Todos estos hechos son revelados gracias a que la alumna Daniela Ríos pudo esconder entre sus ropas un teléfono celular con el que actualizaba la información de su cuenta de Facebook y con el que pudo tener contacto con compañeros de afuera quienes, en el transcurso del tiempo, fueron elaborando la lista de detenidos e informando a los familiares.



Cuando los familiares llegaron a la agencia del MP fueron cercados y se le incitó con provocaciones. Posteriormente, hasta las 10 de noche, hora en la que se les permitió el acceso a los detenidos, donde se les informo que los estudiantes estaban acusados de: Ataque a la paz pública y Ataque a la Nación, este último cargo no alcanza fianza y su castigo va de los 5 a los 30 años de cárcel. A las 10:40 de la noche tuvieron acceso los abogados.



En estos momentos (19:00), la agencia se encuentra cercada por un "operativo" y nadie puede tener acceso a ella. Asimismo, hay incertidumbre entre los padres de familia pues se manejan diversas variantes acerca del proceder del caso: no se sabe si este presentará como caso único o cada uno de manera individual. Lo único cierto es que de no aceptarse las evidencias de demostración de inocencia, los estudiantes serán remitidos a los reclusorios correspondientes al cumplirse las 48 horas de arraigo.



La comunidad del Colegio de Teatro de la UNAM, así como las autoridades de la misma se encuentran ya efectuando acciones de apoyo para sus compañeros y pupilos. 



Para nosotros, compañeros y profesores nos parece evidente que los estudiantes se encontraban haciendo una demostración artística con base en su inalienable derecho a la libre expresión y en el espíritu creativo, pacífico y documentado que han aprendido en las aulas de la Universidad. Asimismo, queremos dejar manifiesto nuestro repudio total y absoluto al hecho y a las formas en que los alumnos fueron detenidos y siguen siendo privados de su libertad: el abuso de la fuerza y el uso tramposo de las reglamentaciones en vigor están muy lejos de ser las maneras de impartir justicia de un Estado de derecho. De la misma manera, es evidente que estos actos que parecen efectuados únicamente para cubrir una cuota de detenidos por parte de la policia, vulneran los más elementales derechos establecios en nuestra Constitución.



Es asombroso y digno de vergüenza que un gobierno, ya sea local o federal, mantenga detenidos y sometidos a sus jóvenes estudiantes; y peor aún que los etiquete como "vándalos". Este hecho significa o bien un acto de intimidación o una burda imbecilidad, que la ciudadanía responsable, comenzando por nosotros los profesores y la comunidad artística, no podemos tolerar ni dejar de denunciar bajo ninguna circunstancia.



De tal manera, exigimos la liberación inmediata de quienes anexamos nombre y número de cuenta, así como de cualquier otro alumno del que aún no tengamos conocimiento de su paradero:



Monica Paloma Alvarado 310096823
Daniela Sánchez Ríos 310198068
Valentina Guerrero 310010982
Fernanda Preciado Castillo 107003005
Guadalupe Castillo Martinez (madre de Fernanda)
Carolina Gallegos Colmenares 310066415
Gisella Moreno Mejía 310233567
Enrique Culebro (alumno inscrito en la carrera de Filosofía y que está como oyente en el Colegio de Teatro en el grupo 1101.)
Francisco Torres Pacheco 310134457
Luis Manuel Salazar Hernández 408093664
Mariana Muñiz Nieto 
Gustavo Arteaga Ramírez



Anexamos, también, una foto tomada por la alumna Daniela Sánchez en el momento de la detención y una serie que muestra a los alumnos cercados en la calle de Filomeno Mata, tomadas por otra compañera de nombre Mabel.



Atentamente:



Alumnos y profesores del Colegio de Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México

Responsable de la publicación: profesor Rubén Ortiz

viernes, 23 de noviembre de 2012

II. (continuación de la entrada anterior)



“La historia del teatro parece ser imposible. Si el teatro no es reductible a la literatura dramática, si se trata de un arte colectivo, interdisciplinario, vivo y por lo mismo efímero, su existencia aparece y desaparece sin dejar huellas palpables, más de los textos, los edificios y las crónicas de sus efectos más superficiales en la sociedad. Hoy como antes, esta es una certeza que se impone a todo esfuerzo por documentar la existencia histórica del teatro, tal vez porque, parafraseando a Usigli, la esencia del teatro es antihistórica”. [1]

