viernes, 23 de noviembre de 2012

II. (continuación de la entrada anterior)



“La historia del teatro parece ser imposible. Si el teatro no es reductible a la literatura dramática, si se trata de un arte colectivo, interdisciplinario, vivo y por lo mismo efímero, su existencia aparece y desaparece sin dejar huellas palpables, más de los textos, los edificios y las crónicas de sus efectos más superficiales en la sociedad. Hoy como antes, esta es una certeza que se impone a todo esfuerzo por documentar la existencia histórica del teatro, tal vez porque, parafraseando a Usigli, la esencia del teatro es antihistórica”. [1]

Antes lo he dicho, una y otra vez, el teatro no es una política, un panfleto, un alarido inocuo; el teatro no es un museo inerte habitado por entidades sin esencia; el teatro tampoco es el diván donde habrá de expurgarse las neurosis, los demonios ni las fobias; el teatro no es ese cubículo propicio para enaltecer nuestros egos, vanidades y miserias. Por lo contrario el teatro es, ante todo, una estética personalísima; una didáctica y una pedagogía: todo teatro, aquel el mas humilde o el más oneroso, el más primitivo o el contemporáneo, conlleva un mensaje. Desde los tiempos remotos en que el “hombre santo” hacía contacto con los divinidad; hablando con la voz de los dioses, bailando enmascarado para espantar a los demonios o el actor que infunde de vida a la obra del poeta; el teatro pretendió mostrar una realidad distinta y más verdadera que si bien no hace que la realidad objetiva de la vida se transforme sí, al mostrarla desde otra posición, hace que ésta se transforme. En este sentido el teatro es político, porque es vivo, discutibles, dinámico y obedece a reglas elementales que con facilidad le pueden transformar en un pleonasmo.

Hasta el cansancio hemos escuchado o leído cosas como que el nuevo montaje escénico de determinada persona “es novedoso”, “renovado”, “más sincero”, “más profundo”, “mas, más… más”; y al verlo, al sopesarlo como espectador, tenemos la impresión absoluta de a verlo visto todo: el mismo discurso espacial, los mismos berridos habituales de siempre en el colectivo, el mismo fondo emocional vacuo, la misma pobreza de una estética chata, la misma ilustración del texto que le ha acompañado desde sus pininos más remotos. Y después, al leer las crónicas de los relatores de diarios, de los comentadores de sucesos periodísticos que con tamaños epítetos llenan los espacios de las exiguas páginas culturales y que por supuesto, ni gustan ni han visto teatro suficiente como para poder tener una ética profesional ante la materia que discurren, uno se pregunta inevitablemente: ¿y el talento y el genio?

¿Dirigir o actuar parece ser, como si de la noche a la mañana, por arte de magia o frenesí, nos plantáramos en un quirófano y diéramos por hecho que somos aptos para destazar o sanar gente? Puede ser, todo es posible gracias al uso de la irrefrenable lengua, resulta un acto de impunidad sobresaliente… Y puede ser, porque no, si hablar es aire saliendo por la boca sin ningún acto que lo sustente.

Al abrirse el telón, al encenderse la luz, al irrumpir la música que pone la atención del respetable en el sitio de representación, o cualquier otro tipo de formula empleada para ello, ya de suyo inicia la partitura de acción. Ya subyacen mensajes que el espectador va detectando. “Visibles o invisibles”: como sugería Augusto Boal.

El maestro Tavira ha escrito: “Nada sale de la nada, todo proviene de algo: de una filtración enormemente complicada y una acumulación muy vasta, que en un determinado momento florece de una manera, quizá muy particular…” [2].  Entonces el fenómeno del talento resulta como consecuencia de cosas voluntarias o involuntarias, consecuencias determinadas por diversas coyunturas de la individualidad. Un ejemplo de esto son los elementos de flexibilidad, conformación de huesos, peso o estatura que en una edad temprana determinan si se es apto o no para cierto tipo de danza. Existen elementos racionalistas que pueden explicar el talento, y también elementos, que permiten asegurar que no cualquier persona puede ser actor, dramaturgo, director o escenógrafo. Entendiendo que el talento no se hace, pero sí, se desarrolla. Así podemos entender claramente que no cualquiera puede autodenominarse pintor, poeta, músico. Que no es un estado de gracia, un don y que depende de muchas cosas: ante todo de una vocación, un ejercicio de voluntad que fortalece y templa las fortalezas, humildad y sobre todo disposición para afrontar los “misterios secretos” de lo desconocido que son el mundo habitable e inhóspito del personaje.

¿Y hay quien careciendo de talento para esto, hace teatro? Pues si… Tiene derecho a perder, engañarse o engañar –conciente o inconcientemente-, y hacer perder el tiempo a los demás.

Hace ya casi cuarenta años que veo y participo del ejercicio teatral, y no pocas veces me ha chocado ver puestas donde la persona que se pasea por el escenario, es una moronita o un gigante inconmensurable que difícilmente cabe en el espacio, no hablo de sus cacareos ni de sus berreantes intentos por mantener la línea de la memoria que escapa, si no de su volumen perdido en la dimensión del espacio o puesto en él con calzador, y que no es achacable de ninguna manera a la visión visionaria del director de escena que ha pasado por alto ese mínimo detalle. Y no digamos cuando hay utensilios escénicos que resultan ser una de cosas puestas ahí, como por ocupar algo: contradiciendo ese principio elemental de la “economía escénica”.

He dicho desde siempre que el teatro es una geometría. Espacialmente lo es. “Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro lo observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral” [3]. Sin importar las medidas de ese espacio vacío, su dimensión amplia o corta, monumental o breve, patio o escenario formal, esta dividido en nueve áreas que a su vez se subdividen en nueve áreas menores, y así sucesivamente, que permiten el manejo de volúmenes que son un lenguaje plástico, elemental previsto en cualquier puesta en escena; independientes del color, forma, textura, mobiliario, etc.. El hombre que camina en este espacio vacío del razonamiento de Peter Brook, es una geometría en movimiento que responde a volúmenes isométricos corporales, particulares y distintivos. Observar una puesta que no considera ni siquiera esto, como punto de partida, es tanto como intentar tragar un pedazo de pastel que carece de sal y azúcar como potenciadotes del sazón.

Hoy, con facilidad irresponsable, vemos el uso de herramientas visuales que pretenden aportar “sentido” al discurso de la puesta, y bien, vivimos en una sociedad visual por excelencia, eso no se puede negar, pero estas herramientas también conforman un elemento de la geometría escénica en proceso. Su empleo, más allá del sentido escenográfico, debe considerar su viabilidad geométrica.

Si el espacio físico donde se desarrolla el proceso de la puesta es una geometría como se ha dicho, el texto del dramaturgo es un mapa, donde están determinadas las coordenadas esenciales –las visibles y las invisibles- de su estructura.

Hablar de geometría escénica es hablar por supuesto del instrumento central: el cuerpo del actor. Flaco, alto; robusta, chaparra; chaparro y gordo, alta y rubicunda; cualquier composición de masa da pie a un volumen espacial a considerar. Ello propicia escalas que en el Renacimiento los grandes autores de las obras monumentales pictóricas estudiaron y codificaron profusamente.

