jueves, 30 de diciembre de 2010
“Más que un intérprete, el actor es un creador”.
Revisando mis e-mail el día de hoy me encuentro con la triste noticia de que murió, a los 78 años de edad mi maestro Héctor Mendoza, en la ciudad de México. Ello me ha entristecido profundamente. La muerte del master Mendoza realmente es un golpe poderoso al quehacer teatral de nuestro país.
El maestro nació en Apaseo Guanajuato en 1932. Desde muy joven escogió el camino del teatro, como él mismo dijo muchas veces, no es que tardíamente el teatro lo hubiera encontrado y seducido, si no que siendo aún niño luego de una maravillosa función supo “a ciencia cierta que ése sería su camino”. No pocas veces lo escuchamos decirlo en sus clases llenas de sabiduría, erudición y sobretodo, de inigualable contagio por el gusto y compromiso con el arte escénico.
No poco es lo que se puede escribir de Héctor Mendoza. Entre otras muchas cosas: estudió Literatura Española en la UNAM, cursó la carrera de teatro en la Escuela de Arte Teatral del INBA y tuvo como maestros a Salvador Novo y Rodolfo Usigli. Formó parte como director de escena del proyecto Poesía en Voz Alta al lado de Octavio Paz y Juan José Arreola, teniendo como escenógrafos a Juan Soriano y Leonora Carrington. Con una beca de la Fundación Rockefeller estudió en el Actor´s Estudio teniendo como maestro a Etienne Decroux.
El dramaturgo Luís Mario Moncada en el blogs Reliquias Ideológicas, en el artículo titulado: "Crisis Política y Teatral en los 70´s", dice lo siguiente:
Era la década de los años setenta. “Acéfalo el Centro Universitario de Teatro, la escuela que Azar había diseñado y dirigido por 10 años, Héctor Mendoza tomó el mando y desde ahí constituyó una especie de laboratorio teatral que establecería los lineamientos experimentales y técnicos para las dos décadas siguientes. De allí surgió una de las generaciones actorales más brillantes de la historia, encabezada por Julieta Egurrola, Rosa María Bianchi, Delia Casanova y Margarita Sanz. Pokar de reinas. Al contar con un equipo base de actores y con los respaldos necesarios en la producción, Mendoza profundizó todo lo que quiso en la creación de una dramaturgia eminentemente escénica en la que el texto surgiría las más de las veces como una consecuencia del proceso escénico y no al revés. In Memorian, (1975) escrita y dirigida por él, en donde recrea las vivencias y poemas del escritor Manuel Acuña, tal vez sea el ejemplo paradigmático del teatro de director, donde aún concentrando una persona las dos tareas la visión del dramaturgo está al servicio de la del director de escena.
Hay que subrayar que, al asumir Mendoza la conducción del teatro universitario, escoltado por Margules, Tavira y Alejandro Luna, se impuso en el teatro mexicano el “gobierno” del director de escena y el dramaturgo (el mexicano, al menos) quedó relegado casi al rango de frustrado espectador.
Este es un proceso que se dio en todo el mundo, hay que decirlo, en algunos países con anticipación de 20 años; el director se adueña del espacio escénico y privilegia la visión plástica sobre la fábula; esto va acompañado, por supuesto, de una especie de universalización del discurso teatral, la creación de códigos visuales que tienen que superar la limitación de la lengua para ser apreciados por públicos lejanos, una ruta similar a la que en su momento obligó al cine silente a desarrollar su particular lenguaje. En el contexto del teatro de imagen o de director también son escasos los rastros que pudiésemos seguir para estudiar sus aportaciones “dramatúrgicas”. Aún asi podemos mencionar un puñado de obras importantes que marcaron a una generación: Conejo blanco (basada en textos de Lewis Carroll), arreglados por Abraham Oceransky; Oficium Tenebrae, de Ghelderode, reinterpretado por Luis de Tavira; Orfeo 2000, de Philip Von Rotten, dirigida por Julio Castillo; Roberte está tarde, de Klosowski, y Lástima que sea puta, de Ford, ambas bajo la dirección de Gurrola; Acto de amor, de Mishima, adaptado otra vez por Oceransky; Lucrecia Borgia, último montaje De Josorowsky en México; Los chicos de la banda, de Crowley, dirigida por Nancy Cárdenas; Barrionetas, espectáculo que marca el inicio del grupo infantil La Trouppe; Arde Pinocho, de Julio Castillo y el grupo Sombras blancas; la historia de la aviación, de Mendoza, La honesta persona de Se chuan, de Brecht, en manos de Tavira, y Tío Vania, de Chéjov, puesta en escena por Margules. En todos estos títulos hay una característica peculiar: o se acude a textos extranjeros, a veces clásicos, que se estructuran a voluntad del director, o bien son el grupo y el propio director quienes asumen la creación “literaria” de las escenas.
¿Dónde queda el dramaturgo durante esta década? Definitivamente relegado de los espacios importantes".
En 1994, el INBA le rindió homenaje a Héctor Mendoza por los más de 40 años dedicados al teatro. A propósito de dicho homenaje, otro de los maestros del arte escénico, Luís de Tavira escribió: “Héctor Mendoza es el vértice en que convergen los torrentes que inventaron la refundación del teatro mexicano postrevolucionario, después de rota la tradición. Vertiente en que confluyen la utopía nacionalista y el realismo aristotélico de [Rodolfo] Usigli, las vanguardias fundadoras de los Contemporáneos (Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Celestino Gorostiza, Jaime Torres Bodet, Jorge Cuesta); las intuiciones experimentadoras de los universitarios (Bracho, Wagner, Seki Sano). Estos otros admirables impulsos de fundación y sobreviviencia se recupera al tiempo que cambiaban de curso, al entrar en escena la decisiva presencia de Héctor Mendoza”.
(Héctor Mendoza: la invención del teatro. Por Luís de Tavira. El Nacional, sección espectáculos, 25 de agosto, 1994. P. 40).
Historia de la Aviación, autor y director Héctor Mendoza.
Descanse en paz.
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