Antes lo he dicho, una y otra vez, el teatro no es una política, un panfleto, un alarido inocuo; el teatro no es un museo inerte habitado por entidades sin esencia; el teatro tampoco es el diván donde habrá de expurgarse las neurosis, los demonios ni las fobias; el teatro no es ese cubículo propicio para enaltecer nuestros egos, vanidades y miserias. Por lo contrario el teatro es, ante todo, una estética personalísima; una didáctica y una pedagogía: todo teatro, aquel el mas humilde o el más oneroso, el más primitivo o el contemporáneo, conlleva un mensaje. Desde los tiempos remotos en que el “hombre santo” hacía contacto con los divinidad; hablando con la voz de los dioses, bailando enmascarado para espantar a los demonios o el actor que infunde de vida a la obra del poeta; el teatro pretendió mostrar una realidad distinta y más verdadera que si bien no hace que la realidad objetiva de la vida se transforme sí, al mostrarla desde otra posición, hace que ésta se transforme. En este sentido el teatro es político, porque es vivo, discutibles, dinámico y obedece a reglas elementales que con facilidad le pueden transformar en un pleonasmo.

Hasta el cansancio hemos escuchado o leído cosas como que el nuevo montaje escénico de determinada persona “es novedoso”, “renovado”, “más sincero”, “más profundo”, “mas, más… más”; y al verlo, al sopesarlo como espectador, tenemos la impresión absoluta de a verlo visto todo: el mismo discurso espacial, los mismos berridos habituales de siempre en el colectivo, el mismo fondo emocional vacuo, la misma pobreza de una estética chata, la misma ilustración del texto que le ha acompañado desde sus pininos más remotos. Y después, al leer las crónicas de los relatores de diarios, de los comentadores de sucesos periodísticos que con tamaños epítetos llenan los espacios de las exiguas páginas culturales y que por supuesto, ni gustan ni han visto teatro suficiente como para poder tener una ética profesional ante la materia que discurren, uno se pregunta inevitablemente: ¿y el talento y el genio?

¿Dirigir o actuar parece ser, como si de la noche a la mañana, por arte de magia o frenesí, nos plantáramos en un quirófano y diéramos por hecho que somos aptos para destazar o sanar gente? Puede ser, todo es posible gracias al uso de la irrefrenable lengua, resulta un acto de impunidad sobresaliente… Y puede ser, porque no, si hablar es aire saliendo por la boca sin ningún acto que lo sustente.

Al abrirse el telón, al encenderse la luz, al irrumpir la música que pone la atención del respetable en el sitio de representación, o cualquier otro tipo de formula empleada para ello, ya de suyo inicia la partitura de acción. Ya subyacen mensajes que el espectador va detectando. “Visibles o invisibles”: como sugería Augusto Boal.

El maestro Tavira ha escrito: “Nada sale de la nada, todo proviene de algo: de una filtración enormemente complicada y una acumulación muy vasta, que en un determinado momento florece de una manera, quizá muy particular…” [2].  Entonces el fenómeno del talento resulta como consecuencia de cosas voluntarias o involuntarias, consecuencias determinadas por diversas coyunturas de la individualidad. Un ejemplo de esto son los elementos de flexibilidad, conformación de huesos, peso o estatura que en una edad temprana determinan si se es apto o no para cierto tipo de danza. Existen elementos racionalistas que pueden explicar el talento, y también elementos, que permiten asegurar que no cualquier persona puede ser actor, dramaturgo, director o escenógrafo. Entendiendo que el talento no se hace, pero sí, se desarrolla. Así podemos entender claramente que no cualquiera puede autodenominarse pintor, poeta, músico. Que no es un estado de gracia, un don y que depende de muchas cosas: ante todo de una vocación, un ejercicio de voluntad que fortalece y templa las fortalezas, humildad y sobre todo disposición para afrontar los “misterios secretos” de lo desconocido que son el mundo habitable e inhóspito del personaje.

¿Y hay quien careciendo de talento para esto, hace teatro? Pues si… Tiene derecho a perder, engañarse o engañar –conciente o inconcientemente-, y hacer perder el tiempo a los demás.