Meyerhold aporta diciendo: “El movimiento esta subordinado a las leyes de la forma artística. En una representación, es el medio más poderoso” [4]. Parafraseando a Peter Brook, esto es cierto. El actor paseando por el escenario vacío ya de sí manda mensajes que el espectador lee sin duda y esto en el puro espacio físico altera el sentido de la composición. No es impune su transito. Y Peter Brook remata su planteamiento inicial diciendo: “Sin embargo, cuando hablamos de teatro no queremos decir exactamente eso. Telones rojos, focos, verso libre, risa, oscuridad, se superponen confusamente en una desordenada imagen que se expresa con una palabra útil para muchas cosas”. Cualquier acción o inacción crea una partitura: los silencios también son parte de la música.

Asimetrías, simetrías; alturas; unidad, composición espacial en tanto los objetos fijos y los volúmenes de la masa de los actores en movimiento del ejercicio en proceso, son observaciones mínimas que cualquier dirección debe cuidar, a reserva de que posea los servicios de un escenógrafo destacado y hábil; sin embargo, siendo el director el propietario del pensamiento rector de la puesta en escena, es su obligación cuidar los trazos; si el espacio escénico determina la puesta, es el director quien determina el espacio y el escenógrafo quien propone su distribución. Y estos datos, vistos así, son elementos cuantitativos simples que ponen coto a la idea del subjetivismo tan elocuente y propio en nuestra profesión.




[1] Luís de Tavira, La ciudad del teatro. Prólogo al IV tomo del Teatro completo de Rodolfo Usigli. CFE. México. 1996.
[2] Teoría y Praxis del teatro en México (especulaciones… en busca de una escuela). Sergio Jiménez y Edgar Ceballos. Un teatro para nuestras días. Luís de Tavira. Colección la memoria del olvido. Grupo Editorial Gaceta. México. 1982.
[3] El espacio vacío. Peter Brook. Ediciones Península. Madrid. 1969.
[4] Les poissons rouges. Jean Anouilh. La table ronde. París. 1971.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Apuntes sobre dirección escénica


El teatro es un animal voraz e insaciable; temible. [1]

A diferencia de las letras, la pintura, la música u otras artes, el teatro que trabaja con seres humanos, tan finitos como el mismo procedimiento de la puesta en escena, fenece, se descompone, se extingue en el olvido más profundo en cuanto se celebra y tiene como limite universal los linderos de la vida histórica de sus ejecutantes. Pocos son, comparativamente con las otras artes, los nombres de los hombres dedicados al teatro que han tejido huella indeleble en el quehacer teatral; muy pocos aún los que han logrado trascender el tiempo y el espacio, y son más reconocidos por su obra literario dramática que por sus verdaderas aportaciones a la escena. Es verdad, el teatro manifiesta el problema totalizador de la sociedad humana, el finito e irremediable proceso de ruptura con la esencia de la vida: la puesta en escena es finita, se ejecuta y se extingue como el ser humano en la línea de tiempo jamás detenida, nunca cíclica. El poder del arte teatral, en este sentido, es presencial.

No poco se discute si la vida verdadera del arte está en el “oficio” del actor que interpreta en la escena el pasaje y reacciones del personaje en la situación que le toca afrontar. Eso para los actores es un mandato y razón suficiente para que proclamen su independencia; solos están ante el publico que con impaciencia espera de ellos el cuento, la historia que habrá de maravillarle o sumir en el hastío más profundo y que cómo en el siglo XVII les sacan las ganas y deseos de largar bancos y verduras a la escena. Se habla igual de la construcción del espacio escénico, el cosmos creado cual cavidad propicia, traje a la medida donde las situaciones dadas dan margen al personaje que habrá de transitar en el eje central del totalizador ejercicio de la puesta en escena; luces, colores, espacios y volúmenes incluidos. Y desde que el teatro adquirió esa parte de manifestación no sacra, donde el papel del financiamiento y la repetición ante un publico diverso que asume sus costos, el productor se montó en la elección de repartos y repertorios más propios de su bolsillo y las necesidades de sobrevivencia del negocio, por lo tanto, se proclamó el verdadero dueño del teatro; no es de extrañar que muchos de estos productores se hubieran asumido como realizadores y creadores, y “el mundo del reconocimiento” vea en ellos verdaderos artistas, sin jamás tomar una decisión estética al respecto o donde las toma en virtud sólo de la utilidad.

“No todo lo que teatro es arte. Ya lo advertía Horacio a los Pisones; cualquier actividad capaz de liberarse de la finalidad que la esclaviza, para convertirse ella misma en su finalidad, puede alcanzar la soberanía del arte. Pero también sucede al revés, cuando una actividad esencialmente artística vende su soberanía al mejor postor en el intercambio mercantil que rige la conveniencia de las relaciones sociales, ese hacer deja de ser arte para convertirse en prostitución” [2].

Para algunos, la aparición del oficio del director de escena, es el resultado “de un tipo particular de deseos edípicos e identificaciones inconcientes y de una combinación especial de actitudes e intereses paternos”, otros lo atribuyen a la ampliación del papel del actor “en un esfuerzo demiúrgico por sujetar a su voluntad todos los oficios de la escena, todas las formas de la practica del teatro” [3].

Sin embargo, ya en el segundo tercio del Siglo XIX al igual que había sucedido con otros oficios colectivos -principalmente la música-, era indispensables un orden en medio del caos imperante y como resultado del advenimiento del mecenas en productor. En la música, los compositores, ejecutantes de su propia obra desde tiempo atrás habían adquirido la palestra y la batuta para dirigir con otros el sentido de sus notas. En el teatro, los primeros informes que tenemos al respecto son los pasos dados por el Duque de Meiningen quien ordena, sitúa, elige y organiza la disposición, forma y manera del relato e historias que habrán de contarse al público que asiste a la representación. Organiza y compone la disposición de la “Compañía” y abre brecha al advenimiento del elector principal de la puesta en escena. Es importante señalar que en la línea histórica, la presencia del Goerge II duque de Saxe Meiningen señala la aparición del director como rector del todo en la escenificación sin embargo antes, no pocos actores directores, hicieron lo mismo; una de las historias más conocidas y estudiadas es el caso de Mollière que escribió, actuó y dirigió durante el Romanticismo francés. Años antes del advenimiento del Duque Meiningen, Lessing quien dice: “nosotros tenemos actores, pero no un arte dramático. Si antaño existió, ahora ya no lo tenemos; se ha ido perdiendo; y es preciso volverlo a crea” [4], para enseguida proclama la República del Teatro y con ello fortalece la aparición del totalizador creador de la escena contemporánea.

Como otras artes, el director de la obra teatral, es el pintor de la obra pictórica, el interpretador de la partitura, el guarda ejecutor de las emociones del conjunto, el moldeador de los materiales de la escultura, el diseñador en situ de las situaciones creadas por el dramaturgo; es en suma, el pensamiento rector que da sentido al caos prevaleciente sobre el escenario. No quiero decir con ello ni eximir las buenas direcciones ni los malos juicios tomados al calor de la necedad soberbia de quién supone que su labor es dictatorial y absolutista.

