martes, 1 de febrero de 2011

El cine y mis nostalgias

Como si me costara mucho echarme un clavado a la alberca de la nostalgia, tengo recuerdos inevitables de mis años de escuincle en la secundaria a donde llegué sin demasiada convicción, sin muchas ganas, nomás por obediente. He dicho en otros momentos que fui Niño Cantor de Morelia e hice la primaria en la Mariano Elízaga por lo tanto, me enviaron al Instituto Antonio de Mendoza; aclaro que no era para nada el destino que yo quería, mi deseo era hacer los tres años de secundaria en la Escuela Secundaria Federal Núm. 1. ¡Yo quería ser chocho!

Pero tal y como reza el dicho: Uno propone y Dios dispone. Entré al Saleciano y poco a poco encontré gusto y disfrute en ello. Una de las muchas cosas que descubrí ahí fue el teatro. Después de varios castigos el azar me llevó al Oratorio a las clases de pinta de telones, vestuario y maquillajes de algodón pegado a la cara con engrudo y coloreado con polvos de gís; a los ensayos sabatinos e hice muchas obritas con el grupo que dirigía y coordinaba el profesor “Chiribín”. Zagas como la del “Detective Mantecón”, “Pablo Anchoa”, “La cueva del conde de Montecristo” con música y coreografías que nos ponían los abuelitos de Nacho Tena. Y tantas obritas que montamos con ese batallón de despreocupados pubertos viajeros del carro de Tespis. Fueron tres años que se me fueron como agua entre los dedos. Ni siquiera los rigores disciplinarios del padre Figueroa, ni las friegas sapientes y absurdas del maestro Cepeda “profesor de Física y Química”, ni las locuacerías estridentes del presuntuoso Gordo Urueta, Ni eso ni nada pueden opacar el placer de esos años maravillosos.

El profe Chiribín también organizaba un cinito en el Oratorio que disfrutaban los vecinos y toda la broza de la Obrera y colonias circunvecinas. No era más que un proyector y películas que no sé como conseguía. Recuerdo que ahí presencié un buen de cintas de vaqueros, aunque debo aclarar que ya tenía gusto por el celuloide dado que mis tías desde muy chico me llevaban de pacherón los jueves al cine Rex, en la tanda de cine de señoritas, a ver normalmente películas de rebecos que sin causa alguna cantaban a la menor provocación y bailaban desaforados. Cesár Costa, Los rebeldes del Rock, Enrique Guzmán, Manolo Muñoz, Lorena Velázquez, Teen Tops, Alberto Vázquez, Los locos del ritmo, Julissa, Fanny Cano, Maricruz Olivier, Los Yaqui, Angélica María, Hilda Aguirre, Fernando Luján.., y cuanto rebeco saliera en estas cintas de humor rosa y extra moralina.

En la Suterranía, jardín de abolengo que queda de pasada a la casa de mis abuelos paternos, a la casa de Manuel Muñiz donde yo nací. Quintana Roo con Guerrero también había un cinito que no sé quienes eran los dueños pero donde los sábados y domingos por unos cuantos centavos nos chutaban un hilarante filme de cine mudo que muchas veces nos narraban antes de comenzar. El proyector, un tocadiscos y un destartalado cuarto muchas veces mal oscurecido. Ahí disfrute películas delirantes interpretadas por personajes como: Chaplín, Búster Keaton, el Gordo y el Flaco y, por supuesto, Harold Lloyd (1893-1971) superestrella cinematográfica de la década de los años veinte. No sé si recuerdes lector hipotético, a ese norteamericano promedio, de aspecto hasta delicado, de sombrero de paja, traje normalmente cerrado, aspecto juvenil y gafas de carey; personaje fundamentalmente urbano cuya característica esencial era su sencillez que le permitía superar cualquier obstáculo por complejo que pareciera. Un acróbata magnífico capaz de encarar con soltura cualquier dilema y salir airoso.

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