Hace ya casi cuarenta años que veo y participo del ejercicio teatral, y no pocas veces me ha chocado ver puestas donde la persona que se pasea por el escenario, es una moronita o un gigante inconmensurable que difícilmente cabe en el espacio, no hablo de sus cacareos ni de sus berreantes intentos por mantener la línea de la memoria que escapa, si no de su volumen perdido en la dimensión del espacio o puesto en él con calzador, y que no es achacable de ninguna manera a la visión visionaria del director de escena que ha pasado por alto ese mínimo detalle. Y no digamos cuando hay utensilios escénicos que resultan ser una de cosas puestas ahí, como por ocupar algo: contradiciendo ese principio elemental de la “economía escénica”.

He dicho desde siempre que el teatro es una geometría. Espacialmente lo es. “Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro lo observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral” [3]. Sin importar las medidas de ese espacio vacío, su dimensión amplia o corta, monumental o breve, patio o escenario formal, esta dividido en nueve áreas que a su vez se subdividen en nueve áreas menores, y así sucesivamente, que permiten el manejo de volúmenes que son un lenguaje plástico, elemental previsto en cualquier puesta en escena; independientes del color, forma, textura, mobiliario, etc.. El hombre que camina en este espacio vacío del razonamiento de Peter Brook, es una geometría en movimiento que responde a volúmenes isométricos corporales, particulares y distintivos. Observar una puesta que no considera ni siquiera esto, como punto de partida, es tanto como intentar tragar un pedazo de pastel que carece de sal y azúcar como potenciadotes del sazón.

Hoy, con facilidad irresponsable, vemos el uso de herramientas visuales que pretenden aportar “sentido” al discurso de la puesta, y bien, vivimos en una sociedad visual por excelencia, eso no se puede negar, pero estas herramientas también conforman un elemento de la geometría escénica en proceso. Su empleo, más allá del sentido escenográfico, debe considerar su viabilidad geométrica.

Si el espacio físico donde se desarrolla el proceso de la puesta es una geometría como se ha dicho, el texto del dramaturgo es un mapa, donde están determinadas las coordenadas esenciales –las visibles y las invisibles- de su estructura.

Hablar de geometría escénica es hablar por supuesto del instrumento central: el cuerpo del actor. Flaco, alto; robusta, chaparra; chaparro y gordo, alta y rubicunda; cualquier composición de masa da pie a un volumen espacial a considerar. Ello propicia escalas que en el Renacimiento los grandes autores de las obras monumentales pictóricas estudiaron y codificaron profusamente.

Meyerhold aporta diciendo: “El movimiento esta subordinado a las leyes de la forma artística. En una representación, es el medio más poderoso” [4]. Parafraseando a Peter Brook, esto es cierto. El actor paseando por el escenario vacío ya de sí manda mensajes que el espectador lee sin duda y esto en el puro espacio físico altera el sentido de la composición. No es impune su transito. Y Peter Brook remata su planteamiento inicial diciendo: “Sin embargo, cuando hablamos de teatro no queremos decir exactamente eso. Telones rojos, focos, verso libre, risa, oscuridad, se superponen confusamente en una desordenada imagen que se expresa con una palabra útil para muchas cosas”. Cualquier acción o inacción crea una partitura: los silencios también son parte de la música.

Asimetrías, simetrías; alturas; unidad, composición espacial en tanto los objetos fijos y los volúmenes de la masa de los actores en movimiento del ejercicio en proceso, son observaciones mínimas que cualquier dirección debe cuidar, a reserva de que posea los servicios de un escenógrafo destacado y hábil; sin embargo, siendo el director el propietario del pensamiento rector de la puesta en escena, es su obligación cuidar los trazos; si el espacio escénico determina la puesta, es el director quien determina el espacio y el escenógrafo quien propone su distribución. Y estos datos, vistos así, son elementos cuantitativos simples que ponen coto a la idea del subjetivismo tan elocuente y propio en nuestra profesión.