“La puesta en escena es el dibujo de una acción dramática, el conjunto de movimientos, gestos o actitudes; acuerdos de fisonomías, voces y silencios” [5]: según Jacques Copeau a eso se refiere la puesta en escena. Pero quién es sí no es el director de escena quien logra el “dibujo”, “el conjunto”, la unidad de la puesta.

“El director de escena ha introducido la composición y la unidad que caracteriza la obra de arte, allí donde el azar reinaba como amo y señor. Considerado así, es un creador como cualquier otro artista. En el pintor la creación se produce en dos tiempos: aquel en que coloca los colores en la tela y aquel otro en que se retira para juzgar el efecto que produce. El actor se encuentra privado de este segundo tiempo. El director de escena se encargará de él” [6].

Es obvio que el actor es el rostro manifiesto de la ejecución de la puesta en escena; la punta del iceberg de una gran cantidad de esfuerzos compartidos, atados, unidos, enhebrados en una madeja de procesos relacionados con la planeación, la realización, la ejecución del acto efímero; subsume los significados y conlleva implícito paso a paso todos los elementos y procesos. Desde el momento de elección del texto, que no es otra cosa que el pensamiento en forma de literatura dramática del dramaturgo, pasando por la producción en sus etapas distintas y ensayos de mesa, trazo y conexión, hasta llegar al momento del “teatrón” donde espectador y actores por medio de los personajes y las situaciones en sucesivas secuencias se ven las caras –es un decir-, todo el proceso va ceñido, conducido, sobrellevado por la mano firme del unificador del pensamiento que en todos los momentos incidirá con su acento particular: el director que puede variar de muchas maneras el enfoque de esa misma dirección; habrá quién particularice su esfuerzo en la dirección de actores, en la dirección del espectáculo o en la ideal complicidad de una cosa y otra; pero habrá también quien se desentienda en aras de la fidelidad al autor y al texto, contraviniendo una ley esencial de la escena, proponer un viaje maravilloso y secreto al espectador que observa las incidencias de una aventura jamás contada aunque la partitura del texto la repita en voz baja en la penumbra amiga y discreta.

Hay una temperatura precisa entre la historia contada y el espectador. Temperatura que varia conforme el genero, el estilo, el núcleo social de espectadores a quien va dirigido y la manera en que los sucesos del cuento son contados. El director debe poseer ese termómetro: intuición, oficio, recurso. Debe tener el tino suficiente como para percibir los giros más leves de la peripecia de cada personaje y la historia. Y aquí quiero abrir un paréntesis y decir que no hay teatro para niños o teatro para adultos, o teatro para libélulas: sólo existe, simplemente, el teatro; maravilloso, terrorífico y voluble. Entender los momentos de contención o explosión plena que el actor debe observar es un principio elemental de la dirección de actores. Porque a veces el actor realiza una partitura de acciones físicas, limpia, multitareas, al tiempo que la impecable alharaca de un parlamento entreverado pero sin un sentido concreto de verdad del personaje en la situación, dando al traste con la ficción. Y entonces entendemos que actor y director no fueron capaces de entender al tercero en discordia, al personaje.

¿Pero que es dirigir?

Hasta ahora no hemos planteado el problema real, damos por sentado que todos los que esto leen entienden que es dirigir; tomar decisiones, afrontar problemas y buscar soluciones para llegar a una meta común. Dirigir resulta, simplemente, el control por decreto. ¿Pero el control de qué? ¿De la historia? Cuento inventado normalmente por otro; el dramaturgo sigue las reglas elementales de la forma dramática que en esencia es acción tridimensional forma en el mapa geométrico que conforma el texto dramático. ¿Del colectivo humano que contituyen los creadores? Se puede tener control o dominio sobre la imaginación del escenógrafo, el compositor de la música, el coreógrafo, etc. Todos aquellos especialistas que confluyen en el proceso de la creación anterior a los ensayos con el elenco. ¿Puede dominar y sujetar al colectivo de actores que intervendrán en la ejecución? ¿Entonces existe esta suerte de paternalismo a fuerza que prevalece entre actores y director? Y las decisiones que dan por resultado fracaso o triunfo de una obra de teatro se limitan a un vínculo de emociones solidarias o dependientes del otro. Dirigir resulta entonces como ser dueño del balón y formar su propia reta, si no se gana o resultan las cosas como se desean, se va y con él el fin del juego sin balón.

“Dirigir es coordinar todo cuanto sea necesario, para encontrar coherencia escénica de lo que uno piensa. Dirigir es plasmar los mundos internos del “règisseur” a través de un espectáculo; es expresar nuestro sentido de la vida mediante una estética y un sentido teatral. Ahí entra todo: coordinación, no coordinación y todos los aspectos de dirección escénica en general. Pero aún más importante que lo anterior: dirigir es realizar un hecho poético, un hecho autoral que implique una moral, una ética y una responsabilidad por lo que suceda en el escenario a través de un lenguaje teatral, a través de una puesta en escena. Habrá puesta en tanto que el director sea un poeta y tenga algo que decir sobre su realidad y en la medida con que lleve su disputa con el teatro. De otra forma no habrá nada, simplemente será un oficio de ilustración. Únicamente en la medida de que sea poesía, le será posible a un director plasmar mundos internos que se objetivicen, que encuentren la materialización en el escenario” [7].

¿Entonces el proceso y procedimientos de la dirección escénica es algo muchísimo más complejo y complicado?





[1] Théâtre du Vieux Colombier (1913-1993). Marie-Françoise Christout, Noëlle Guibert, Danièle Pauly. Editorial Norma. París. 1993.
[2] El espectáculo invisible: paradojas sobre el arte de la actuación. Luís de Tavira. 1e. Ediciones el Milagro. México. 1999.
[3] Sociología del teatro: ensayo sobre las sombras colectivas. Jean Duvignaud. Fondo de Cultura Económica. Mexico, 1981.
[4] Dramaturgia de Hamburgo. G. E. Lessing. (Traducción de Feliu Formosa. Introducción de Paolo Chiarini traducida por Luigia Perotto). Publicaciones ADE. (Serie Teoría y práctica del teatro). Madrid, 1993.
[5] Principios de dirección escénica. Selección y notas Edgar Ceballos. Colección Escenología. 1e. Gobierno del Estado de Hidalgo y Grupo Editorial Gaceta. 1992.
[6] La esencia del teatro. Henri Gaston Gouhier. Ediciones del carro de Tespis. Madrid. 1956.
[7] Memorias Ludwik Margules. Rodolfo Obregón.1e. CONACULTA y Ediciones el Milagro. México. 2004.

