Veo a través de la ventana
el mar llevándose la arena:
arena que en otro vida
fue duna, castillo, muralla, trinchera;
morada…
La vida se extingue,
lo sabemos,
la novedad es que la mía
tiene fecha de caducidad.
Me muero cada amanecida,
cada mediodía,
cada atardecer.
Ni el mar con su espuma
de canción de Cri Crí
lava mis huesos mordidos
por un fantasma en forma de
coyote.
Hubiera deseado llegar
a éste ahogo con menos aire
en los pulmones;
menos tinta para el papel;
menos esperanzas, deseos;
anhelos incumplidos.
Hubiera deseado menos
cosas jamás concluidas:
no canto mi epitafio;
tengo mi caneca propia
esperando en el dintel
de la puerta sonriendo.
Traspaso con ironía la
frase aquella de Cervantes:
“”os hacen merecedora
del merecimiento que merece
la vuestra grandeza”
Señora mía.
Miro mi cara y pómulos
en el espejo
y reconozco la esperanza,
mi fe,
mis sueños de saltimbanqui,
mis búsquedas de escriba,
mis conocencias de amigos.
Hay tanto por esculcarme
en la faldriquera...
Tanto por hacer
y tan poco tiempo.
Me reprocho tantas cosas;
pero no me arrepiento.
El pasado es una nostalgia;
ineludible camino al olvido.
El futuro une certezas
con el grito desesperado
de un mutante.
Veo por la ventana
y la arena sigue luchando
con el agua salada:
como estas lágrimas
resbalando por mis mejillas
resecas.
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