[1] Luís de Tavira, La ciudad del teatro. Prólogo al IV tomo del Teatro completo de Rodolfo Usigli. CFE. México. 1996.
[2] Teoría y Praxis del teatro en México (especulaciones… en busca de una escuela). Sergio Jiménez y Edgar Ceballos. Un teatro para nuestras días. Luís de Tavira. Colección la memoria del olvido. Grupo Editorial Gaceta. México. 1982.
[3] El espacio vacío. Peter Brook. Ediciones Península. Madrid. 1969.
[4] Les poissons rouges. Jean Anouilh. La table ronde. París. 1971.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Apuntes sobre dirección escénica


El teatro es un animal voraz e insaciable; temible. [1]

A diferencia de las letras, la pintura, la música u otras artes, el teatro que trabaja con seres humanos, tan finitos como el mismo procedimiento de la puesta en escena, fenece, se descompone, se extingue en el olvido más profundo en cuanto se celebra y tiene como limite universal los linderos de la vida histórica de sus ejecutantes. Pocos son, comparativamente con las otras artes, los nombres de los hombres dedicados al teatro que han tejido huella indeleble en el quehacer teatral; muy pocos aún los que han logrado trascender el tiempo y el espacio, y son más reconocidos por su obra literario dramática que por sus verdaderas aportaciones a la escena. Es verdad, el teatro manifiesta el problema totalizador de la sociedad humana, el finito e irremediable proceso de ruptura con la esencia de la vida: la puesta en escena es finita, se ejecuta y se extingue como el ser humano en la línea de tiempo jamás detenida, nunca cíclica. El poder del arte teatral, en este sentido, es presencial.

No poco se discute si la vida verdadera del arte está en el “oficio” del actor que interpreta en la escena el pasaje y reacciones del personaje en la situación que le toca afrontar. Eso para los actores es un mandato y razón suficiente para que proclamen su independencia; solos están ante el publico que con impaciencia espera de ellos el cuento, la historia que habrá de maravillarle o sumir en el hastío más profundo y que cómo en el siglo XVII les sacan las ganas y deseos de largar bancos y verduras a la escena. Se habla igual de la construcción del espacio escénico, el cosmos creado cual cavidad propicia, traje a la medida donde las situaciones dadas dan margen al personaje que habrá de transitar en el eje central del totalizador ejercicio de la puesta en escena; luces, colores, espacios y volúmenes incluidos. Y desde que el teatro adquirió esa parte de manifestación no sacra, donde el papel del financiamiento y la repetición ante un publico diverso que asume sus costos, el productor se montó en la elección de repartos y repertorios más propios de su bolsillo y las necesidades de sobrevivencia del negocio, por lo tanto, se proclamó el verdadero dueño del teatro; no es de extrañar que muchos de estos productores se hubieran asumido como realizadores y creadores, y “el mundo del reconocimiento” vea en ellos verdaderos artistas, sin jamás tomar una decisión estética al respecto o donde las toma en virtud sólo de la utilidad.

“No todo lo que teatro es arte. Ya lo advertía Horacio a los Pisones; cualquier actividad capaz de liberarse de la finalidad que la esclaviza, para convertirse ella misma en su finalidad, puede alcanzar la soberanía del arte. Pero también sucede al revés, cuando una actividad esencialmente artística vende su soberanía al mejor postor en el intercambio mercantil que rige la conveniencia de las relaciones sociales, ese hacer deja de ser arte para convertirse en prostitución” [2].

Para algunos, la aparición del oficio del director de escena, es el resultado “de un tipo particular de deseos edípicos e identificaciones inconcientes y de una combinación especial de actitudes e intereses paternos”, otros lo atribuyen a la ampliación del papel del actor “en un esfuerzo demiúrgico por sujetar a su voluntad todos los oficios de la escena, todas las formas de la practica del teatro” [3].

Sin embargo, ya en el segundo tercio del Siglo XIX al igual que había sucedido con otros oficios colectivos -principalmente la música-, era indispensables un orden en medio del caos imperante y como resultado del advenimiento del mecenas en productor. En la música, los compositores, ejecutantes de su propia obra desde tiempo atrás habían adquirido la palestra y la batuta para dirigir con otros el sentido de sus notas. En el teatro, los primeros informes que tenemos al respecto son los pasos dados por el Duque de Meiningen quien ordena, sitúa, elige y organiza la disposición, forma y manera del relato e historias que habrán de contarse al público que asiste a la representación. Organiza y compone la disposición de la “Compañía” y abre brecha al advenimiento del elector principal de la puesta en escena. Es importante señalar que en la línea histórica, la presencia del Goerge II duque de Saxe Meiningen señala la aparición del director como rector del todo en la escenificación sin embargo antes, no pocos actores directores, hicieron lo mismo; una de las historias más conocidas y estudiadas es el caso de Mollière que escribió, actuó y dirigió durante el Romanticismo francés. Años antes del advenimiento del Duque Meiningen, Lessing quien dice: “nosotros tenemos actores, pero no un arte dramático. Si antaño existió, ahora ya no lo tenemos; se ha ido perdiendo; y es preciso volverlo a crea” [4], para enseguida proclama la República del Teatro y con ello fortalece la aparición del totalizador creador de la escena contemporánea.