lunes, 5 de noviembre de 2012

In memoria del Emilio



Luminarias. Velas. Flores de cempasúchil. Parpadeo como si quisiera atrapar permanentemente esas instantáneas; imágenes luminosas que lastiman la pupila, confusas pero reconocibles en mis memorias más añejas. Incluso percibo el sonido del obturador abriéndose cada vez que mis parpados se cierran y abren. Es una sensación locuaz. Gente limpiando lápidas, quitando marañas de hojas secas, lavando lozas, pintando leyendas sobre los surcos bien conocidos de grafías que hablan cosas indestructibles de los difuntos. Gente en corrillo riendo, comiendo, contando anécdotas, chistes, melancólicos, beodos; niños, hombres, mujeres, viejos… Gente bailando, cantando allá, expresión de sones y boleros echados al aire por los mariachis, tríos, músicos de improvisa que apenas puedo registrar en las imágenes locas que pasan por mis ojos y se quedan en la memoria como un torbellino girando en vértigo… Altares y ofendas. Moles, tamales, papel picado, botellas llenas y a medio vaciar… Camino unos pasos hacia atrás, quiero tener una perspectiva más amplia de ese truculento torbellino de lúdicas presencias. Mis piernas endebles me hacen rodar, alzando las suelas de las botas y cayendo pesadamente sobre otros montículos de tierra que inexorable pienso son tumbas…



“¡Labrocha! ¡Labrocha! ¡Labrocha!” :- rugue el respetable tras fiero golpe a la tabla de la mesa. He dejado en un santiamén la ficha ganadora, me pongo en pie abriendo los brazos como abrazando a mis “dignos” rivales condescendiente y espeto una sonora carcajada llena de orgullo, de satisfacción, de burlona prepotencia. ¡Veintidós pesos! Cuando la apuesta por juego ha sido de a tostón. ¡Veintidós pesos!

.- “¡Perros! ¡Súbditos! ¡Mortales al fin metidos a juegos de dioses! … ¡Paguen! ¡Apoquinen la marmaja sustraída a sus débiles ilusiones!”.



Alzo la copa y brindo con la prole que aún me mira estupefacta y llena del orgullo que irradia el vencedor. Ese etílico mengur cruza por mi garganta, quema y baja a las entrañas calentando los intestinos ya de por sí calientes de otros muchos vasos de mezcales, aguardientes y tequilas. He bebido, sí. Pero he ganado a ley, reponiéndome de un mal inicio, contra viento y marea… El triunfo efímero es mi estandarte y nada podrá hacerme sentir frustración ni pena por los derrotados que ya pagan…

“¡Sigamos festejando! ¡Qué viva la fiesta!” :- grita un desocupado de aquel lado del galerón. Sigamos, quiero cantar y bailar. Llevar serenata. Cantarle a la vida, en esta noche de jubilo y festejo. Quiero compartir mi dicha. No le aunque que mañana los dragones de la cruda sean mi sino. Cantémosle al canto, a las estrellas, a las durmientes…



Salimos en batallón. Trepamos a los carros y empezamos el tour del descaro, el cinismo al cantar con aires alcohólicos, voces pastosas, camino del “despierta, dulce amor de mi vida. Despierta, si te encuentras dormida.” Y ahí andamos, con éxito rotundo; seis de siete; “son sordas o de plano andamos urgidos”. Seis ventanas, seis postillos que se abren al cuchicheo casi imperceptible, al rose de pieles menos imperceptible y a la promesa de mañana: colofón de esperanza a las ansias hoy prendidas. Hay quien de plano se pierde en el trayecto hundido en el torbellino…

Estamos frente a la puerta, me toca a mí avanzar dejando en claro de quien ha sido el triunfo y la noche. Estamos de cara al lumbral y dos últimos tragos me ofrecen el valor y entereza suficiente para dar el estirón postrero. Avanzo en los vapores de esos brazos etílicos que me llevan sin titubeos, sin tropiezos, a ganar otra apuesta echada al aire por las voces que me acompañan y que se han quedado atrás en cuanto cruzo el limite. Camino y mis ojos son ese lente que descubre un mundo como la canción de José Alfredo: “Un mundo raro”. Mis parpadeos son ese sonido del obturador abriendo y cerrando… Atrapando las imágenes vertiginosas, huidizas, aún ahora no completas... Caigo en situ de forma grosera. Hacia atrás y alzo las patas al tiempo que siento en la espalda la tierra floja; siento ansiedad, temor creciente, miedo… Manojos de cempasúchil y nube seca. Rastrojo. Tierra quebradiza entre los dedos. Un horrendo miedo en crecendo. Me pongo en pie como un rayo que se va de lado. Pero trato… Estoy solo y me rodea el largo caminos al muro exterior, filas interminables de lapidas, monumentos de petra in animación, árboles oscuros meciendo las ramas al compás de un viento parsimonioso y la luna llena mirando insomne el horizonte cuajado de estrellas. El silencio que cala en los huesos. Corro zigzagueando, caigo aquí, reboto allá… El camino es largo, recto e interminable… el pánico estalla en mis entrañas. Aprieto el paso indeciso… Soy un grotesco payaso que se deshace en jirones de tiempo tratando de llegar a la meta… Toco el umbral y salgo ileso. Afuera, nada. Nomás la avenida desierta en la madrugada. El viento bailando entre los toldos de los puestos de flores vacíos; nadie, solo y mi alma. Caigo de bruces. Vomito. Y me desmayo…  

miércoles, 24 de octubre de 2012

Memorias del Perro 5



Mi buen amigo de la adolescencia el Perro me llamó. Tenía un buen de tiempo que no sabía de él y su llamada me sorprendió por el tono. Lo primero que me espetó con su lenguaje florido de siempre fue: “Oye que pinche maricón saliste, Labrocha. Murió hace unos días Silvia Kristel y ni un lazo le echaste”. “Pero no sabía. ¿Cuándo y cómo?” :- contesté. “Te haces pájaro, puto. Ya se te olvidó lo mucho que la admirabas, las ganas que te daban de jalarle el pescuezo al pollo nomás con verla, joto... Escribe de las muchas películas que de ella fuimos a ver… Puto de mierda… ¡Maricón!”




Después de la llamada de marras me di a la tarea de buscar información. Efectivamente Silvia Kristel en días pasados murió, murió de cáncer a los 63 o algo más, dejando un legado poderoso en la cinematografía –me atrevería a decir- mundial. Uno de sus Emmanueles, la zaga de cuatro o cinco películas que se filmaron con ese título, duró en cartelera permanente por espacio de 13 o 14 años continuos. Y es verdad lo que dice el Perro; el Nacho, el Nambo, el Banano, el Sarmiento, el mismo Perro, otros y yo vimos todas las cintas de esta actriz que llegaban a Morelia a partir de 1975 que fue la primera vez que vimos Emmanuel en el cine Buñuel, sobre la calle Eduardo Ruiz.



El Perro me hizo recordar que en aquellos días, los días en que salíamos de la secundaria en el Saleciano e ingresábamos a la “prepa” en el Colegio de San Nicolás, nos unía básicamente la edad y las ganas de seguir con el conjunto musical que formamos en la “secu” y que nos daba para vivir con tocadas en fiestas y tardeadas. Nambo, el Nacho y yo nos fuimos a establecer en una casa en la colonia Industrial donde también ensayábamos; el Banano y el Perro siguieron en su casa familiar; las rentas las sacábamos de las tocadas y del “hueso” que agarramos en la zona de tolerancia animando musicalmente a las desnudistas flaconas o gordas que bailaban en “los congales” de martes a sábado hasta la amanecida. Era un verdadera joda por las desveladas pero bien pagados…



Y como ya se imaginará estimado lector hipotético nos unía el desmaus, los descubrimientos de la edad y un gusto enorme por el cine. Tengo que decir que vimos cantidades industriales de películas italianas, japonesas, inglesas, alemanas, gringas, francesas, mexicanas... Al respecto abría que señalar, la cuidad entonces ofrecía una cantidad diversa de oferta cinematográfica todo el año, no era para nada la limitada de hoy en día que responde solo a la única oferta de las multinacional norteamericanas y las cuantas productoras nacionales que logran colarse a las dos o tres cadenas exhibidoras que rigen el momento. De esa diversidad uno podía escoger lo que quisiera, disfrutarlo sin pudor y sin esa suerte de coacción que hoy por hoy hacen los exhibidores al tener como treinta o cuarenta salas, donde sólo presentan unas doce o trece películas como máximo y el resto es lo mismito.



