Las finas personas de la banda del buen Lucky Luciano.
Hubo un día, no hace tanto, en el país del sueño Americano. Que un puñado de finos personajes hacían lo que les daba la gana con ayuda y las buenas acciones de la autoridad. ¡¿Dónde hemos oído eso?! En esos día de prohibición y buenos negocios, explicablemente las fortunas engordaban bajo la cuenta de pingües ganancias producto del juego, la bebida, la fiesta clandestina, la asistencia personalizada de bellas damiselas.
¿A poco no Lucky Luciano? (1897-1962).
En esos días en que tomarse un trago era un sacrilegio penado por la ley de los hombres. En aquellos lejanos días en que en los campos de guerra los soldados moribundos exigían heroína y marihuana para expiar los horrores cometidos y las cobardías de sus destinos. Los valientes comerciantes, patriotas que pulían el filón inagotable, gozaban de los deleites de las buenas vidas y el presente, ese presente he de aclarar...
Este flamante enamorado le construyó una ciudad a su enamorada.
Benjamín Siegel (1906-1947), un soldado fiel del equipo de Lucky Luciano y Meyer Lansky (1902-1983) tuvo un sueño. Un sueño imposible que realizó sobre las calcinantes arenas de un llano y donde bautizó a la primera de sus construcciones con el nombre de: El flamingo. Con ello fundó una ciudad que jamás descansa y que todavía procura sueños y desvelos a quienes la buscan en sus pesadillas.
El sueño de Bugsy Siegel pareció costar más de lo que Los Lores del vicio estaban dispuestos aportar. La desaparición de unos cuantos millones de dólares aceleró la decisión infausta. Y el enamorado Siegel apareció con unos cuantos tiros en el rostro, sentado en su sofá de Berverly Hill. Dijeron después las viperinas lenguas que la enamorada devolvió los millones extraviados y solo una promesa de Los Lores al fiel soldado, le aseguraron la vida a Virginia.
Hoy, el sueño de Bugsy es la empresa más rentable de la nación del norte y la mina inacabable.
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