Como otras artes, el director de la obra teatral, es el pintor de la obra pictórica, el interpretador de la partitura, el guarda ejecutor de las emociones del conjunto, el moldeador de los materiales de la escultura, el diseñador en situ de las situaciones creadas por el dramaturgo; es en suma, el pensamiento rector que da sentido al caos prevaleciente sobre el escenario. No quiero decir con ello ni eximir las buenas direcciones ni los malos juicios tomados al calor de la necedad soberbia de quién supone que su labor es dictatorial y absolutista.

“La puesta en escena es el dibujo de una acción dramática, el conjunto de movimientos, gestos o actitudes; acuerdos de fisonomías, voces y silencios” [5]: según Jacques Copeau a eso se refiere la puesta en escena. Pero quién es sí no es el director de escena quien logra el “dibujo”, “el conjunto”, la unidad de la puesta.

“El director de escena ha introducido la composición y la unidad que caracteriza la obra de arte, allí donde el azar reinaba como amo y señor. Considerado así, es un creador como cualquier otro artista. En el pintor la creación se produce en dos tiempos: aquel en que coloca los colores en la tela y aquel otro en que se retira para juzgar el efecto que produce. El actor se encuentra privado de este segundo tiempo. El director de escena se encargará de él” [6].

Es obvio que el actor es el rostro manifiesto de la ejecución de la puesta en escena; la punta del iceberg de una gran cantidad de esfuerzos compartidos, atados, unidos, enhebrados en una madeja de procesos relacionados con la planeación, la realización, la ejecución del acto efímero; subsume los significados y conlleva implícito paso a paso todos los elementos y procesos. Desde el momento de elección del texto, que no es otra cosa que el pensamiento en forma de literatura dramática del dramaturgo, pasando por la producción en sus etapas distintas y ensayos de mesa, trazo y conexión, hasta llegar al momento del “teatrón” donde espectador y actores por medio de los personajes y las situaciones en sucesivas secuencias se ven las caras –es un decir-, todo el proceso va ceñido, conducido, sobrellevado por la mano firme del unificador del pensamiento que en todos los momentos incidirá con su acento particular: el director que puede variar de muchas maneras el enfoque de esa misma dirección; habrá quién particularice su esfuerzo en la dirección de actores, en la dirección del espectáculo o en la ideal complicidad de una cosa y otra; pero habrá también quien se desentienda en aras de la fidelidad al autor y al texto, contraviniendo una ley esencial de la escena, proponer un viaje maravilloso y secreto al espectador que observa las incidencias de una aventura jamás contada aunque la partitura del texto la repita en voz baja en la penumbra amiga y discreta.

Hay una temperatura precisa entre la historia contada y el espectador. Temperatura que varia conforme el genero, el estilo, el núcleo social de espectadores a quien va dirigido y la manera en que los sucesos del cuento son contados. El director debe poseer ese termómetro: intuición, oficio, recurso. Debe tener el tino suficiente como para percibir los giros más leves de la peripecia de cada personaje y la historia. Y aquí quiero abrir un paréntesis y decir que no hay teatro para niños o teatro para adultos, o teatro para libélulas: sólo existe, simplemente, el teatro; maravilloso, terrorífico y voluble. Entender los momentos de contención o explosión plena que el actor debe observar es un principio elemental de la dirección de actores. Porque a veces el actor realiza una partitura de acciones físicas, limpia, multitareas, al tiempo que la impecable alharaca de un parlamento entreverado pero sin un sentido concreto de verdad del personaje en la situación, dando al traste con la ficción. Y entonces entendemos que actor y director no fueron capaces de entender al tercero en discordia, al personaje.

¿Pero que es dirigir?