En 1974 se estrenó Emmanuel dirigida por Just Jaeckin basada en una novela de Emmanuelle Arsan, la exhibirían en Morelia al año siguiente y entramos al cine ahora sí que por accidente; no teníamos referencias ni idea de lo que atestiguaríamos; simplemente entramos en bola y nos maravillo. Abría un espacio nuevo en el campo de lo sensible; sensual, erótico, voluptuoso; maravilloso pues la mojigatería de los años setenta en Morelia era opresiva. Si bien la película italiana homónima de 1969 nos gustó cuando la vimos meses después, el filme de la holandesa Kristel nos había seducido y creí entender los textos del Marqués de Sade que leía en aquellos días.



Emmanuel I nos trajo un cine novedoso, exuberante, cargado de palabras seductoras y Emmanuel II nos enseñó un lenguaje de imágenes idílicas que por sí mismo resultaban un asombroso viaje al lívido. Poco puedo agregar a lo mucho que seguramente se ha escrito y escribe entorno a esta zaga de películas realizadas alrededor de esta bellísima actriz. No sé si para las juventudes de hoy –sí para los cuarentones y cincuentones- que han visto de “todo” sin artificio, estos filmes puedan tener esa aura de sonrojo y calor que nos producían en los sesenta, ni ese deslumbrante despertar que las imágenes nos producía, pero si sé que es indispensable disfrutar plenamente de un monumento a un cine que en su tiempo fue renovador y estilísticamente opuesto a la industria porno que ya se aposentaba sin anécdota y sin hilo referente, a más de los alardes físico-atlético de sus intérpretes.


miércoles, 17 de octubre de 2012

CRÓNICA DEL DIA



Hace un buen de tiempo, años ya que las sirenas de las patrullas, las ambulancias, el rechinar de las camionetas o camiones en fuga de los soldados y el ulular de las aspas de los helicópteros no dejan de sonar en todo el cielo de la capital del Estado de Michoacán. Y no es que vivamos en un estado de sitio, en un estado de alarma constante, en un “santa maría madre de Dios”, pues los robos a casa habitación se han incrementado en un doscientos o trescientos por ciento en la capital y no, seguro y estamos seguros con esta autoridad … Simplemente vivimos indiferentes ante el caos que sí ya llegó a la esquina, mientras no entre a nuestra casa, no es asunto nuestro.

Debo decir en descargo de la situación y sus provocadores que, nunca se vivió en una calma absoluta, Michoacán siempre ha sido espacio propicio para experimentar situaciones y sucesos que en otras partes del país alzarían ampolla pero que aquí son sólo eventos del día: un ejemplo, unos tales lanzando cabezas humanas sin tronco ni extremidades dentro de un centro de diversión nocturna y de tubo en Uruapan, no deja de escandalizar un poco, pero después de la enorme tradición de matazones y sucesos funestos en tierra caliente, esas cabezas rebotando, rebotando en la duela son simple anecdotario de reporteros amarillistas. Acá la cosa no pasa de ser uno más de los temas del día a día, nadie puede contradecir el que alguien diga: “de seguro, andaban en malos pasos” y terminó la conversa sin alarmas ni sobresaltos.

Con sonrisa fingida y etílica –como es bien conocido-, el querellante entonces a Los Pinos, finca así designada por otro ilustre michoacano como casa y bendito santuario del Presidente de la República, comprometió con todo el peso de su labia una frase excelsa: “Si votan por mí, a Michoacán le ira muy bien”. Y sí, hubo quién voto. Pero después del fraude que todos conocimos y de “la marcha de la lealtad” del ejercito mexicano donde apareciera con trajecito verde el “primer jefe” al mando, sin empacho lanzó la ofensiva primera ¿y dónde más?, en el terruño que años atrás lo había despreciado como candidato al Solio de Ocampo.

El primer propagandístico zarpazo fue el arresto –en un bautizo- de lideres del cartel en boga en la entidad, “La Familia” que hace cosa de una década o más cosecha blasones, miedos y lealtades en todos los rincones de este lado de la cordillera. La siguió seguros y sin dudas, basados en lo que alguno de aquellos ángeles caídos rajaron en cambalache de su seguridad, como testigos protegidos, “quienes” eran en el gobierno izquierdoso y entrarte, malicioso y perverso,  sus cómplices en el ámbito estatal y municipal… Y ¡zas! El sainete conocido como el “michoacanazo” agarró a propios y extraños fuera de base. Sin más seguridad que aquellos datos supuestos aportados por los caídos en desgracia, la fuerza al mando del “primer jefazo” del orden entro en acción, arrestó y arrastró a funcionarios y alcaldes, saltándose los protocolos y la mínima soberanía que los Estados soberanos poseen ante la Federación. Y la política de la denuncia y la pica entró en acción. La propaganda oficial fue abundante, pronta… Fútil y estéril a luz de los hechos en progreso a continuación. Sin embargo, cachiporra en mano arrestó, arraigó y encarcelo a aquellos muchachos que meses después o años después revertieron una a una las acusaciones federales y los supuestos por los que se les difamó, maltrató y consignó públicamente en la hoguera de los delitos sólo achacables al etílico aliento del sobrado poder sin legitimidad.

Nunca antes como ahora el nivel y las evaluaciones educativas del estado, Michoacán produce el número más alto de master y doctores en ciencias educativas del país, han sido tan bajas, se raya en el último lugar en todos los rubros, la deserción en los niveles de primaría y secundaria son brutales y el ausentismo de los profesores en las aulas es monumental. Sin embargo la batalla cotidiana por posiciones de poder por todas las partes actuantes que van en un vaivén constante de servilismo ayudante, a aposición y dádiva, es la legítima astucia de un sistema que estatal y municipal se mueve en la línea y rigor del impulso del péndulo. De ahí que el michoacano promedio ni se apresura demasiado cuando hay tomas de edificios, plantones, marchas y demás manifestaciones … Bueno, ni aquellas donde “el fin de fiesta” deja uno, dos o tres carros en llamas. Las angustias y sobresaltos son cosa nomás de chilangos fronterizos (pirindas, “los de en medio”), saqueadores de salarios, bienes y lugares de empleo.

El fascismo del neo-retro PRi hoy nos campea. Y aplaudimos al ignorante, al enfermo, al arrogante poseedor del discurso clerical, vacuo y estéril que desde "la ley", siempre resguardado en la bandera del porrismo nicolaita disfrazado de altos vuelos, simula, disfraza al lobo de cordero.

