miércoles, 16 de marzo de 2011

"I Lie, I trucos, yo Robar"

Es en la década de los años cincuenta del siglo pasado que el tema de los chicanos prolifera en el cine mexicano. Películas que en general se dedican a estereotiparlos como pochos, cholos, gringos a medias y pocas películas han logrado captar la esencia de la problemática de la comunidad mexicana-norteamericana.

Algunos títulos sólo por ejemplificar: El hijo desobediente (1945), Pito Pérez se va de bracero (1947) de Alfonso Patiño Gómez, Primero soy mexicano (1950) y Acá las tortas (1951) dirigidas por Joaquín Pardavé, Yo soy mexicano de acá de este lado (1951) dirigida por Miguel Contreras. En la mayoría de estos filmes la trama trata como tema central: los efectos de la americanización cuyo único remedio posible, es el retorno a los valores y costumbres del país natal. El asesino X (1954) dirigida por Juan Bustillo Oro; thriller policiaco ambientado en Los Ángeles, hay un giro evidente pues los personajes de los chicanos son tratados de modo positivo y están construidos con gran sensibilidad evitando premeditadamente los estereotipos. El pocho (1969) dirigida, producida y escrita por Eulalio González el piporro; la película consiste en plantear que el único lugar legitimo para el chicano, es justo ahí, en mitad de la frontera que señala el Río Bravo ya que no es ni de aquí ni de allá. El rechazo de ambas sociedades coloca al protagonista en una posición nada envidiable. A pesar de estos esfuerzos, la cascada de cintas realizadas en las décadas de los años sesenta, setenta y particular en los ochenta y noventa, con ejemplos pintorescos de la filmografía de los Hermanos Almada y algunos realizadores norteamericanos, y múltiples revistas fársicas que pretenden ser un divertimento jocoso: son creadas por razones puramente comerciales; recurren en exceso al sexo y la violencia; su acción se desarrolla siempre en Estados Unidos y coinciden así con la política oficial de México que insiste en la violencia y la opresión de que son víctimas los inmigrantes; se despreocupan por completo respecto a los factores internos de México que provocan la emigración masiva, pues nunca abordan los problemas de la estructura socioeconómica; con ciertas excepciones reciben apoyo estatal para su realización, difusión y promoción; y la mayor parte de sus ganancias se generan del mercado hispano de los Estados Unidos[1] que no mira en ello más que un entretenimiento; narco corridos y zagas simplonas.

Los estereotipos, desde una perspectiva psicosocial son simplificaciones de la realidad. Una vez que se institucionalizan y se repiten continuamente, influyen también en sus víctimas –espectadores inermes normalmente- quienes en cierta medida, empiezan a aceptarlos como reales. Recuérdese si no, el tono casi perruno que ha sido el estereotipo del hablar del alemán en nuestra país, durante el siglo XX. Por su parte el chicano, no ha dejado de ser la encarnación, para la cultura dominante –me refiero a la anglosajona-: del machismo, la violencia, el vicio, el flojo; el chichimeca en su barbarie que avanza del sur, cruzando la frontera con su cuota de analfabetismo y vileza; sex machine para las güeras; latin lover, dandi para los güeros; el enamoradizo y galán irredento a pesar de su baja estatura, marcado acento y color de piel de chocolate, sin llegar a los excesos de los afroamericanos; el siempre proclive y dispuesto a la trapacería, a la corruptela y la chicanada ruin con tal de ganar –arrebatar algo- a toda costa; ejemplo vivo y manifiesto de la mordida y la tranza que impera y se campea del otro lado de la frontera protegida por su ancho muro. En tanto estos ejemplos según esa visión, la raza, los otros, no significan nada; nada si me los tengo que llevar entre las espuelas con tal de lograr mi satisfacción muy personal: ganar, ganar y ganar.

Esta visión tan recalcitrante del estereotipo de lo español –que bien a bien, en esta generalidad, nos define en la impureza de mexicanos de nuestro propio mestizaje-, se acuñó en los siglos de la gran guerra entre el naciente imperio británico y el español, como una forma de combatir desde la ideología de la corona sajona lo diferente de los modos culturales bárbaros de sus adversarios españoles, para denostarlo a sus subditos y justificar de esta manera la superioridad de lo sajón, al tiempo justificada necesidad de la guerra, para salvaguardar a los mismos españoles de su condición bárbara.

Todos los niños de Estados Unidos saben que fueron 150 peregrinos los que se embarcaron en el Mayflower y llegaron, agotados, el 6 de noviembre de 1620. Esa era la tierra prometida. Plymounth, Massachussets. De entonces a la fecha son conocidos como los Pilgrim Fathers. De 1620 y hasta 1630 se dio la primera migración en gran escala de Europa a Estados Unidos del Norte compuesta por puritanos. (…) No eran tolerantes estos primeros habitantes de la costa este y la democracia que regía estas tierras estaba permeada por leyes severísimas a prácticas como la idolatría, blasfemia, adulterio y hechicería[2]. Cuando esto se analiza con calma, aparecen idénticos argumentos en las justificaciones de quienes promueven la guerra texano mexicana de 1847[3] y el actual estado de cosas en una hermandad de gobiernos, en el marco de la supuesta guerra que a éste país ya le vino costando poco más de 36 mil personas muertas; y el consumo, y la demanda, y la gran industria bélica sigue y seguirá estando de allá, del otro lado.

Las ilustraciones son de Rufino Tamayo.

[1] David R. Michel. El bandolero, el pocho y la raza. Siglo XXI Editores y CONACULTA. México. 2000.

[2] Raúl Mejía. Sueños húmedos: crónicas de la migración. Secretaria de Cultura de Michoacán. 2006.

[3] sobre el origen de los estereotipos vinculados con los chicanos sitúa su génesis en la visión ideológica de los estadounidenses respecto de los mexicanos –por extensión latinoamericanos- desde la época de la colonia. Dicha característica negativa se derivo de una maldición que viene de los primeros colonizadores ingleses, en especial los puritanos, que veían lo español y lo católico como de segunda clase, al grado de que en algunas de las 13 colonias se restringió la práctica de ese culto. Amparados en la llamada leyenda negra y sin asomo de autocrítica, los estadounidenses del periodo colonial censuraban las prácticas violentas que acompañaron la colonización de América Latina. El bandolero, el pocho y la raza… pág. 31.

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