Hasta ahora no hemos planteado el problema real, damos por sentado que todos los que esto leen entienden que es dirigir; tomar decisiones, afrontar problemas y buscar soluciones para llegar a una meta común. Dirigir resulta, simplemente, el control por decreto. ¿Pero el control de qué? ¿De la historia? Cuento inventado normalmente por otro; el dramaturgo sigue las reglas elementales de la forma dramática que en esencia es acción tridimensional forma en el mapa geométrico que conforma el texto dramático. ¿Del colectivo humano que contituyen los creadores? Se puede tener control o dominio sobre la imaginación del escenógrafo, el compositor de la música, el coreógrafo, etc. Todos aquellos especialistas que confluyen en el proceso de la creación anterior a los ensayos con el elenco. ¿Puede dominar y sujetar al colectivo de actores que intervendrán en la ejecución? ¿Entonces existe esta suerte de paternalismo a fuerza que prevalece entre actores y director? Y las decisiones que dan por resultado fracaso o triunfo de una obra de teatro se limitan a un vínculo de emociones solidarias o dependientes del otro. Dirigir resulta entonces como ser dueño del balón y formar su propia reta, si no se gana o resultan las cosas como se desean, se va y con él el fin del juego sin balón.

“Dirigir es coordinar todo cuanto sea necesario, para encontrar coherencia escénica de lo que uno piensa. Dirigir es plasmar los mundos internos del “règisseur” a través de un espectáculo; es expresar nuestro sentido de la vida mediante una estética y un sentido teatral. Ahí entra todo: coordinación, no coordinación y todos los aspectos de dirección escénica en general. Pero aún más importante que lo anterior: dirigir es realizar un hecho poético, un hecho autoral que implique una moral, una ética y una responsabilidad por lo que suceda en el escenario a través de un lenguaje teatral, a través de una puesta en escena. Habrá puesta en tanto que el director sea un poeta y tenga algo que decir sobre su realidad y en la medida con que lleve su disputa con el teatro. De otra forma no habrá nada, simplemente será un oficio de ilustración. Únicamente en la medida de que sea poesía, le será posible a un director plasmar mundos internos que se objetivicen, que encuentren la materialización en el escenario” [7].

¿Entonces el proceso y procedimientos de la dirección escénica es algo muchísimo más complejo y complicado?





[1] Théâtre du Vieux Colombier (1913-1993). Marie-Françoise Christout, Noëlle Guibert, Danièle Pauly. Editorial Norma. París. 1993.
[2] El espectáculo invisible: paradojas sobre el arte de la actuación. Luís de Tavira. 1e. Ediciones el Milagro. México. 1999.
[3] Sociología del teatro: ensayo sobre las sombras colectivas. Jean Duvignaud. Fondo de Cultura Económica. Mexico, 1981.
[4] Dramaturgia de Hamburgo. G. E. Lessing. (Traducción de Feliu Formosa. Introducción de Paolo Chiarini traducida por Luigia Perotto). Publicaciones ADE. (Serie Teoría y práctica del teatro). Madrid, 1993.
[5] Principios de dirección escénica. Selección y notas Edgar Ceballos. Colección Escenología. 1e. Gobierno del Estado de Hidalgo y Grupo Editorial Gaceta. 1992.
[6] La esencia del teatro. Henri Gaston Gouhier. Ediciones del carro de Tespis. Madrid. 1956.
[7] Memorias Ludwik Margules. Rodolfo Obregón.1e. CONACULTA y Ediciones el Milagro. México. 2004.

lunes, 5 de noviembre de 2012

In memoria del Emilio



Luminarias. Velas. Flores de cempasúchil. Parpadeo como si quisiera atrapar permanentemente esas instantáneas; imágenes luminosas que lastiman la pupila, confusas pero reconocibles en mis memorias más añejas. Incluso percibo el sonido del obturador abriéndose cada vez que mis parpados se cierran y abren. Es una sensación locuaz. Gente limpiando lápidas, quitando marañas de hojas secas, lavando lozas, pintando leyendas sobre los surcos bien conocidos de grafías que hablan cosas indestructibles de los difuntos. Gente en corrillo riendo, comiendo, contando anécdotas, chistes, melancólicos, beodos; niños, hombres, mujeres, viejos… Gente bailando, cantando allá, expresión de sones y boleros echados al aire por los mariachis, tríos, músicos de improvisa que apenas puedo registrar en las imágenes locas que pasan por mis ojos y se quedan en la memoria como un torbellino girando en vértigo… Altares y ofendas. Moles, tamales, papel picado, botellas llenas y a medio vaciar… Camino unos pasos hacia atrás, quiero tener una perspectiva más amplia de ese truculento torbellino de lúdicas presencias. Mis piernas endebles me hacen rodar, alzando las suelas de las botas y cayendo pesadamente sobre otros montículos de tierra que inexorable pienso son tumbas…