Somos una raza indolente, apática, ocupada en alcanzar las migas o moronas que van rodando del nido de la iniciativa privada y el poder. Perdimos en el camino esa suerte de rancia aristocracia que aún a la gente más pobre y plebe rodeaba: En el desencanto del camino por lo tanto, adquirimos los ropajes más tristes del clientelismo, la cobardía, la tolerancia a lo infausto, a lo injusto, a lo apolítico, a lo no combativo de nuestras ideas y derechos aunque fuera como seres humanos. No sé si alguna vez Morelia o Michoacán, las personas que aquí habitaron, tuvieron esa fortaleza de miras, esa gana de pretender algo mejor para sus vástagos, algo menos perruno para el futuro … No lo sé, seguro no lo sabré nunca y es una lástima verdadera que llegue al final de mis días con esta sentida amargura en el paladar.

martes, 16 de octubre de 2012

UNA MAS…


Lo he dicho antes: Michoacán, nuestro estado ha sido permanentemente un laboratorio político donde la caterva de sectas (ex porros de la UMSNH unidos en agrupaciones afines al PRI) han plantado sus reales. Jamás buenos en nada relativo a lo profesional: salvo en depredar los fondos públicos, las esperanzas y promesas a una sociedad siempre indignada pero pasiva y tolerante. Por años los ha tolerado a “ellos”, sus triquiñuelas, sus raterías, sus promesas incumplidas siempre 
Nací en un tiempo de turbulencia, anterior al emblemático 2 de octubre nacional que todos mencionan, polverada moreliana premonitoria de esa fecha que convulsionó a esta ciudad y Estado de la República. Tiempo de bullanga y protesta legítima que permitió -una vez más- el apropiamiento hegemónico por la fuerza de la gendarmería y la soldadesca del reinante PRI. Con Arriaga Rivera no sólo se apropiaron de la universidad michoacana y evitaron su posible desarrollo a futuro sino que descabezaron cualquier protesta e indignación al tiempo que controlaron -los porros, futuros políticos de el ahora-, la dirigencia de aquellos grupos de porros en espera y en embrión; la nueva dirigencia partidista se planto con pompa y boato hasta la eternidad de los tiempos.

Con Martínez Villicaña el descabezamiento del naciente PRD se dio en las calles, en las oficinas burocráticas, en las aulas... a contrapelo del movimiento sentimental y nostálgico de las fuerzas vivas del ámbito más hambriento de la urbe y el campo. Su naturaleza cardenista propició y justificó que en el feudo del “Tata” se buscara la limpieza al tiempo que la resistencia tomó forma. No hubo lugar donde no se escarbara ni rompieran las estructuras reemplazándolas por otras afines, dóciles e igual de corrompidas. Como evidencia inmediata las calles de la capital empezaron a conocer la invasión de los vendedores ambulantes que pegados a facciones partidistas activas jugaron su juego en la política ratonera local; cuyo inicio del clímax apareció con el advenimiento del primer perredista Presidente Municipal de Morelia y el priísta Gobernador Interino; años después –risible sólo imaginado en Michoacán- candidato perredista al Solio de Ocampo.

Por supuesto en este gran laboratorio las esperanzas siempre truncadas han tenido sus momentos bajos y altos –como señala el canon para cualquier romance que se precie en serlo-. Y los años de perredismo fueron de la expectativa esperanzadoras a la decepción más burda. Jamás satisfecha, jamás cumplido un mínimo anhelo; solo descalabros en las raterías del erario publico en negocios familiares nunca cuantificados, nunca penalizados ni siquiera comprobados porque ese caciquismo del “Tata” y su progenie sigue … y seguirá presente cual mancha corrosiva.

Así, tras un fallido encuentro con las políticas federales encabezadas por un ilustre hijo de estas tierras -derrotado antes aquí mismo por el porrismo priista-, nadando en la corriente, a compraventa de votos por kilos de cemento dimos paso de regreso al nepotismo, al caciquismo, a los grupos hegemónicos de choque, “la mano dura” e igual el negocio de familia y el fascismo de clase de la mano del viejo porrismo partidista nicolaita más soberbio, más descabellado e ilustremente ignorante…

Y este fragmento de columna publicada en la prensa nacional sólo describe la triste parte de un problema de décadas.


Astillas
Fausto Vallejo está decidido a hacerse valer a golpes como gobernador. Se enfrenta a una situación delicada, pues grupos estudiantiles altamente politizados pelean por reivindicaciones diversas mediante métodos como las tomas de edificios escolares, la apropiación de vehículos oficiales y la beligerante protesta pública que en otras ocasiones les han permitido desembocar en arreglos aceptables para ambas partes. Pero Vallejo ha decidido hacer a un lado las estrategias políticas y sustituirlas por el código penal y las fuerzas policiacas. El resultado es alarmante: más de 170 normalistas han sido detenidos; otros, golpeados; vehículos, incendiados, y se vive en Michoacán una tensa expectativa respecto a la capacidad política de ese gobierno de por sí endeble. Las imágenes de jóvenes ensangrentados, y de policías en gozoso ejercicio de la represión impune, enmarcan la frase de diazordacismo desesperado de Vallejo: no habrá tolerancia para grupos radicales. Irónico es, además, que en una entidad tomada bajo control férreo por grupos de narcotraficantes, sin respeto alguno por leyes ni instituciones, el gobernador Vallejo y los empresarios locales invoquen el estado de derecho como algo que debe ser defendido a sangre y fuego pero contra estudiantes de normales rurales... ¡Hasta mañana!

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martes, 31 de julio de 2012

Un viaje entretenido (el inicio de una novela)



Hoy lo veo como la primera vez. Lo veo con la misma precisión de entonces. Lo veo con los cachetes inflados, resoplando, colorado y con grandes gotas de sudor salado rodándole por la barba, de la cabeza a los hombros. Lo veo cargando la mochila a la espalda, las manos hinchadas cargando el machete y los pies ardiendo a pesar de las botas; sufriendo el camino pero con esa sonrisa alegre de los días buenos. Lo veo mirando el solar ancho que se abre en una loma blanca y larga, coronada con una cresta prominente y que se mira bien desde los llanos, el inmenso pantano, el río grande, las selvas intrincadas, los valles remotos. Y ahí está, sudoroso, cansado pero contento del logro realizado. Se abrió paso hasta ese rincón de la tierra, tumbando breñales y hierbajos a golpe de machete. Nueve horas de tasajear la selva, de abrir caminos inexistentes; desde la orilla del gran río y el llano, hasta los montes mas profundos. Lo hizo como siempre, seguido de los tres negros silenciosos que van detrás suyo como perros falderos. Llegando se tumbaron en el suelo echando a tierra las mochilas, bultos y herramientas que cargaban en las acémilas jaladas con correas. Prendieron una gran fogata, comieron con ganas pedazos de tasajo y gorditas de maíz, bebieron de su agua con gusto y dieron de tragar y beber a los animales. Ahí era el sitio; “seguro, ahí es…” Por turnos durmieron la primera noche hasta que el silencio los despertó y contemplaron la magnificencia del esplendoroso cielo negro cuajado con estrellas como tapete de pedrería.

No bien salió el sol treparon a la cresta de la orilla norte para ver del otro lado la caída de agua, los vallecitos que se adivinan a lo lejos, las colinas de selva espesa tendidas allá abajo y el nacimiento del río que corre a unos doscientos metros bajando por los caminos de chivas que después empedrarían para poder transitarlos en época de lluvias. Luego revisaron minuciosamente todos los rincones del llano blanco, buscando madrigueras de alimañas y animales peligrosos. Escogieron el lugar exacto donde los escurrimientos no molestaran en caso de lluvias, midieron a cordel sesenta pasos entre esquina y esquina, poniendo el sol al frente del cuadrado que fueron formando en la colina. Levantaron un toldo y el resto del día descasaron. A la mañana siguiente y en los días y semanas que le siguieron, con bote y cal pusieron a cordel las marcas suficientes para iniciar la construcción que se habían propuesto.

Cinco tronco gigantes que fueron tumbados y arrastrados de la selva cercana. Cinco enormes pedazos de leño grueso que fueron redondeados, tatemados al fuego para endurecerlos, cortados a medidas exactas. Una odisea, en si misma, fue horadar la piedra de la colina. Hacer los socavones de poco más de tres metros de profundo; marros, picos, palas, cinceles y demás herramientas fueron empleadas en tal faena; además de diez o quince cargas de TNT que en medidas no muy grandes fueron utilizadas para penetrar, romper y redondear la roca sólida. Cinco puntos de apoyo, donde los troncos enormes fueron enterraron en hoyos grandes, en puntos precisos, alzándose a escasos dos metros del suelo llano donde montaron un piso que después armaron con anchos tablones sacados de los árboles hurtados a la selva espesa. Con plomada y nivel hicieron el piso firme, donde montaron luego los muros sólidos de una casa espaciosa que se fundió con los cinco troncos que encajaron en la piedra y fueron los cimientos.

Cuando empezaron las explosiones que abrían el suelo y retumbaban a kilómetros y kilómetros, provocando un ruido previo ensordecedor de todos los animales y un silencio posterior que podría romperse en pedacitos de menudencia, fueron llegando a la loma blanca gente que buscaba acomodo, trabajo y sitio donde vivir: hombres, mujeres, niños y viejos. Antes entrar pidieron permiso y se les dijo que sí podrían vivir ahí, siempre y cuando construyeran su villorrio en las faldas de la loma, lejos de la casa; cosa que hicieron ganándole unos metros a la selva, con lo cual después hizo esa gente solares, usados en su tiempo para cultivos y ganado. Así, aquellos cuatro se beneficiaron también con la nueva compañía, ganando mano de obra y fuerzas nuevas para continuar con su trabajo que ya entonces levantaba el primer piso del suelo.

Con tierra chiclosa que hallaron del otro lado de la cresta, arenisca de allá mismo cernida y colada en mallas finas, agua y las virutas sobrantes de tablones y troncos hicieron adobes que pusieron a secar al sol en largos tendidos; con el adobe y una argamasa del mismo barro levantaron los muros interiores que dividirían la estancia.

Lo que le siguió al piso primero, fue un sólido armazón de vigas que hicieron las veces de castillos y que a la postre servirían de apoyo a los muros. Abrieron grandes huecos en el piso de madera y las vigas se insertaron a presión, como clavos del mismo material, ensamblándolas como palillos en terreno firme y similar, alzándose hacía arriba más de tres metros y medio. Posteriormente se colocaron las trabes. Una a una, también de madera, de una pieza cada una. Fueron horadadas las trabes en los extremos, ensamblándolas en los castillos, con grandes clavos del mismo material que entraban en los hoyos ajustándose con cepillos, gurbias, serrotes, tajaderos y cinceles. Una gran aritmética de medidas, líneas, ajustes y reajustes fueron empleadas en todo el edificio que se alzaba a pedazos como un gigantesco fantasma todavía sin carnes. En todo el esqueleto de la casa no se emplearon empalmes que no fueran de madera, lo cual permitiría a futuro a la construcción hincharse o contraerse, según el clima imperante, como una sola cosa sólida y viva. El segundo piso de gruesos tablones se alzo a tres y medio metros del primero. A la misma altura le siguió un armado de columnas y trabes que sostendrían el ático y el techo de dos aguas que se hizo de tejas horneadas con el mismo barro de los adobes de los muros. La loma fue adquiriendo esa especie de factoría sólo propia de los humanos que todo los descomponen para crear su propia armonía, su propia creación. Junto a la construcción que se alzaba y alzaba día con día, el aserradero, más allá la fosa y el tendido de adobes secándose al sol, el horno humeante de tejas, el taller de alfarería que ya empezaba a formar la enorme tinaja que sería el tinaco elevado que iría dentro del ático. Y el trajín incesante de hombres, mujeres, niños cargando, rodando, devastando, transportando, moliendo, golpeando como una enorme sinfonía.

Habían terminado prácticamente el techo cuando llegaron las primeras lluvias. Columnas de adobe habían sido resguardadas dentro de la estructura y se trabajaba en los muros de las estancias interiores, logrando aplanados, firmes y muros secándolos con el calor indirecto de fuego en enormes tinajas construidas con antelación para el caso. Conocían esos sistemas y procedimientos gracias a la abundante información que habían leído de arquitectos italianos del renacimiento. Mientras que el cielo se desgajaba a fuera, en esa época de diluvios, eligieron las medidas precisas del corredor que sería el vestíbulo y el sitio donde irían las escalinatas que le darían acceso. Construyeron el salón principal que ocupaba prácticamente la mitad de la casa, una enorme sala en forma de herradura que tenia en la parte superior y por tres lados, enormes pasillos a los cuales se llegaba por dos escaleras laterales. La entrada principal fueron dos puertas siempre abiertas para quien quisiera venir. Dos ventanales al frente y cuatro laterales que permitían ver el interior desde afuera, dando luz natural al interior todo el tiempo.

viernes, 22 de junio de 2012

QUE HACER????

SI ANTICIPAMOS EL FRAUDE, SI ESTE SE REPETIRÁ, LA PREGUNTA ES: ¿QUÉ HACER? ¿CÓMO PROCEDER? ¿CÓMO ENFRENTAR LA REALIDAD DE UN PAÍS CUYA PRACTICA COMÚN ES LA DESHONESTIDAD, EL COCHUPO, LA BURLA DE LAS LEYES? ¿UN PAÍS DONDE LA LEY ES TINTA SECA EN UN PAPEL PRACTICAMENTE INEXISTENTE?

martes, 5 de junio de 2012

LA INCERTIDUMBRE DEL CAMBIO



La historia es una vieja harapienta que muestra sus miserias a quien las quiere mirar; sesenta años pasados, doce de transición, esparadrapos de olvidos abandonados en las calles y las plazuelas. Nadie ve. Todos callan. Nadie recuerda.