“¡Labrocha! ¡Labrocha! ¡Labrocha!” :- rugue el respetable tras fiero golpe a la tabla de la mesa. He dejado en un santiamén la ficha ganadora, me pongo en pie abriendo los brazos como abrazando a mis “dignos” rivales condescendiente y espeto una sonora carcajada llena de orgullo, de satisfacción, de burlona prepotencia. ¡Veintidós pesos! Cuando la apuesta por juego ha sido de a tostón. ¡Veintidós pesos!

.- “¡Perros! ¡Súbditos! ¡Mortales al fin metidos a juegos de dioses! … ¡Paguen! ¡Apoquinen la marmaja sustraída a sus débiles ilusiones!”.



Alzo la copa y brindo con la prole que aún me mira estupefacta y llena del orgullo que irradia el vencedor. Ese etílico mengur cruza por mi garganta, quema y baja a las entrañas calentando los intestinos ya de por sí calientes de otros muchos vasos de mezcales, aguardientes y tequilas. He bebido, sí. Pero he ganado a ley, reponiéndome de un mal inicio, contra viento y marea… El triunfo efímero es mi estandarte y nada podrá hacerme sentir frustración ni pena por los derrotados que ya pagan…

“¡Sigamos festejando! ¡Qué viva la fiesta!” :- grita un desocupado de aquel lado del galerón. Sigamos, quiero cantar y bailar. Llevar serenata. Cantarle a la vida, en esta noche de jubilo y festejo. Quiero compartir mi dicha. No le aunque que mañana los dragones de la cruda sean mi sino. Cantémosle al canto, a las estrellas, a las durmientes…



Salimos en batallón. Trepamos a los carros y empezamos el tour del descaro, el cinismo al cantar con aires alcohólicos, voces pastosas, camino del “despierta, dulce amor de mi vida. Despierta, si te encuentras dormida.” Y ahí andamos, con éxito rotundo; seis de siete; “son sordas o de plano andamos urgidos”. Seis ventanas, seis postillos que se abren al cuchicheo casi imperceptible, al rose de pieles menos imperceptible y a la promesa de mañana: colofón de esperanza a las ansias hoy prendidas. Hay quien de plano se pierde en el trayecto hundido en el torbellino…

Estamos frente a la puerta, me toca a mí avanzar dejando en claro de quien ha sido el triunfo y la noche. Estamos de cara al lumbral y dos últimos tragos me ofrecen el valor y entereza suficiente para dar el estirón postrero. Avanzo en los vapores de esos brazos etílicos que me llevan sin titubeos, sin tropiezos, a ganar otra apuesta echada al aire por las voces que me acompañan y que se han quedado atrás en cuanto cruzo el limite. Camino y mis ojos son ese lente que descubre un mundo como la canción de José Alfredo: “Un mundo raro”. Mis parpadeos son ese sonido del obturador abriendo y cerrando… Atrapando las imágenes vertiginosas, huidizas, aún ahora no completas... Caigo en situ de forma grosera. Hacia atrás y alzo las patas al tiempo que siento en la espalda la tierra floja; siento ansiedad, temor creciente, miedo… Manojos de cempasúchil y nube seca. Rastrojo. Tierra quebradiza entre los dedos. Un horrendo miedo en crecendo. Me pongo en pie como un rayo que se va de lado. Pero trato… Estoy solo y me rodea el largo caminos al muro exterior, filas interminables de lapidas, monumentos de petra in animación, árboles oscuros meciendo las ramas al compás de un viento parsimonioso y la luna llena mirando insomne el horizonte cuajado de estrellas. El silencio que cala en los huesos. Corro zigzagueando, caigo aquí, reboto allá… El camino es largo, recto e interminable… el pánico estalla en mis entrañas. Aprieto el paso indeciso… Soy un grotesco payaso que se deshace en jirones de tiempo tratando de llegar a la meta… Toco el umbral y salgo ileso. Afuera, nada. Nomás la avenida desierta en la madrugada. El viento bailando entre los toldos de los puestos de flores vacíos; nadie, solo y mi alma. Caigo de bruces. Vomito. Y me desmayo…