Para muchos mexicanos que votaremos el próximo 1 de julio, la cosa está amarrada ya. Sin error ha equivocarse el ganador es Enrique Peña Nieto. Sencillo ha resultado entender que el candidato del PRI es el bueno, los comerciales publicitarios de la televisión así lo dicen: El puntero es el puntero desde hace muchos meses atrás. Convencidos de su voluntad y pasión por el bienestar de la gente nos decimos a nosotros mismos: “Sí, el bello ejemplar, es el bueno”. No mostramos dudas de que éste será el retorno del partido -nuestro partido- a los Pinos, al gobierno, a los mandos, al negocio, al cambio que México necesita y del cuál queremos ser parte. “Las móndrigas tepocadas” regresaran al patio central de Palacio Nacional con su olor a aguas de tamarindo, jamaica y limón.

Hace seis años la gran lucha la dimos en el terreno de las encuestas, las campañas negras, las televisoras y los cochupos cibernéticos. No importó el fraude si el enemigo “era una desgracia para México”, aunque nunca tuvimos la capacidad de comprobar que decíamos con “desgracia”. Hicimos cera y pabilo de un cáncer, de un mal mayor, de una calamidad que todavía no costaba casi cien mil muertos –como hoy-, y las más flagrantes traiciones al Estado de Derecho que tanto pregonamos y que quisimos fuera nuestra legitimidad. Las soberanía de individuos y estados no la pasamos después por el arco del triunfo, en aras de una guerra fantasma que cobró vidas y enluto hogares sin ton ni son. Y hoy, abreviando los últimos tragos del poder, hacemos cruces, decimos plegarias y tratos oscuros que nos salven el pellejo a fin de cuantas un día la gran historia como a Churchil, en nuestra megalomanía, nos habrá de reivindicar y sabrás lo mucho que nos debes.

Se me calló la sonrisa atada con hilos faciales. Se me hizo mueca de pánico nomás supe que mi hora de segundo había terminado. “¿Cómo habré de negociar? ¿Cómo habré de prosperar un hueso en el gabinete nuevo?”. Y el país del machismo cobró mis desafíos.

Soy pleve. Y soy 132. Y soy diferencia… Y soy verdugo de mis verdugos y los verdugos de mis padres, abuelos e hijos…

jueves, 5 de enero de 2012

LOS HERMANOS REYES III (o el regreso del Diableco de la tinta)



La verdad, ni idea del tiempo que paso. Lo supe cuando me miré al espejo. Algunas arrugas nuevas, comisuras novedosas en el rostro, unas cuantas canas en las sienes, el mostacho y la barba. Las manos con algunos callos inéditos, salvo el del dedo medio de siempre por arrastrar la pluma o el lápiz en la aridez de la hoja en blanco. Si tuviera un comentario correcto a lo que veo reflejado en el espejo sería que, tengo mayor carácter que antes; he adquirido la máscara natural de un noble guerrero celta… “¡Mira… que pendejo comentario!”.



El mismo viento frío que arrancó al Emilio Labrocha –que soy yo mismo- de estos andurriales a la orilla del aburrimiento de otros días, lo regresó de ahí dónde el aire tibio llega y da vuelta en torbellinos vertiginosos. Lo regresó cargando la mochila y las mismas botas desgastadas de tanto rodar, de la misma manera que lo arrastró en los ayeres lejanos, cuando el Botudo y su doña Marthita empezaba a enredar boberas sin que nadie hiciera caso a las advertencias y los disparates. Retorno en el año de los oráculos oscuros y el signo del Dragón de agua, a una tierra marcada por más de setenta mil cruces y miles de huérfanos en el insulso arrebato soberbio de una guerra justificadora de cualquier despropósito y hurto sin que nadie quiera admitir que el fascismo y el autoritarismo genocida no murieron en el sótano del Tercer Reinch, las tundras Siberianas, los despachos de Wall Street, las tetas caídas del 09/11, las jaulas en Guantánamo, las mazmorras de Libia y los crímenes consagrados por las sotanas, los rosarios y sus discípulos. Ahora hay un enano descabellado, machete y Kalashnikov en mano capitaneando, empeñado en guerra con las vacuas sombras y fantasmas de sus mismos temores y fiestas de guardar.








Mi departamento otrora habitable, frente al templo de Cristo Rey en esta ciudad patrimonio de la humanidad es zona de desastre; infraestructura en caos, en vía de declararse como pérdida total sin que gobierno alguno pueda asumir el costo en algún presumible presupuesto de contingencia para desastres naturales. Parece que un tornado pasó, se aposentó y se quedó permanentemente aquí, bailando allá, entrando y saliendo por alguna ventana, a través de un socavón... Y lo primero que exclama el Briagoberto viéndome en el lindel de la puerta abierta: “¡Wey, lo que necesitas con urgencia es vitamina T! Tacos. Tamales. Tequila… ¡¡Un chingo y medio de Tequila, cabrón!! ¡No mames pinche Emilio, te ves bien madriado! ¡Fatal!”. De ahí que me mirara en el espejo buscando algo que no supe dónde se quedó fugitivo y en la clandestinidad, si es que algo extravié... “¿La inocencia? ¿La crédula complacencia..?” También el reflejo me trae de golpe la imagen viva del desastre… Melchor, Raspar, Vasaltar. Los inconfundibles hermanos Reyes, frívolos mascarones de Reyes Magos; figurantes divinos coronados tumbados mientras el Briagoberto se afana en tratar de levantar mi mochila antes de que se embarre de vómito y escombros…

                         

“¡Uta Emilio, hubieras avisado! ¡Una inche postal cuando menos, cabrón! ¡Neta, neta fue un pedote conservar en estado presentable las instalaciones! ¡Cabrón, te pusiste las botas… unas cuantas garras en la mochila y te perdiste wey! ¿Quién en sus cinco sentidos aguanta la ausencia? ¡¿A ver, dime?! ¡Los inches hermanos Reyes venían año con año a ver que se chingaban, los conoces cómo son de lángaros, mejor les di posada y nos hicimos compañía! ¡Que vayan y cinches a otros en estas fechas! ¡Que dejen el cubil fuera de sus negocios, ¿o no?! ¡¿O dime, qué..?! ¡¿Qué hubieras hecho de estar aquí?! ¡¡¡Ponerles el zapatito, sus galletas y su lechita pa´ dormir!!! ¡¡Estos tres cabrones son peor que los jalapeños actuales del chaparro y los judas de antaño del negro Durazo en sus buenos días!! ¡¿O no?!”.



“¡¿Qué me queda en medio de este desastre, de esta catástrofe planetaria?! Raspar la barra de tinta que he andado cargando desde mis días en Estambul, mezclar el polvillo con agua fresca y limpia... Y esperar, haciendo changuitos, que el Diableco de la tinta siga dormido y dispuesto a reanimarse desde adentro de su pomo casa… De algo debo estar seguro, como otras tantas veces en el pasado: al Dialeco la ausencia y la falta de trato a lo mejor lo han hecho huraño, rebelde, grosero, amargo, denso, livinidoso y contreras… ¡Para cualquier situación debo estar preparado y hacer sonrisita vallisoletana! Antes que otra cosa: debo levantar a estos Reyes para que se salgan a buscar su camino, no vaya siendo que cómo hace tanto que no me miran, me desconozcan y busquen ganarse el pan nuestro de su cada día con el sudor de mi frente…”